martes, marzo 01, 2016

Oscar y pederastia...


increíbleAréchaga....
https://blogs.aceprensa.com/elsonar/el-foco-y-las-sombras/
el-foco-y-las-sombras
Hay buen y mal periodismo, como hay buen y mal cine. Los Oscar han premiado Spotlight, un sólido film sobre la investigación periodística del Boston Globe, que denunció el encubrimiento de los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes en la diócesis de Boston. Simultáneamente, los “anti-Oscar”, los premios Razzie, dedicados a ensalzar lo peor del año, han dedicado casi todos sus premios a 50 sombras de Grey. Ojalá Spotlight supere la taquilla de 50 sombras de Grey, que ha amasado 457 millones de euros, pero mi instinto me dice que no va a ser así.
También en el periodismo, el rigor y la objetividad no es lo que más vende, y, por desgracia, no es siempre lo que más influye. El Boston Globe prestó un buen servicio a la verdad y también a la Iglesia al rastrear los casos de abusos y denunciar el encubrimiento y mala gestión de la jerarquía, más preocupada de proteger el buen nombre de la institución que de atender a las víctimas y de hacer limpieza en sus filas.
Como periodista me satisface que una investigación concienzuda como la del diario de Boston, que en su día mereció el premio Pulitzer, sea celebrada. Pero, también como profesional, pienso que buena parte de lo que luego se convirtió en un diluvio informativo sobre el tema no está ni de lejos a la altura de los reportajes del Boston Globe. Es llamativo que una cobertura periodística tan amplia como la que ha tenido el tema, haya dejado impresiones tan confusas e inexactas en la opinión pública. Señalo algunas.
En primer lugar, la extensión del fenómeno. Es verdad que, después de la denuncia en EE.UU., saltaron a la opinión pública los casos ocurridos en otras Iglesias en Europa., sobre todo en Irlanda y Holanda. Pero, a base de generalizaciones, no pocos han transmitido la impresión de que el clero católico estaba infestado de depredadores sexuales. Sin embargo, por ceñirnos al país más afectado, EE.UU., el balance estadístico más preciso realizado por el John Jay College of Criminal Justice encontró que en el periodo 1950-2002, las denuncias afectaron al 4% de los sacerdotes activos, y que una minoría aun más pequeña (149 sacerdotes) acumulaba más de un cuarto de las denuncias (27%). Y en otros países, la proporción ha sido mucho menor. Esa minoría produjo un daño que habría que haber atajado y que ha perjudicado la credibilidad de la Iglesia y el buen nombre de la gran mayoría de sacerdotes sanos. ¿Ha sabido presentarlo así la mayor parte de la prensa?
La compresión del fenómeno ha quedado empañada muchas veces por el olvido del contexto histórico en que se produjeron los hechos, que en muchos casos se remontan a hace varias décadas. Hoy nos parece evidente que la “tolerancia cero” es la única política posible. Pero en los años setenta y ochenta, cuando se alcanzó el punto álgido de los escándalos, el clima era muy distinto. En plena revolución sexual, se trataba de liquidar los viejos tabúes. En el caso de los menores, las organizaciones homosexuales pedían la rebaja de la edad de consentimiento sexual. Parte de los Verdes alemanes y un partido específico en Holanda apoyaban la legalización de la pedofilia, contra “la hipocresía sexual burguesa”. Si algo se reprochaba a la Iglesia es que no relajara más las normas de comportamiento sexual y mucha prensa jaleaba a los clérigos que se mostraban más “liberales”. Lo curioso es que la erotizada cultura mediática reprocha ahora a la Iglesia el haber sido demasiado tolerante con una conducta sexual licenciosa. Quizá no vendría mal que los medios de hoy consultaran su propia hemeroteca para recordar lo que defendían en aquellos años.
La Iglesia y los otros
Por otra parte, el tratamiento periodístico y la continuidad en la información no han sido los mismos cuando han afectado a la Iglesia católica o a otras instituciones. En no pocos casos se ha dado la impresión de que los abusos sexuales a menores eran un problema específico del clero católico. En realidad, informes como los de Philip Jenkins, no católico, autor de Pedophiles and Priestsmuestran que el problema de los abusos no es más grave en la Iglesia católica que en otros ámbitos. Para Jenkins, todo esto provoca que “la opinión pública se haya familiarizado con la figura del ‘cura pederasta’, mientras que los abusadores de otros ámbitos pasan desapercibidos (…) o son vistos como malhechores aislados”. Si preocupa la protección de los niños, hay que investigar y denunciar también los casos que se producen en el entorno familiar, en los círculos deportivos, en asociaciones juveniles, en escuelas laicas. Pero en el banquillo mediático de los acusados parece que ha habido poco sitio para estos otros responsables.
También se distorsiona la realidad cuando el encubrimiento de casos de este tipo se presenta como una práctica que solo se dio en la Iglesia católica. Cuando se han ido desatando las lenguas, se ha visto que la reacción en otras instituciones fue similar: como en la BBC con el caso Jimmy Savile, en la ONU frente a los abusos de cascos azules en África, o en equipos deportivos de universidades americanas
El legítimo afán de denunciar la injusticia y hacer luz en este tema no siempre ha sido acompañado de esas elementales reglas del oficio periodístico, que obligan a respetar la presunción de inocencia, a contrastar las fuentes, a escuchar al acusado. Esto ha llevado a veces a linchar mediáticamente a clérigos que luego han resultado inocentes, como el caso del obispo castrense de Australia, Mons. Max Davis, que acaba de ser absuelto en los tribunales después de años de persecución. Otras veces el sensacionalismo ha llevado a pintar escenarios dramáticos de abusos, que luego han sido desmentidos o matizados por informes documentados, como ocurrió en Irlanda en el caso de las lavanderías Magdalena o los niños muertos en el asilo de Tuam. Lo malo es que, cuando se descubre que eran exageraciones o falsedades, la respuesta de algunos informadores ha sido: de acuerdo, pueden haber sido mentiras, pero han sido mentiras positivas porque han servido para llamar la atención sobre un problema innegable.
En esos casos de informaciones que han resultado falsas, mi impresión es que muchas veces la prensa ha preferido mirar hacia otra parte y silenciar los propios errores o de los colegas. También aquí se ha impuesto no pocas veces la “omertà”. Hemos puesto en la picota a los obispos que ocultaron los casos de abusos, pero rara vez a los medios que han abusado de la confianza de los lectores con informaciones erróneas o falsas. Quizá también los periodistas estamos a veces más preocupados del buen nombre de la profesión que de servir a los lectores.
Es justo que celebremos el buen hacer periodístico que se nos cuenta en Spotlight. Pero no está de más que señalemos también las cincuenta sombras que han distorsionado la información sobre este tema. Por el bien del periodismo.

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