jueves, febrero 27, 2020

Elogio del celibato, de Ignacio Aréchaga.

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Elogios al celibato

Algunos han quedado sorprendidos, por no decir decepcionados, al ver que en el documento publicado por el Papa Francisco tras el Sínodo de Obispos sobre la Amazonia, no haya hecho ninguna referencia al tema que más captó la atención de los medios: la posibilidad de ordenar hombres casados. El silencio es tanto más elocuente cuanto que la posibilidad figuraba ya en el documento preparatorio del Sínodo como tema de estudio, y había sido respaldada por una mayoría durante el Sínodo. En realidad, todos sabíamos que lo trascendental no era quién iba a casar a los indios yanomamis, sino si se abriría una brecha en el celibato sacerdotal de la Iglesia latina. Y si una solución de este tipo valía para la Amazonia, por qué no habría de valer en Europa, donde los incendios de la secularización han dejado una tierra quemada y escasa de vocaciones.
Llama la atención que gentes muy alejadas de la Iglesia, e incluso hostiles, mantengan una especie de cruzada contra el celibato sacerdotal, como si estuviera en juego su propia libertad. Una sociedad que se dice abierta a todo tipo de variantes sexuales se muestra extrañamente intolerante con esta opción. Parece que la abstinencia sexual de otros es una decisión demasiado enigmática que les crispa los nervios. Así que el afán de emparejar al cura tiene un tinte progresista y liberador.
Y, sin embargo, observo que la última liberación sexual es liberarse de la necesidad de vivir en pareja. Al menos es una opción respetada y bien valorada en medios de comunicación progresistas. Es verdad que esta nueva tendencia de “soltera y contenta” se refiere sobre todo a mujeres, pues ya se sabe que entre los hombres siempre ha habido muchos de ese tipo, a los que no es fácil llevar al altar. Sin duda, la nueva valoración positiva de la soltería se explica también porque subraya la independencia de la mujer, que ya no necesitaría buscar y agradar a un hombre y podría centrarse en sus propias aspiraciones.
Toda tendencia necesita las caras de algunas celebrities, que la avalen y justifiquen. Y aquí tenemos a Emma Watson, que desde el púlpito de Vogue proclamaba que ya había dejado de sentirse “preocupada y ansiosa” porque entraba en sus 30 años sin marido y sin hijos. Ya no hacía caso de los mensajes subliminales que le preguntaban a qué estaba esperando. Ahora se sentía “muy feliz de estar soltera” o, como decía, “self-partnered”, que es algo así como ir de la mano con ella misma. No conozco la trayectoria sentimental de la actriz, así que no sé si esto es fruto de alguna decepción amorosa o un celibato opcional transitorio. Pero sí puede decirse que en esto no se encuentra sola.
Según un reportaje de The Guardian, no pocas famosas se han enamorado de la vida single. Desde la estrella pop Selena Gomez, que dejó atrás a Justin Bieber hace dos años, a cantantes como Ariana Grande o Lizzo, que asegura “no estar preocupada por llevar un anillo en el dedo”, o escritoras como Abi Jackson que declara que “centrarse en lo que puedes ganar siendo soltera en vez de lo que te estás perdiendo es tremendamente empoderador”. Lástima que Bridget Jones no lo supiera, pues se habría ahorrado muchas preocupaciones y se habría sentido una mujer empoderada.
Algunas, como confiesa Catherine Gray, autora de The Unexpected Joy of Being Single, han pasado de ser adictas al cliché del amor romántico a sentirse orgullosas de su vida de solteras, convencidas de que su vida puede ser feliz dure lo que dure su estado. E incluso se han atrevido a aparcar el sexo, en un voluntario empeño de castidad. Gray cuenta que después de años de relaciones con diversos hombres, abrazó la abstinencia por un año. Y aunque borrar las apps de citas fue como “abandonar una droga”, el celibato resultó ser “un gran alivio”. La actriz Eleanor Conway hizo lo mismo por diez meses. “Sorprendentemente –dice– fue un gran descanso. Dejé de ver a los hombres como objetos sexuales y a las mujeres como competidoras”.
Otras han tenido que imponerse para que sus parientes respetaran su decisión de no casarse y comprendieran que llevaban una vida feliz. No cabe descartar que algunas hayan tirado la toalla, cansadas de buscar al hombre de sus sueños. De todo hay, pero parece que está desapareciendo el estigma de que uno no puede estar solo y tiene que mantener una “relación”. El propio New York Times advierte que a pesar del creciente número de aplicaciones de citas, muchas mujeres están apartándose de este juego. “En vez de deprimirse por su soltería o de intentar ardorosamente encontrar compañero en un plazo determinado, declaran sentirse felices sin casarse y encuentran consuelo en vivir solas”.
Dar sentido a la vida
Es cierto que a veces la sociedad da por supuesto que hay que estar casado o vivir en pareja, de modo que si uno va solo puede ser complicado desde asistir a eventos a organizar las vacaciones. Por eso es positivo que la revalorización de la soltería abra nuevos marcos de relación social. No buscar pareja a toda costa puede ser también a veces un modo de superar una relación tóxica, pues más vale estar sola que mal acompañada; o de centrarse por un tiempo en la carrera profesional; o de dar prioridad a una tarea de voluntariado o a un empeño social o religioso.
Pero, a la vez, en estos elogios de la soltería en la prensa liberal la alternativa suele ser vivir encerrados con un solo juguete, el ego. Así tienes más tiempo para ti. Tú decides sin consultar con nadie. No tienes que sacrificarte para agradar a otro. Eres más libre en tus opciones profesionales. No necesitas adaptarte a gustos ajenos. Algunas justificaciones rozan el narcisismo, como cuando se defiende que “lo importante es mantener una relación positiva con uno mismo” o que la ventaja de estar soltero es que “puedes centrar todas tus energías y atención en ti mismo”. Pero, aunque uno tenga un gran mundo interior –lo que no es muy frecuente–, es difícil que tanto dar vueltas en torno a uno mismo no acabe en el aburrimiento. Y se comprende que quien adopta esta perspectiva fracasaría igualmente en la vida matrimonial.
También es una actitud poco acorde con la natural tendencia femenina a cuidar de otros. Porque lo que puede dar sentido a la vida, tanto de un casado como de un soltero, es salir de uno mismo para desplegar sus potencialidades en servicio a los demás, ya sea en su familia o en su círculo social.
Y quizá por esto hoy resulta difícil entender el celibato por motivos religiosos o captar que no tiene mucho que ver con el elogio del single. Lo decía en una ocasión Benedicto XVI, cuando observaba que este escándalo moderno ante el celibato sacerdotal puede sorprender cuando cada vez está más de moda no casarse. “Este ‘celibato moderno’ –decía– es un ‘no’ al vínculo, un ‘no’ a lo definitivo, un tener la vida solo para sí mismo. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un sí definitivo, es un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del Señor”. Es un testimonio de que “solo Dios basta”, y no de que “me basto a mí mismo”. También implica el compromiso de dedicar la propia vida al servicio de los demás, en la Iglesia y en la sociedad.
Cuando se pierde de vista este sentido, la opción del celibato resulta incomprensible. Se mira con escepticismo que Dios pueda llenar un corazón, y, en cambio, se piensa que una mujer lo colmaría por entero y para siempre. Ahora parece que también una mujer puede ser feliz sin pareja. A lo mejor esta nueva mirada sobre la mujer soltera puede ayudar a entender la opción de los hombres y mujeres que han optado por el celibato por motivos religiosos.

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