martes, abril 08, 2025

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Mensaje del Prelado (8 abril 2025)

El prelado del Opus Dei invita a seguir rezando por la salud del Papa, anima a vivir la Semana Santa contemplando el amor infinito de Jesucristo y pide oraciones por el próximo Congreso general.

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Sigamos rezando mucho por la completa recuperación de la salud del Papa, muy unidos a toda la Iglesia, que en el Romano Pontífice tiene su principio visible de unidad.

Como sabéis, a finales de marzo tuve la alegría de participar en la celebración, en Zaragoza, del centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría. Ha sido una particular ocasión de dar gracias a Dios, de reavivar nuestra devoción –llena de agradecimiento y de cariño– a nuestro Padre, con la alegría también de ver a muchas personas, especialmente hijas e hijos míos.

Está ya muy próxima la Semana Santa: días en los que la liturgia de la Iglesia –sobre todo en el Triduo Pascual– nos impulsa a una mayor unión con Jesucristo. Unión de fe, de esperanza y de amor. No nos cansemos de contemplar que «la víspera de la Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Y ese amor atraviesa los siglos haciéndose hoy y ahora presente en nuestras vidas. Como cada año, en esas fechas tendrán lugar muchas y variadas actividades apostólicas; entre estas, el Univ en Roma: las acompañamos con nuestra oración.

Está también muy cercano el Congreso general ordinario de la Obra. Durará varios días, divididos en dos partes (una para cada sección) entre el 23 de este mes y el 5 de mayo. Como está previsto, se harán los nombramientos para el Consejo General y la Asesoría Central, y se estudiará el impulso de las labores apostólicas, también a la vista de las conclusiones de las pasadas Asambleas de trabajo en las Regiones. Además, en este Congreso se tratará de la propuesta –definitiva por nuestra parte– del texto de los Estatutos, para presentar ya a la aprobación de la Santa Sede. Participad todos con vuestra oración.

Con todo cariño, os bendice

vuestro Padre

Fernando Ocáriz

Roma, 8 de abril de 2025

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8 de abril de 2025
“Señor, si quieres, puedes curarme”
No lo dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío se venga, y se llena de las bajezas más despreciables. (Surco, 800)

¿Cómo dirigirnos a Él, cómo hablarle, cómo comportarse? No se compone de normas rígidas la vida cristiana, porque el Espíritu Santo no guía a las almas en masa, sino que, en cada una, infunde aquellos propósitos, inspiraciones y afectos que le ayudarán a percibir y a cumplir la voluntad del Padre. Pienso, sin embargo, que en muchas ocasiones el nervio de nuestro diálogo con Cristo, de la acción de gracias después de la Santa Misa, puede ser la consideración de que el Señor es, para nosotros, Rey, Médico, Maestro, Amigo. (...)

Es Médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me mundare, Señor, si quieres ‑y Tú quieres siempre‑, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus. Señor, Tú, que has curado a tantas almas, haz que, al tenerte en mi pecho o al contemplarte en el Sagrario, te reconozca como Médico divino. (Es Cristo que pasa, nn. 92-93)

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7 de abril de 2025
“La tristeza es la escoria del egoísmo”
Que nadie lea tristeza ni dolor en tu cara, cuando difundes por el ambiente del mundo el aroma de tu sacrificio: los hijos de Dios han de ser siempre sembradores de paz y de alegría. (Surco, 59)

Los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados.

Si vivimos así, realizaremos en el mundo una tarea de paz; sabremos hacer amable a los demás el servicio al Señor, porque Dios ama al que da con alegría. El cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios.

Nuestra fe confiere todo su relieve a estas virtudes que ninguna persona debería dejar de cultivar. Nadie puede ganar al cristiano en humanidad. Por eso el que sigue a Cristo es capaz -no por mérito propio, sino por gracia del Señor- de comunicar a los que le rodean lo que a veces barruntan, pero no logran entender: que la verdadera felicidad, el auténtico servicio al prójimo pasa sólo por el Corazón de Nuestro Redentor, perfectus Deus, perfectus homo(Amigos de Dios, nn. 92-93)

domingo, abril 06, 2025

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6 de abril de 2025
“Cuidar las cosas pequeñas”
Cuidar las cosas pequeñas supone una mortificación constante, camino para hacer más agradable la vida a los demás. (Surco, 991)

Pensando en aquellos de vosotros que, a la vuelta de los años, todavía se dedican a soñar –con sueños vanos y pueriles, como Tartarín de Tarascón– en la caza de leones por los pasillos de su casa, allí donde si acaso no hay más que ratas y poco más; pensando en ellos, insisto, os recuerdo la grandeza de la andadura a lo divino en el cumplimiento fiel de las obligaciones habituales de la jornada, con esas luchas que llenan de gozo al Señor, y que sólo Él y cada uno de nosotros conocemos.

Convenceos de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo. (...)

