La visita del Papa a Cuba ha tenido un significado distinto de la realizada a México. En este último país, hasta los narcos son católicos. Ciertamente católicos sui generis, pero suelen morir -cuando mueren en la cama- bajo el manto de la Virgen de Guadalupe. En Cuba, aunque el 61% de los cubanos están bautizados, sus creencias han sido trituradas por los años de la dictadura cubana. De ahí que no llegue a un 10% el porcentaje de católicos practicantes. Además, el cristianismo está aquí contaminado por las religiones afroamericanas y animistas de la Santería.
Imagen del Papa Benedicto XVI durante la reunión con Fidel Castro (Efe).
Benedicto XVI ha seguido en su viaje por la isla caribeña las huellas de Juan Pablo II. A su vez, ha puesto las bases para impulsar el relativo cambio que produjo la visita de su antecesor, impulso apoyado por los más de 3.000 periodistas que cayeron como una nube sobre La Habana en 1998. Cuando el Papa se marchó, Fidel Castro -que años después decretaría en toda la isla tres días de luto por la muerte de su “amigo” Juan Pablo II- concluyó su despedida con estas palabras: “Le agradezco todo lo que ha dicho en este país, incluso las cosas que usted ha dicho con las que yo podría no estar de acuerdo”.
Hoy la situación se repite. Benedicto XVI aterrizó en Cuba precedido por el eco de las declaraciones hechas en vuelo hacia México: “Es evidente que la ideología marxista (…) ya no corresponde a la realidad”. Y, refiriéndose directamente a Cuba: "Nuevos modelos deben ser encontrados con paciencia y de forma constructiva (...), nosotros queremos ayudar”. La respuesta del canciller cubano fue tan amable como las palabras de entonces de Fidel: “Respetamos todas las opiniones”. La pregunta es, ¿seguirá todo casi igual después de la visita de Benedicto XVI?
Cuba no es Polonia
La esperanza está puesta en que la visita papal sirva de espoleta para una pacífica Primavera cubana. De hecho, la disidencia, que miraba con escepticismo -cuando no con reticencia- la visita papal, ha pasado de la duda a un moderado optimismo después de las firmes palabras de Benedicto XVI, primero en el vuelo hacia México y, después, al llegar a Cuba en el propio aeropuerto de Santiago: “Llevo en mi corazón los sufrimientos y alegrías, las preocupaciones y anhelos de todos los cubanos y en especial de los más desprotegidos”, incluidos, "los presos y sus familiares". Pero es evidente que Cuba no es Polonia. Desde luego, la Iglesia en Cuba ha ganado prestigio con su mediación para la liberación de presos políticos y su influencia religiosa es cada vez mayor. Pero aspirar a que la Iglesia católica cubana alcance el peso que tuvo la polaca en la política de aquel país es aún una utopía.
Sin embargo, si “todo viaje de mil leguas comienza siempre con un paso”, la zancada cubana de Juan Pablo II abrió un camino que ahora ha recorrido Benedicto XVI. Un camino que no solamente ha debido bordear el precipicio marxista, si no también el capitalista. Quiero decir que Estados Unidos ha seguido con atención este viaje. La presión de casi tres millones de cubanos instalados en Miami, la antigua humillación de Bahía de Cochinos y el drama de los misiles cubanos son algunas de las razones que hacen que, todavía hoy, Obama tuerza el gesto ante el espectáculo de un Papa que se pasea por el feudo de sus adversarios los Castro. Si Benedicto XVI ha fustigado el marxismo, también ha vuelto a rechazar -como hizo Juan Pablo II, aunque más indirectamente- el embargo estadounidense. Su condena a “las medidas económicas restrictivas impuestas por el exterior, que pesan negativamente sobre la población”, es un rechazo a posiciones de fuerza económicas de presión, que la historia moderna ha demostrado ineficaces para producir un cambio radical de régimen.
