«¡Qué bueno fue Jesús!, En la Cruz, tras darnos la vida, nos dio también a su madre!» Es un pensamiento piadoso, pero interpretar así las palabras dichas por el Señor a Juan –Ahí tienes a tu madre– y a María –Ahí tienes a tu hijo– es simplificar las cosas. María sería madre nuestra «por decreto», no como quien ha llevado al hijo en su vientre.
La realidad es más sobrecogedora que estos pensamientos piadosos. María dio a luz a Jesús en Belén, y lo hizo –según nos cuenta la tradición– sin dolor de parto.
Al pie de la Cruz, María volvía a dar a luz a Jesús, pero esta vez lo entregaba a la Luz eterna, la del Cielo. Ahora iba Jesús cargado con mis culpas, y esas culpas, que taladraron el corazón de Cristo, desgarraban también el de la madre. Cristo era dado a luz, Cabeza y cuerpo. El cuerpo era yo. Y la Virgen, allí, me daba a luz, con Él, en medio de fuertes dolores.
Ahí tienes a tu hijo significa: «Mira a quién has engendrado, mira al hijo de mi Pasión y tus dolores». Soy verdadero hijo de María, y he nacido de su corazón ensangrentado.
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