lunes, agosto 24, 2020

Biden versus Trump.









ESTADOS UNDOS
RAFAEL NAVARRO-VALLS
22/08/2020

Biden versus Trump

El autor subraya que el mayor interés en las elecciones a la Casa Blanca del próximo noviembre está en que sobre los dos candidatos, demócrata y republicano, se ciernen ‘cuervos negros’.

DICEN que la precampaña presidencial en Estados Unidos está siendo aburrida. No lo creo. Está siendo anómala, que es otra cosa. Fijémonos en las convenciones demócrata, recién concluida, y republicana, que empieza dentro de unos días. La anomalía reside en que se desarrolla en un marco virtual. Pero es el marco en que hemos vivido casi todo el planeta durante cuatro meses. Nos vamos acostumbrando a los mensajes telemáticos.
El interés de estas elecciones reside en que sobre los dos candidatos, Donald Trump y Joe Biden, se ciernen dos cuervos negros. Así, Biden, el silencioso, ha de demostrar que no es un anciano desorientado, como desde diversos flancos vienen acusándole. Además, tiene que convencer a los votantes de que no quiere abolir el American way of life (el estilo de vida americano) y transformar Estados Unidos en un país socialista aburrido. Trump, por su parte, ha de mostrar que no es un presidente con cerebro de adolescente inquieto, como tozudamente insisten algunos libros de antiguos asesores ( John Bolton, por ejemplo, ex asesor de Seguridad), de su propia familia (es decir, su sobrina Mary) o periodistas de prestigio (léase Bob Woodward).
La convención demócrata ha sido un griterío anti Trump. Desde Michelle Obama hasta Joe Biden en su discurso de aceptación de la nominación a la Presidencia han machacado sobre el supuesto desastre que está siendo Trump en la gestión de las tres crisis por las que pasa Estados Unidos: pandemia, economía y racismo. Las elecciones se van a decidir en estos tres temas. Lo que es indudable es que el discurso de Biden ha sido lo mejor de toda la convención. Ha usado su historia personal y familiar como arma electoral. Ha calificado la Presidencia de Trump como «etapa de oscuridad» y se ha lanzado contra la política del rubio presidente hacia la pandemia, calificándola de «fracaso» en la misión de cuidar a los estadounidenses: algo imperdonable. En síntesis, un discurso sombrío, pero esperanzador al prometer a la vez una política cercana al New Deal de F. Roosevelt.
Desde luego, la enlatada convención demócrata no ha sido una convención dramática como la de 1968 en Chicago, donde durante una semana los manifestantes contra el cónclave y los policías chocaron en las calles. Tampoco una convención disputada como fue la de 1980, en la que el presidente Carter tuvo enfrente a Ted Kennedy, al que ganó con esfuerzo, y de la que saldría una enemistad duradera entre ambos. Pero lo que sí ha sido es un unánime grito de «vamos a por ellos».
Ellos (los republicanos) han seguido muy de cerca el evento demócrata. Han tomado nota de los errores que puede producir una convención prácticamente virtual y cómo soslayarlos en su convención de Charlotte (Virginia). De momento, Donald Trump se ha lanzado a una presencia real por varios estados, una verdadera contraprogramación que ha intentado burlar el mensaje virtual (y algo monótono) de los demócratas.
Por otra parte, la casi segura aceptación de la nominación de Trump desde el césped de la Casa Blanca (con castillo de fuegos incluido) es un acto audaz, que está levantado ampollas, no solamente entre los demócratas. También entre los juristas –demócratas o no– de Estados Unidos. La cuestión que se debate es ésta: ¿puede una personalidad federal (en este caso el presidente) utilizar un edificio público, la Casa Blanca, para un acto partidista?
En 1939, el Congreso de EEUU aprobó la ley Hatch para limitar las actividades políticas de los empleados federales. Prohíbe presentarse a elecciones en los edificios en que trabajan, utilizar la autoridad oficial para interferir en una elección, etcétera.