El último gran espectáculo político del siglo
El periodista Tad Szulc, por entonces corresponsal de The New York Times y que en 1961 anticipara la invasión de Bahía de Cochinos, calificó el encuentro entre Fidel Castro y Juan Pablo II “como el último gran espectáculo político del siglo”. Un gran espectáculo, en efecto, pero no político. Lo que hizo el Papa Wojtyla fue cambiar los parámetros políticos de la situación por parámetros humanos o éticos. Algo similar ha hecho Benedicto XVI. Recién llegado al aeropuerto de Santiago, alentó “la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana y sus derechos fundamentales”, enfrentándolos a esa anomalía política e histórica que supone la herejía cubano-marxista.
Desde luego, ni Fidel ni Raúl Castro son hoy los mismos que entre 1959 y 1990 encarcelaron o exiliaron aproximadamente a 3.500 sacerdotes y monjas católicos, nacionalizando todas las propiedades de la Iglesia. El presidente Raúl Castro -que ha recibido en el Palacio de la Revolución de La Habana al Papa Ratzinger- y el propio Fidel, que con todo respeto pidió ser recibido por el Papa, han cambiado bastante desde el inicio de la revolución que da su nombre a la gran plaza que ha acogido el último acto de Benedicto XVI en Cuba. Hasta la caída del Muro de Berlín, la revolución de Fidel y Raúl fue un modelo de resistencia a los yankees para toda Latinoamérica. Hoy es el último reducto de una vieja y pasada historia, que presiden todavía dos ancianos camaradas y hermanos.
La fuerza de la primera de las libertades
¿Logrará Benedicto XVI lo que se convirtió en síntesis de la predicación de Juan Pablo II en la bella isla caribeña, es decir, que "Cuba se acerque al mundo y que el mundo se acerque a Cuba"? Desde mi punto de vista, ambas cosas son inevitables. La anomalía política cubana necesita asomarse -como ha hecho esa otra gran anomalía política que es China- al mundo occidental que rodea la última muralla que, en Occidente, separa a todo un pueblo de la libertad. Lo cual significa abrir los grilletes ideológicos que aún aprisionan al pueblo cubano, aunque sin impaciencias, es decir, sin “transformar las iglesias en trincheras politicas”. Coincido con el análisis de Foreign Policy cuando hace notar que “la visita de Benedicto XVI a Cuba consolida el dialogo institucional entre el gobierno de Raúl Castro y la Iglesia católica, ofreciendo incentivos para que ésta participe de forma pacifica en la renovación del régimen cubano”.
Por su parte, la agonía del régimen no conviene que sea acelerada por acciones bruscas. Más bien requiere una política de distensión, al estilo de la que parece preconizar el actual sustituto de la Secretaria de Estado, y antiguo nuncio en Cuba, Giovanni Angelo Becciu. Esto es, lo que se ha llamado “una especie de Ostpolitik a escala caribeña”, que haga posible una verdadera libertad religiosa. Si ella, la primera de las libertades, se acepta, detrás vendrán las restantes. A este salto cualitativo ha apostado Benedicto XVI. Su insistencia en la libertad religiosa y la de conciencia; su apelación a la “verdad” y a la “aportación imprescindible que la religión está llamada a desempeñar en el ámbito público de la sociedad”, es el gran mensaje que el anciano Papa ha dejado y que todavía flota por las calles de La Habana. El “cambio” en Cuba, al que ha aludido el Papa en la Plaza de la Revolución , sólo se dará si es capaz de conectarse con la verdad, incluida la verdad religiosa. Esa verdad de la que, al parecer, han hablado Benedicto XVI y Fidel Castro en esa media hora de entrevista que han tenido los dos veteranos luchadores.
¡Qué buen análisis! ¡Gracias!
ResponderEliminarUn tanto optimista el autor. Pero el análisis es bastante bueno
ResponderEliminarUn tanto optimista es el autor. Pero el comentario es sólido y brillante
ResponderEliminarAlgo optimista el autor. Pero el comentario es sólido y brillante
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