"En la Universidad ya no se puede cuestionar la ideología de género"
Formado en algunas de las mejores universidades del mundo, este profesor es una 'rara avis' en una universidad cada vez más invadida por los prejuicios y homogénea ideológicamente.
¿Qué tiene que ver Nietzsche con la Virgen del Rocío? ¿Y Millán Astray con Sartre? ¿Por qué Heidegger es "poco honesto"? ¿Y qué interés puede tener en pleno siglo XXI Santo Tomás de Aquino? Charlar con Javier Hernández-Pacheco (Madrid, 1953), catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla, es darse cuenta de los extraños y secretos lazos que unen a las cosas, personas y conceptos. El mundo es un gran enredo y la filosofía la llave para comprenderlo. Eso sí, antes hay que dejar en la puerta los prejuicios y los dictados de lo políticamente correcto. Ex miembro del Opus Dei y ex candidato de Vox en las últimas elecciones municipales, presume de sus ancestros institucionistas, por parte de padre, y proletarios, por parte de madre (su abuelo fue inmigrante ilegal en Francia). Como filósofo se ha formado en algunas de las universidades más importantes del mundo (Viena, Oxford, Columbia, MIT...) y manifiesta su deuda con los alemanes pensantes (se considera un neorromántico) y con el pensamiento liberal-conservador anglosajón. Aficionado al alpinismo, a la cerveza y al vino, es un hombre de estilo universitario a la antigua usanza: vestimenta de corrección burguesa pero desaliñada, educación a prueba de bomba, amabilidad y buen humor.
-Pese a que por parte paterna pertenecía a una familia de tradición institucionista, usted fue numerario del Opus Dei.
-Vivíamos tiempos de radicalidad. Éramos una juventud que tenía cierta propensión al compromiso. Para muchos jóvenes de aquella época, el Opus Dei significó un horizonte que exigía esa radicalidad con la fe cristiana. Ya no pertenezco al Opus, pero no reniego en absoluto de mi paso por allí. Tengo recuerdos agradables y grandes amigos. Me pasa igual que a muchos que pertenecieron al Partido Comunista, la evolución existencial los ha llevado a otros lugares, pero no se arrepienten de su pasado. En general, los miembros de mi generación conservamos esa idea de radicalidad y nos escandaliza mucho la frivolidad y la superficialidad en las interpretaciones del mundo.
-¿Las nuevas generaciones son más frívolas?
-En general, la juventud salió muy desengañada de las utopías y los grandes relatos. Los jóvenes de hoy son mucho más escépticos y eso les lleva a vivir al día. No les gusta el compromiso sostenido, el largo plazo.
-Usted es bisnieto de Eduardo Hernández-Pacheco y Estevan, considerado el padre de la Geología en España. ¿Lo conoció?
-Sí, le llamábamos "el abuelo de las barbas". Yo nací en su casa. También presumo de la familia de mi madre, que es la que me da el caché proletario. Mi abuelo materno fue minero e inmigrante ilegal en Francia. Cruzó el Bidasoa de noche. Por eso le tengo un enorme respeto a los que llegan a las playas.
-Sin embargo, usted, junto a otros catedráticos universitarios, formó parte de una candidatura municipal de Vox, una formación cuyo discurso no es muy amable con la inmigración.
-Con Vox, la opinión pública ha sido muy injusta. De su programa no se podía decir que no fuese acogedor con la inmigración. Se defendía un proceso ordenado que no produjese fracturas sociales. Por lo que yo vi en Vox, era un partido que respondía a unas pautas que eran completamente asumibles por un intelectual que perteneciese a la tradición liberal-conservadora. En absoluto era un partido xenófobo.
-Volvamos a su bisabuelo. Como buen institucionista fue muy aficionado al excursionismo. Una juventud que se lanzó a los caminos de España.
-Sí señor, fue de los responsables de que Ordesa fuese declarado Parque Nacional, uno de los precursores del conservacionismo y del montañismo en el entorno de Madrid.
-¿De ahí su afición a la montañas?
-A mí me viene de mi estancia en el Colegio Mayor Moncloa de Madrid, donde había mucha afición. Mi estancia en Austria la consolidó.
-Es un deporte que, pese a que también está masificado, aún conserva un halo romántico.
