lunes, julio 04, 2011

Un buen padre.



17 de junio de 2011 (Notifam) – Cuando yo era un niño que crecía en Toronto, la vida era magnifica. Si bien había discordia en la familia, mi padre, Henry Westen, era como una roca.
Mi difunto padre fue un católico devoto y fiel que asistía a Misa todos los días y nunca dejó pasar un día sin rezar el rosario. Era generoso hasta la exageración, cariñoso y amable. Él nos llevó – a mi hermano Marcos y a mí (y eventualmente a Miriam, mi hermana más joven) – a la escuela, nos ayudaba con las tareas para el hogar y él tenía dos trabajos para poder enviarnos a escuelas privadas católicas.
Pero cuando llegué a la adolescencia mi vida dio un giro hacia lo peor. Amigos, tanto en el barrio como en la escuela, me introdujeron en la pornografía y en las malas palabras, para vivir una vida sin Dios y dudando de su propia existencia. Pronto yo estaba en el otro lado, viviendo una vida lejos de Cristo y de su verdad.
Al principio me acuerdo que agarraba boletines eclesiales de la Misa de los domingos antes de ir a las salas de billar con mis amigos, así yo podía “demostrar” a papá que había estado en la Misa. Pues aunque este hombre afable era muy generoso y amable, hizo todo lo posible para insistir en lo esencial – lo que para él eran las obligaciones de la fe.
Inclusive cuando yo era niño él me decía: “preferiría verte morir en este momento que caer en una vida de pecado”. Era un hombre ridiculizado por su fe “extrema”, tanto por sus colegas y amigos e inclusive por su propia familia.
A la vez yo también lo ridiculizaba. Recuerdo que algunas veces yo llegaba a casa de los clubes de baile a las 3 am. sólo para encontrar a mi padre todavía arrodillado en oración junto a su cama, sin duda rezando por su hijo descarriado. A veces él estaba aún de rodillas, pero desplomado sobre la cama, al haberse dormido todavía rezando. “Viejo tonto”, recuerdo decírmelo a mí mismo.
Durante siete años abandoné la práctica de la fe. Traté de tranquilizar mi conciencia que me reprochaba, pensando que Dios no existía. Pero como pasa inevitablemente, mi vida comenzó a desmoronarse. Me encontré eventualmente en el punto más bajo en mi vida, en peligro de perder a mi novia, mi educación y hasta mi libertad, ya que me involucré con personajes oscuros en la universidad.
Yo tenía ningún lugar donde acudir, sino a Dios. Tomé un libro que mi padre me había dado la primera vez que caí – Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, escrito por san Luis María Grignon de Montfort. En ese libro aprendí que seguir a Cristo significa dar toda mi vida a él sin reservas, no sólo las mañanas del domingo. Esto significó para mí un cambio total.
Y luego me asaltó la crisis de fe. Yo me había convencido a mí mismo que Dios no existía. ¿Cómo podía ahora dar mi vida por algo imaginario?
Me puse el libro bajo el brazo y me decidí a hablar con mi papá sobre el asunto. En ese momento yo estaba tan confundido en mi vida, yo sólo sabía sólo una cosa: que mi padre me amaba. Con mucho esfuerzo toleró todo respecto a mí y sin embargo se mantuvo firme cuidándome y amándome, sin dejar de advertirme nunca que mi vida eterna estaba en peligro, pero haciendo esto con amor.
Yo fui a decirle: “Papá, lo único que sé con certeza en la vida es que me amas, y por eso quiero que me digas la verdad. He leído este libro sobre la Verdadera Devoción que me diste y que esto significa renunciar a toda mi vida, y yo no quiero hacer eso a menos que sea verdad”.
Yo preparé mentalmente este pequeño discurso cuando fui a ver a mi papá. Cuando llegué a él, lo miré, y su vida me habló. Aquí estaba un hombre que fue ridiculizado durante la mayor parte de su vida por practicar la fe. Sus compañeros se burlaban de él, sus amigos lo fastidiaban y su familia estaba avergonzada y a veces era cruel con él por su práctica de la fe.
Fue sobre todo esto – su resistencia a toda esta persecución, inclusive una resistencia alegre – lo que superó mi auto-inducida falta de fe en Dios, y que atravesó y quebró mi duda. Es evidente que Dios es real, su camino es la verdad. Y desde ese momento he vivido para Cristo.
En realidad nunca le hice la pregunta a mi padre. Todo eso me fue comunicado cuando lo miré a él ese día.
De hecho, ni siquiera le hablé del incidente hasta muchos años después, sólo un par de años antes de su muerte hace tres años. Era su vida la que me habló, especialmente la persecución y el ridículo que él recibió por ser fiel, por decir las verdades socialmente incómodas sobre las consecuencias eternas del pecado. Fue suficiente su amor hacia mí para decirme la verdad, inclusive cuando me burlé de él por ello.
Esta resistencia suya ha dejado su huella en mí. Hay muchos que se burlan de los activistas pro-vida y pro-familia de su forma de decir la verdad con amor sobre estos temas difíciles. Sin embargo, en nuestra resistencia a esta burla, en nuestra constancia en amar a aquéllos que nos insultan y ridiculizan, está el poder de la Cruz, el poder de la conversión a la verdad. Esto es lo que me salvó la vida y mi alma.
Feliz Día del Padre, papá. Te amo. Te extraño. Reza por mí.

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