Su conculcación permite que esos funcionarios sean suspendidos en sus funciones. Estudiando atentamente esta ley, los juristas estadounidenses coinciden en que no afecta al presidente o al vicepresidente. Pero utilizar la Casa Blanca para un discurso de aceptación se considera inapropiado. Además, como al resto de funcionarios federales sí les obliga la ley, todos los que ayudaran al presidente o vicepresidente entrarían dentro del área de restricción.
No creo que esto detenga a Donald Trump. Está en una delicada situación frente a Biden, que va por delante en las encuestas por 49,8% contra 42.3% (Real Clear Politics 16. VIII), distancia que se estirará en las encuestas post convención.
Un césped de la Casa Blanca lleno de seguidores entusiastas es un marco ideal para las televisiones y la opinión pública. Las críticas que levante tendrán mucho menor impacto que un evento ante el símbolo de la presidencia y del poderío norteamericano. Por otra parte, puede utilizar para la preparación y desarrollo del acto técnicos o ayudantes que no sean estrictamente funcionarios federales. La alternativa –también mencionada por Trump– es Gettysburg, Pennsylvania, el histórico campo de batalla escenario de la victoria de los soldados de la Unión. Allí recibió Trump una buena paliza en su lucha contra Hillary Clinton. En todo caso, la sede oficial de la convención republicana seguirá siendo Charlotte (Carolina del Norte).
Todo –o casi todo– está permitido en estas elecciones. Por ejemplo, en el voto por correo. Trump sostiene que un voto masivo electrónico o postal implicaría unas «elecciones trucadas». En realidad, lo que el rubio presidente teme es que el voto por correo favorezca a los demócratas al facilitar el sufragio. Por eso Trump se ha negado a destinar nuevos fondos al sistema postal. Ya comienza a correr la voz de que quien vote por correo corre el peligro de que su voto no llegue a tiempo, dada la cantidad que se prevé y la falta de personal.
La popularidad de Trump no anda muy allá. Ya hemos mencionado la ventaja de Biden. Sin embargo, las cifras son engañosas. Los demócratas confían demasiado en la impopularidad de Trump. Allan Lichtman, emérito de la Universidad de Nueva York, demócrata, que suele acertar en sus previsiones, y que ha pronosticado la victoria de Biden, sostiene que las encuestas sobre popularidad tienen poca importancia. Gore era popular pero perdió ante el impopular Bush. Trump era muy impopular y ganó a Hillary Clinton, aunque no en número de votos.
ASÍ LAS COSAS, ¿quién ganará el 3 de noviembre? No tengo un pronóstico claro. Creo que los resultados se decidirán en los tres debates programados entre Joe Biden y Donald y el que enfrentará a los potenciales vicepresidentes, Mike Pence y Kamala Harris. Piénsese que los debates televisados han tenido importancia fundamental desde el de septiembre de 1960 entre Nixon y Kennedy. Este último barrió al primero, eliminando la inicial ventaja en las encuestas a favor de Nixon. Algo similar ocurrió con los debates Carter contra Ford y Carter contra Reagan. En el primero, Carter destrozó a Ford. En el segundo, fue Reagan quien hizo añicos a Carter. Y es que los debates, aparte de ser el marco adecuado para que cada candidato exponga su programa, es sobre todo una ventana abierta para medir la habilidad y personalidad en un ambiente de tensión. El sentido del humor, la rapidez en el ataque, las pullas y estocadas verbales, etcétera, pueden tener más peso entre el electorado que los genéricos planes políticos.
Los debates no los ganan los argumentos, sino los buenos argumentadores. En este aspecto, Trump puede superar a Biden y provocar un vuelco en los pronósticos. Sobre todo, si Trump sabe resaltar en su labor la aprobación del mayor paquete de estímulo de la historia de Estados Unidos : US&2 billones para enfrentarse al coronavirus. El plan incluye un pago de US&1.200 para la mayoría de adultos del país y para las empresas para abonar salarios. Ni Obama en sus mejores tiempos podría haberlo soñado.
De momento –no obstante las encuestas–, la contienda está en tablas, aunque la detención por desfalco del ex jefe de Campaña de Trump puede complicarse y desequilibrar la balanza.

Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y experto en la Presidencia de Estados Unidos.

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