-Sí, porque se ve la naturaleza como un reto que exige un compromiso personal y de superación, algo que está dentro del espíritu romántico. Muchas veces se piensa en el romanticismo como una especie de torre de marfil donde uno se refugia en el esteticismo o en una poesía blandita. Es todo lo contrario: el romanticismo nace en el contexto de la Revolución Francesa, en la recepción de esos ideales transformadores, y es una filosofía de respuestas a desafíos, de dejar atrás la vulgaridad de lo cotidiano. Esos son los valores en los que yo me eduqué como estudiante y en los que he profundizado durante el desarrollo de mi vida filosófica.
-¿Se considera un neorromántico?
-Me podría definir así. Mi mundo es el siglo XIX y no me encuentro cómodo en el escepticismo posmoderno, en eso que podríamos llamar la filosofía del desengaño, que es lo que nos caracteriza actualmente.
-Hábleme más de esa filosofía del desengaño.
-Digamos que los dos grandes traumas de Auschwitz e Hiroshima crearon la conciencia posmoderna y generan esa filosofía del desengaño en la que yo no me encuentro cómodo.
-Hoy en día hay mucho llorica quejándose de todo, ¿no?
-Hay algo mucho peor. Se está dando un fenómeno de autodesprecio, de indignación con nosotros mismos y nuestra propia cultura; es el odio a lo propio que tiene que ver con una cultura desengañada y que ha perdido la conciencia de sus raíces en la tradición. Somos cultura que odia a sus propios padres y eso genera unas pulsiones suicidas.
-¿El multiculturalismo es una de ellas?
-No el multiculturalismo entendido como la apertura de los unos a los otros, sino.... ¿Cómo diría? Cuando una opción radical como la ideología de género establece una alianza con un terrorista yihadista es que están ocurriendo cosas muy raras, porque el común denominador es el odio por lo occidental, por nuestra propia tradición, y eso está produciendo daños que llegan a ser personales: nos odiamos a nosotros mismos, a nuestro país, a nuestro propio cuerpo... Es lo que pasa cuando la transexualidad se convierte en el paradigma de la liberación erótica. Cuando queremos liberarnos de nuestra propia naturaleza se producen situaciones que llevan a la cultura al borde de la psiquiatría.
-También, según algunos, produce ese fenómeno llamado cristianofobia.
-Hegel tiene una tesis que dice que la historia de la libertad en occidente es la historia del cristianismo. El hilo conductor de todo mi pensamiento filosófico tiene que ver con esa continuidad -que los románticos vieron muy bien- entre la tradición cristiana y la modernidad ilustrada. Es decir, que la Ilustración (el liberalismo, la emancipación de la mujer, etc...) tiene sus raíces en el pensamiento cristiano. Cuando esa continuidad se rompe, cuando las dos partes dejan de entenderse la una a la otra, terminan por no entenderse a sí mismas.
-No es lo que piensa la mayoría de la gente...
-La corrección no ya sólo política, sino filosófica y cultural, nos dice que el cristianismo y la modernidad ilustrada son magnitudes inasumibles respectivamente. Eso es algo que está muy consolidado y la ruptura es muy difícil de reconstruir.
-Además de en Austria, usted se ha formado en prestigiosas universidades anglosajonas, que le han influido, principalmente, en su pensamiento político y económico.
-Me llamo y me entiendo a mí mismo como liberal-conservador. Creo que la fidelidad a la tradición es lo que da el suelo para proyectarse hacia una visión progresista de la historia.
-Pero, hoy en día, liberal es una palabra que se usa como un insulto político por parte de la izquierda, sobre todo si va con el prefijo neo. ¿Qué es para usted ser liberal?
-La creencia de que el progreso es el producto del despliegue de la libertad individual. Esta ley se da en todos los ámbitos: cultural, económico, político, científico, eclesiástico... La iniciativa individual es insustituible como motor de todas estas cosas. Aunque hay muchos conservadores a los que progreso les resulta una palabra maldita, yo sí sigo creyendo en su existencia. Además, pienso que este concepto está esencialmente unido al de tradición, el cual, por su parte, es rechazado por los progresistas.
-¿La corrección política se está convirtiendo en la gran mordaza del pensamiento contemporáneo?
-El asunto está empezando a ser grave. No sólo hay que hablar de corrección política, sino también de la académica, de la cultural, de la eclesiástica... Pues bien, cuando esa corrección se une al radicalismo antisistema se hace tremendamente opresiva. En la Universidad, en clase o en una mesa redonda con compañeros, ya no se puede cuestionar la ideología de género. Hoy por hoy chaval joven que tenga posiciones alternativas a la corrección política se juega la carrera. No hay nada peor que cuando el antisistema se convierte en sistema. Con ropaje de tolerancia, se está imponiendo una intolerancia que empieza a ser muy dañina.