Por lo tanto, tú y yo aprovecharemos hasta las más banales oportunidades que se presenten a nuestro alrededor, para santificarlas, para santificarnos y para santificar a los que con nosotros comparten los mismos afanes cotidianos, sintiendo en nuestras vidas el peso dulce y sugestivo de la corredención. (Amigos de Dios, nn. 8-9)

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5 de abril de 2025
“El santo no nace: se forja”
Todo aquello en que intervenimos los pobrecitos hombres –hasta la santidad– es un tejido de pequeñas menudencias, que –según la rectitud de intención– pueden formar un tapiz espléndido de heroísmo o de bajeza, de virtudes o de pecados. Las gestas relatan siempre aventuras gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe. –Ojalá tengas siempre en mucho -¡línea recta!– las cosas pequeñas. (Camino, 826)

El principal requisito que se nos pide –bien conforme a nuestra naturaleza–, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, sin reservarnos nada. En esto consiste la santidad.

Ciertamente se trata de un objetivo elevado y arduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana. Todo lo que se desarrolla –advierte uno de los escritores cristianos de los primeros siglos, refiriéndose a la unión con Dios–, comienza por ser pequeño. Es al alimentarse gradualmente como, con constantes progresos, llega a hacerse grande. Por eso te digo que, si deseas portarte como un cristiano consecuente –sé que estás dispuesto, aunque tantas veces te cueste vencer o tirar hacia arriba con este pobre cuerpo-, has de poner un cuidado extremo en los detalles más nimios, porque la santidad que Nuestro Señor te exige se alcanza cumpliendo con amor de Dios el trabajo, las obligaciones de cada día, que casi siempre se componen de realidades menudas. (Amigos de Dios, 7)

Tomás Moro.

 

Tomás Moro

 

 

Daniel Tirapu


Tomás Moro.

 

 

 

 

 

Un hombre culto, familiar, abogado y juez incorruptible, renacentista, escribió Utopía, libro muy recomendado por los marxistas de cierta época, Lord Canciller de Inglaterra. Hombre respetado por su prestigio, dotes de gobierno, prudencia, inteligencia; al mismo tiempo, cristiano ejemplar, usaba una camisa como cilicio, piadoso, fiel al Papa en los duros tiempos del cisma inglés, hombre de oración que escribió la agonía de Cristo siguiendo la Pasión de Jesús.

Para mí ha sido guía de importantes decisiones. Leí su biografía de Vázquez de Prada, y he visto la película "Un hombre para la eternidad" más de diez veces, hay diálogos que recuerdo de memoria. Dimitió de Lord canciller, por su oposición al matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena y por el sometimiento al que se veía forzada la Iglesia en Inglaterra. Pero era discreto, no quiso dar sus motivos, fue procesado en la Torre de Londres, juzgado y condenado a morir decapitado por especial privilegio del Rey.

Citaré dos episodios, en el primero el típico trepas le pide un puesto político, un favor, una ayuda. Moro es consciente de que ese hombre no tardaría más de 24 horas en vender su conciencia y le recomienda que se haga maestro de filosofía. Le dice "es un buen puesto, tus testigos serán Dios y tus alumnos". A él le encomiendo mis alumnos y mi tarea universitaria.

El otro es un diálogo con el Duque de Norfolk, hombre duro, buen amigo de Tomás pero que no entiende por qué Moro no cede a las presiones cuando la mayor parte de la nobleza inglesa ha cedido. Moro le dice: "Ah vosotros la nobleza inglesa, os habríais dormido en el sermón de la montaña, mientras pasáis toda una noche discutiendo sobre el pedigree de un perro".

Murió, mártir, tranquilo, diciendo que había procurado servir a su Rey como el más leal súbdito, pero que Dios está por encima de él y a Él se le ha servir antes. Moro tenía un fino sentido del humor inglés. Juan Pablo II lo nombró patrono de los políticos, ojalá cundiera el ejemplo, de personajes públicos que pongan su conciencia, nobleza y honradez muy por encima de sus intereses de partido, estrategias y chanchullos. Mi homenaje para vos, Sir Tomás Moro.

 

 

Daniel Tirapu

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4 de abril de 2025
"Haz lo que debes y está en lo que haces"
Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo. (Camino, 813)

¿Quieres de verdad ser santo? -Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces. (Camino, 815)

La santidad "grande" está en cumplir los "deberes pequeños" de cada instante. (Camino, 817)

Me dices: cuando se presente la ocasión de hacer algo grande... ¡entonces! -¿Entonces? ¿Pretendes hacerme creer, y creer tú seriamente, que podrás vencer en la Olimpiada sobrenatural, sin la diaria preparación, sin entrenamiento? (Camino, 822)

¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? -Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. -Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. -Y trozos de hierro. -Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... -¡A fuerza de cosas pequeñas! (Camino, 823)

¿No has visto en qué "pequeñeces" está el amor humano? -Pues también en "pequeñeces" está el Amor divino. (Camino, 824)

