(Pueden ser unos apuntes geniales del juicio después de la muerte y la purificación del purgatorio. Se aconseja fijarse en el qué, más que en el cómo.) Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, « como a través del fuego ». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios. Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría. Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la « duración » de este arder que transforma. El « momento » transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del « paso » a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo[39]. El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación « con temor y temblor » (Fil 2,12). No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro « abogado », parakletos (cf. 1 Jn 2,1).(spe salvi,47, de Benedicto XVI)
Estás en un blog espumoso, intimista, paradójico; de lo humano y de lo divino. No soy mejor que tú... Me propongo hablar a la cara y que me hables a la cara, sin caretas, sin retorno, a quemarropa... blog del Profesor Tirapu
miércoles, abril 22, 2009
Crimen y castigo? La esperanza del juicio de Dios.
(Pueden ser unos apuntes geniales del juicio después de la muerte y la purificación del purgatorio. Se aconseja fijarse en el qué, más que en el cómo.) Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, « como a través del fuego ». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios. Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría. Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la « duración » de este arder que transforma. El « momento » transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del « paso » a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo[39]. El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación « con temor y temblor » (Fil 2,12). No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro « abogado », parakletos (cf. 1 Jn 2,1).(spe salvi,47, de Benedicto XVI)
¡Qué interesante! Estoy de acuerdo. Como decía san Juan de la Cruz “a la tarde… te examinarán del amor”. Pienso que eso es lo que sucederá en el Juicio final, que seremos examinados por nuestras acciones y del amor que pusimos en cada una de ellas.
ResponderEliminarSí, pero eso me da miedo. Temblor y temor, aunque Jesús sale al encuentro. Piense que quienes son rechazados tampoco se acuerdan de cuando vieron a Jesús hambriento, desnudo, preso. Da un poco de miedo verse despojado de toda mentira, excusa, etc. Rece por mí, recemos.
ResponderEliminarUn sacerdote siempre dice que toda persona que quiera de verdad ir al Cielo irá.Eso me anima.Ya se que habrá que purgar las faltas etc,pero la recompensa final:LA VIDA ETERNA merece la pena.
ResponderEliminarSí, pero como dice Sinretorno, a mí me ha dejado impresionada lo del "temblor y temor". Uf!! Recemos, recemos.
ResponderEliminarTemblor y temor,claro que da miedo,miedo a lo desconocido,al perdón ,nosotros somos malos jueces de nosotros mismos,pero Dios sabe más,Dios se hizo hombre,sufrió ,padeció ,murió por todos nosotros,por cada uno de nosotros .Por el Amor que nos tiene.El sabe lo que somos ,como David y Goliath,somos diminutos,pero gana David,porque le acompaña Dios y así será, Dios nos cogerá de la mano como nuestra "madre"querida,confiemos en El.
ResponderEliminar¿Entonces el "fuego eterno no existe para nadie"?
ResponderEliminar¿Habrá también un cielo?...
No se nada.
Saludos
He puesto ese texto del Papa, del que me hablaron ayer, y me ha conmovido. Luisa ,con sus palabras, lo ha dicho muy bien. Sí existe premio, castigo y purificación. Me llama la atención que no podemos medir el tiempo del corazón....La encíclica de benedicto sobre la esperanza es canela en rama, lo mejor leerla y meditarla. Yo la leí, pero ya casi me había olvidado de muchas cosas.
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