viernes, noviembre 04, 2016

De la carta del Prelado del Opus Dei de noviembre.


http://opusdei.es/es-es/document/carta-del-prelado-noviembre-de-2016/

GRACIAS!!!!!







El Señor no exige que no nos equivoquemos nunca, sino que nos levantemos siempre, sin quedarnos amarrados a nuestros errores; que caminemos por esta tierra con serenidad y confianza de hijos. Meditemos con frecuencia esas tiernas palabras de san Juan: en su presencia tranquilizaremos nuestro corazón, aunque el corazón nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestro corazón y conoce todo[5]. La paz interior no pertenece a quien piensa que todo lo cumple bien, ni a quien se despreocupa de amar: surge en la criatura que siempre, incluso cuando cae, vuelve a las manos de Dios. Jesucristo no ha venido a buscar a los sanos sino a los enfermos[6], y se contenta con un amor que se renueva cada jornada, a pesar de los tropiezos de los hombres, porque acuden a los sacramentos como a la fuente inagotable de perdón.
La misericordia nos urge también a acoger a los demás, a inclinarnos hacia ellos; somos capaces de transmitirla si la hemos recibido de Dios. Así, «tras haber obtenido misericordia y abundancia de justicia, el cristiano se dispone a tener compasión de los infelices y a rezar por los otros pecadores. Se vuelve misericordioso incluso hacia sus enemigos»[7]. Sólo la comprensión magnánima de Dios «es capaz de recuperar el bien perdido, de pagar con el bien el mal cometido y de generar nuevas fuerzas de justicia y de santidad»[8].
No faltan ocasiones en las que el peso del trabajo o de las dificultades podrían anestesiar un poco el corazón, como las espinas que ahogan la buena semilla. Dios nos pone el corazón en carne viva, para que nos inclinemos a los demás, no sólo ante los problemas o las tragedias, sino también en la multitud de pequeñas cosas diarias, que requieren un corazón atento, que quita relevancia a lo que realmente no la tiene, y que se esfuerza por darla a lo que verdaderamente importa, pero que quizá pasa inadvertido. Dios no nos convoca sólo a convivir con los demás, sino a vivir para los demás. Nos reclama una caridad afectuosa, que sepa acoger a todos con una sincera sonrisa[9].
Por eso acudamos siempre a la oración, especialmente cuando pensemos que una situación o una persona nos supera, para confiar entonces al Señor los obstáculos que encontramos en nuestro caminar. Roguémosle que nos ayude a superarlos, a no concederles demasiada importancia. Pidámosle que nos conceda un amor a la medida del suyo, por intercesión de Santa María, Mater misericordiæ

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