Sea bienvenido a este blog el enlace de relatos breves, del científico y humanista Joan Flaquer.
—¿Me permite sentarme en el asiento libre de la ventanilla? —preguntó un joven a un apacible anciano sentado en el lado del pasillo.
—Lo siento, caballero. No es posible— respondió este sin inmutarse, con el periódico abierto en la sección de deportes.
—Perdone, pero ¡si está vacío y nadie más se va a subir al autobús hasta que lleguemos al final de trayecto! —insistió el muchacho ostensiblemente contrariado.
—Mire, joven, tiene que saber que yo siempre viajo con mi mujer— señalando el asiento vacío—. ¿No querrá quitarle el sitio?
—¿Su mujer? — Ya entiendo… subirá en una parada no prevista, de esas que se consiguen con…
—No me entiende— respondió el anciano con paciencia—. Tiene que saber que yo siempre he viajado con mi esposa. Compro dos billetes. Y el de la ventanilla se lo cedo a ella.
El joven se quedó perplejo. Más aún, como viendo visiones.
“¿Su mujer? ¿El asiento vacío? Debe de estar mal de la cabeza”, se dijo a sí mismo el joven.
—Usted pensará que estoy loco, y no es así. El asiento vacío me recuerda a mi difunta esposa. El viaje se me hace más llevadero. Me la imagino a mi lado comentándome el paisaje, preguntándome por lo que estoy leyendo, diciéndome lo que tendremos para cenar, hablándome de las pastillas que he de tomar. No hemos tenido la suerte de tener hijos. ¿Se imagina usted cómo sería mi viaje sin tenerla a ella a mi lado? De todos modos, voy a hacer una excepción con usted. Estoy seguro que ella aprobará que le ceda el sitio. Solo le pido un favor: ¿sabe algo de deportes?
—De fútbol, casi todo.
—¿Me puede recordar la alineación actual del Real Madrid? Me interesa saber, en particular, quién es el actual portero titular.
—Tendré que buscar con el móvil.
—¡Así sabría yo también casi todo de fútbol!…
Ya el joven plácidamente sentado, el anciano —satisfecho con las informaciones que le dio su compañero de viaje— cerró los ojos y se dejó llevar de sus ensoñaciones.
Días después llegaría la pandemia que alejaría los unos de los otros, no así al anciano de su querida esposa.
El discurrir de los días de los españolitos de bien
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