martes, octubre 29, 2024

Sobre el corazón de Jesús.

 


Dilexis nos. ("Nos amó)

Enc. del Papa Francisco, 24-X-2024

(selección de algunos textos)

GESTOS Y PALABRAS DE AMOR

32. El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota

su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el

origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones

cristianas.

Gestos que reflejan el corazón

33. Cómo nos ama Cristo es algo (...) mostró en sus gestos. Viéndolo actuar

podemos descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros.

34. Dice el Evangelio que Jesús «vino a los suyos» (Jn 1,11). Los suyos somos

nosotros (...) Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las

cosas más simples y cotidianas de la existencia. De hecho, él tiene otro

nombre, que es “Emanuel” y significa “Dios con nosotros”, Dios junto a nuestra

vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó y «se anonadó a sí

mismo, tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7).

35. Esto se manifiesta cuando le vemos actuar. Está siempre en búsqueda,

cercano, constantemente abierto al encuentro. Lo contemplamos cuando se

detiene a conversar con la samaritana junto al pozo donde ella iba a buscar el

agua (cf. Jn 4,5-7). Vemos cómo, en medio de la noche oscura, se reúne con

Nicodemo, que tenía temor de dejarse ver cerca de Jesús (cf. Jn 3,1-2). Lo

admiramos cuando sin pudor se deja lavar los pies por una prostituta

(cf. Lc 7,36-50); cuando a la mujer adúltera le dice a los ojos: “No te condeno”

(cf. Jn 8,11); o cuando enfrenta la indiferencia de sus discípulos y al ciego del

camino le dice con cariño: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,51). Cristo

muestra que Dios es proximidad, compasión y ternura.

36. Si él curaba a alguien, prefería acercarse: «Jesús extendió la mano y lo

tocó» ( Mt 8,3), «le tocó la mano» ( Mt 8,15), «les tocó los ojos» ( Mt 9,29). Y

hasta se detenía a curar a los enfermos con su propia saliva (cf. Mc 7,33),

como una madre, para que no lo sintieran ajeno a sus vidas. Porque «el Señor

sabe la bella ciencia de las caricias. La ternura de Dios no nos ama de palabra;

Él se aproxima y estándonos cerca nos da su amor con toda la ternura

posible».  [27]


37. (...) El nos susurra al oído: «Ten confianza, hijo» (Mt 9,2); «ten confianza,

hija» (Mt 9,22). Se trata de superar el miedo y darnos cuenta de que con él no

tenemos nada que perder. A Pedro, que desconfiaba, «Jesús le tendió la mano

y lo sostuvo, mientras le decía: […] “¿Por qué dudaste?”» (Mt 14,31). No

temas. Deja que él se acerque, que se siente a tu lado. Podremos dudar de

muchas personas, pero no de él. Y no te detengas por tus pecados. Recuerda

que muchos pecadores «se sentaron a comer con él» (Mt 9,10) y Jesús no se

escandalizaba de ninguno. Los elitistas de la religión se quejaban y lo trataban

de «un glotón y un borracho, amigo de publicanos y de pecadores» (Mt 11,19).

Cuando los fariseos criticaban esta cercanía suya a las personas consideradas

de baja condición o pecadoras, Jesús les decía: «Quiero misericordia y no

sacrificios» (Mt 9,13).

38. Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu

existencia, de levantarte, de llenarte con su fuerza. Porque antes de morir, dijo

a los discípulos: «No los dejaré huérfanos, volveré a vosotros.

La mirada

39. Cuenta el Evangelio que un rico se acercó a él, lleno de ideales, pero sin

fuerzas para cambiar de vida. Entonces «Jesús lo miró con amor» (Mc 10,21).

¿Puedes imaginarte ese instante, ese encuentro entre los ojos de este hombre y

la mirada de Jesús? Si te llama, si te convoca a una misión, primero te mira,

penetra lo más íntimo de tu ser, percibe y conoce todo lo que hay en ti,

deposita en ti su mirada: 40.

41. Precisamente porque está atento a nosotros, él es capaz de reconocer cada

buena intención que tengas, cada pequeño acto bueno que realices. Cuenta el

Evangelio que vio «a una viuda de condición muy humilde, que ponía [en el

tesoro del templo] dos pequeñas monedas de cobre» (Lc 21,2) e

inmediatamente se lo hizo notar a sus apóstoles. Jesús presta atención de tal

modo que se admira por las cosas buenas que reconoce en nosotros. Cuando el

centurión le rogaba con total confianza, «al oírlo, Jesús quedó admirado»

(Mt 8,10). Qué hermoso es saber que si los demás ignoran nuestras buenas

intenciones o las cosas positivas que podamos hacer, a Jesús no se le escapan,

y hasta se admira.

Las palabras

43. Aunque en las Escrituras tenemos su Palabra siempre viva y actual, a veces

Jesús nos habla interiormente y nos llama para llevarnos al mejor lugar. Ese

mejor lugar es su propio corazón. Nos llama para hacernos entrar allí donde

podemos recuperar las fuerzas y la paz: «Vengan a mí todos los que están


cansados y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28). Por eso pidió a sus

discípulos: «Permanezcan en mí» (Jn 15,4).

44. Las palabras que Jesús decía indicaban que su santidad no eliminaba los

sentimientos. En algunas ocasiones mostraban un amor apasionado, que sufre

por nosotros, se conmueve, se lamenta, y llega hasta las lágrimas. Es evidente

que no le dejaban indiferente las preocupaciones y angustias comunes de las

personas, como el cansancio o el hambre: «Me da pena esta multitud, […] no

tienen qué comer […], van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de

lejos» (Mc 8,2-3).

46. Todo lo dicho, si se mira superficialmente, puede parecer mero

romanticismo religioso. Sin embargo, es lo más serio y lo más decisivo.

Encuentra su máxima expresión en Cristo clavado en una cruz. Esa es la

palabra de amor más elocuente. Esto no es cáscara, no es puro sentimiento, no

es diversión espiritual. Es amor. Por eso cuando san Pablo buscaba las palabras

justas para explicar su relación con Cristo dijo: «Me amó y se entregó por mí»

(Ga 2,20). Esa era su mayor convicción, saberse amado. La entrega de Cristo

en la cruz lo subyugaba, pero sólo tenía sentido «Me amó».

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