Testimonio de los colegiales del Colegio Mayor Mendaur.
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IN MEMORIAM MIGUEL LLUCH BAIXAULI 1959-2015 |
¿Qué podemos decir de don Miguel? Solo vienen a la cabeza recuerdos y ratos inolvidables que terminaban siempre con aquel "¡qué a tope!".
En el desayuno, después de levantarse a las 5:45, siempre tenía una sonrisa de oreja a oreja. Siempre tenía algo que contarte para empezar bien el día o te escuchaba con atención cuando le contabas una "batallita" de clase o cualquier otra cosa. Siempre atento, siempre dispuesto.
Don Miguel vivió a tope todos los momentos. Era el primero que salía a tomar el sol cuando las grises nubes de Pamplona dejaban que asomase. Le recuerdo apoyado en la pared de ladrillo fumando con los ojos cerrados y sonriendo al sol. Vivía en Pamplona desde el siglo pasado, pero nunca olvidó su querida Valencia: su mar, sus naranjos, sus paellas y, sobre todo, su familia. Don Miguel no estaba del todo convencido con la traducción al castellano del versículo del Apocalipsis que dice así: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (Apc. 21, 22). Seguramente tenga razón. No me imagino su cielo sin mar, ni sin estar averiguando qué pasó realmente con el asesinato de Kennedy.
Cuando parecía que la conversación estaba muriendo, don Miguel acudía al rescate. Siempre con sus relatos bélicos: Normandía, la Primera Guerra Mundial, la Segunda, Vietnam, la operación "Barbarroja". Daba igual, había temas para hablar. Aquellas tertulias que coincidían con el aniversario de fechas históricas, en las que encontraba compinches para sacar a colación el Día D y contarlo paso a paso. Las palabras no eran suficientes. Necesitaba escenificarlo, y el resto lo agradecíamos sinceramente. En el momento álgido, era típico que no pudiera resistirse a ponerse en pie.
“Luz verde”, decía para recordarnos que hay que pasar a la acción. En el Colegio Mayor Mendaur queremos prepararnos para entrar en el combate del día a día. Usted nos preparó: nos enseñó a superar obstáculos grandes y pequeños, a salir de las trincheras, a enfrentarnos cuerpo a cuerpo al miedo, la mediocridad o cualquier otro adversario. Hemos aprendido del mejor Ranger, hemos aprendido a vivir a tope.
Usted mismo decía que su padre murió de amor. Ahora todos los que hemos vivido con usted, los que le hemos conocido, podemos decir que estaba enamorado, enamorado de verdad. Cuando contaba que sus padres habían fallecido en un crucero, no era falso del todo, porque formaba parte de esa ilusión que transmitía de modo tan gráfico y entusiasta. Cuando nos pregunten cómo murió usted, podremos decir que le secuestraron los yihadistas en la Clínica, mientras estaba en la embajada francesa de Teherán. Y que le dio tiempo a decir el discurso que tanto había preparado para la ocasión: “Soy hijo de judíos, católico, sacerdote de Cristo y no pienso renunciar a mi fe”. “Qué a tope”, debieron decir los yihadistas.
Nos deja muchos, muchos libros; tantos que se podría decir que su vida ha sido una novela apasionante. Lo mejor que nos queda ahora de don Miguel es que sabemos lo mucho que nos quería. Ha preferido estar con el General, ahí arriba, para socorrernos en nuestras escaramuzas diarias y, así, poder apoyarnos todavía más de lo que nos ayudaba aquí. Gracias don Miguel. Gracias don Miguel. Gracias don Miguel.
Muy emocionante.Cuanta gente normal,corriente,que llena det versos la prosa diaria.Un ejemplo a seguir...a tope.
ResponderEliminara toupeeeeeeeee
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