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3 de abril de 2025
"Que tu vida no sea una vida estéril"
Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón. (Camino, 1)

Si admitieras la tentación de preguntarte, ¿quién me manda a mí meterme en esto?, Habría de contestarte: te lo manda –te lo pide– el mismo Cristo. La mies es mucha, y los obreros son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies (Mt IX, 37–38). No concluyas cómodamente: yo para esto no sirvo, para esto ya hay otros; esas tareas me resultan extrañas. No, para esto, no hay otros; si tú pudieras decir eso, todos podrían decir lo mismo. El ruego de Cristo se dirige a todos y a cada uno de los cristianos. Nadie está dispensado: ni por razones de edad, ni de salud, ni de ocupación. No existen excusas de ningún género. O producimos frutos de apostolado, o nuestra fe será estéril.

Además: ¿quién ha dispuesto que para hablar de Cristo, para difundir su doctrina, sea preciso hacer cosas raras, extrañas? Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversación natural, sencilla –a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte– charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios. (Amigos de Dios, 272-273)

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2 de abril de 2025
“Has de ser fermento”
Dentro de la gran muchedumbre humana –nos interesan todas las almas– has de ser fermento, para que, con la ayuda de la gracia divina y con tu correspondencia, actúes en todos los lugares del mundo como la levadura, que da calidad, que da sabor, que da volumen, con el fin de que luego el pan de Cristo pueda alimentar a otras almas. (Forja, 973)

Había acompañado a Jesús una gran muchedumbre. Levanta Nuestro Señor los ojos y pregunta a Felipe: ¿dónde compraremos pan, para dar de comer a toda esa gente? Felipe contesta, después de un cálculo rápido: doscientos denarios de pan no bastan, para que cada uno tome un bocado. No tienen tanto dinero: han de acudir a una solución casera. Dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: aquí está un muchacho que ha traído cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tanta gente?

Nosotros queremos seguir al Señor, y deseamos difundir su Palabra. Humanamente hablando, es lógico que nos preguntemos también: pero, ¿qué somos, para tanta gente? En comparación con el número de habitantes de la tierra, aunque nos contemos por millones, somos pocos. Por eso, nos hemos de ver como una pequeña levadura que está preparada y dispuesta para hacer el bien a la humanidad entera, recordando las palabras del Apóstol: un poco de levadura fermenta toda la masa, la transforma. Necesitamos aprender a ser ese fermento, esa levadura, para modificar y transformar la multitud.

Si meditamos con sentido espiritual ese texto de San Pablo, entenderemos que no tenemos más remedio que trabajar, al servicio de todas las almas. Otra cosa sería egoísmo. Si miramos nuestra vida con humildad, distinguiremos claramente que el Señor nos ha concedido, además de la gracia de la fe, talentos, cualidades. Ninguno de nosotros es un ejemplar repetido: Nuestro Padre nos ha creado uno a uno, repartiendo entre sus hijos un número diverso de bienes. Hemos de poner esos talentos, esas cualidades, al servicio de todos: utilizar esos dones de Dios como instrumentos para ayudar a descubrir a Cristo. (Amigos de Dios, nn. 256-258)

martes, abril 01, 2025

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1 de abril de 2025
“Si alguno no lucha...”
La alegría es un bien cristiano, que poseemos mientras luchamos, porque es consecuencia de la paz. La paz es fruto de haber vencido la guerra, y la vida del hombre sobre la tierra –leemos en la Escritura Santa– es lucha. (Forja, 105)

Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo. Soldados que llevan la serenidad a los demás, mientras combaten continuamente contra las personales malas inclinaciones. A veces, por escasez de sentido sobrenatural, por un descreimiento práctico, no se quiere entender nada de la vida en la tierra como milicia. Insinúan maliciosamente que, si nos consideramos milites Christi, cabe el peligro de utilizar la fe para fines temporales de violencia, de banderías. Ese modo de pensar es una triste simplificación poco lógica, que suele ir unida a la comodidad y a la cobardía.

Nada más lejos de la fe cristiana que el fanatismo, con el que se presentan los extraños maridajes entre lo profano y lo espiritual sean del signo que sean. Ese peligro no existe, si la lucha se entiende como Cristo nos ha enseñado: como guerra de cada uno consigo mismo, como esfuerzo siempre renovado de amar más a Dios, de desterrar el egoísmo, de servir a todos los hombres. Renunciar a esta contienda, con la excusa que sea, es declararse de antemano derrotado, aniquilado, sin fe, con el alma caída, desparramada en complacencias mezquinas.

Para el cristiano, el combate espiritual delante de Dios y de todos los hermanos en la fe, es una necesidad, una consecuencia de su condición. Por eso, si alguno no lucha, está haciendo traición a Jesucristo y a todo su cuerpo místico, que es la Iglesia. (Es Cristo que pasa, 74)