-Usted fue un alternativo. A principios de los 70, en unos momentos en los que todo el mundo estaba fascinado con el marxismo o el estructuralismo, decidió hacer su tesis doctoral sobre Santo Tomás de Aquino. ¿Por qué?
-Pensé y sigo creyendo que Tomás de Aquino es una escuela de pensamiento argumental que enseña mucho. No reniego de esa tradición de presentar racionalmente tus propias creencias, de obligarte a pensar lo que crees. En ese sentido, Tomás de Aquino hizo una contribución muy importante a la libertad de pensamiento.
-La racionalidad hace tiempo que dejó de estar de moda. A la gente le gusta presumir más de irracional.
-Son herencias del 68: "No pretendas ser muy racional porque eso es agresivo", "cualquiera puede decir cualquier cosa sin necesidad de justificar nada". Creo que eso es una renuncia a nuestra propia humanidad. Todo lo que creemos y consideramos bueno tiene que ser transformado en un argumento, en algo que podamos compartir como sujetos. No estamos hablando de una racionalidad cerrada y pétrea que nunca ha existido, sino de la idea de Sócrates de que criticando nuestras opiniones, abriéndolas a la crítica, se nos muestra un horizonte argumental al final del cual puede haber convicciones compartidas. En la filosofía, en la política, en la moral o en la religión, uno tiene que dar cuenta de aquello que asume como un valor. Eso es la racionalidad.
-La de Santo Tomás fue su tesis española. En Viena se la dedicó a Heidegger, un pensador polémico por su pasado político.
-Terminé aquella tesis con muy poca simpatía por Heidegger. Me parece un pensador muy poco honesto.
-¿Por qué?
-Por que en filosofía no puede existir el adanismo, el intento de comenzar de cero. La filosofía son argumentos que, generación tras generación, nos vamos dando los unos a los otros desde el siglo V antes de Cristo hasta nuestros días. Aquí no hay pólvoras que descubrir, sólo se trata de profundizar en espiral en la historia de nosotros mismos y de nuestra forma de pensar. Sin embargo, Heidegger intenta una ruptura, hacer un nuevo comienzo del pensamiento, y eso sólo se puede intentar no siendo honesto con las fuentes. Es un hombre que tiene una verdadera obsesión por ocultar sus influencias, a quiénes han sido sus maestros. De ahí que camufle su pensamiento con el neologismo y en la ruptura semántica. Cuando lo lees, terminas con un mareo importante... Sin embargo, cuando se buscan sus raíces, cuando se hace arqueología con Heidegger, puede llegar a ser muy interesante.
-¿Y no le dejó ninguna enseñanza?
-Él hizo una filosofía de los límites, de la existencia finita. Es un pensamiento que nos liga al tiempo, a la muerte... que nos enseña a ser humildes, algo que, curiosamente, Heidegger no era. La preocupación por la muerte era algo muy vivo después de la Primera Guerra Mundial. Lo he recordado ahora con la polémica sobre la avenida que le han quitado en Madrid a Millán Astray. Precisamente, con su ¡Viva la muerte!, el fundador de la Legión demostró que era una persona leída. Eso del "ser para la muerte" es algo que se incorpora a la filosofía tras la experiencia de las trincheras y que produce, por decirlo un tanto pedantemente, una tanatofilia. Eso de que el hombre es "el novio de la muerte" viene de Hegel y aparece en Heidegger y Sartre. Era algo que estaba en el ambiente, entraba por la piel. Había una conciencia de la propia finitud muy dramática.
-Siento hacerle esta pregunta llena de prejuicios, pero me extrañó ver que en su página web presumía de haber formado parte de la junta directiva de una hermandad del Rocío.
-El Rocío ha sido muy importante en mi vida, pese a que no soy andaluz y no lo mamé. A mí me influyó mucho el estudio de Nietzsche, que hace una crítica del cristianismo como antivitalista. Sostiene que es una religión que aniquila la vida, la imaginación, que cierra el paso a la belleza. Lo que yo descubrí en el Rocío fue una refutación de Nietzsche con guitarra y baile. Él decía: "cuando yo vea un Dios que sepa bailar, entonces creeré". Pues bien, yo he visto a un Dios y a una Virgen que saben bailar, y una cristiandad que baila, que canta y que reza. Hay tradiciones mediterráneas que el cristianismo acoge y reformula. Es una religiosidad de raíces, que nos liga a la naturaleza, al erotismo, a la alegría de vivir. El que se acerca sin prejuicios lo ve.
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