miércoles, diciembre 14, 2016

Obituario de Javier Echevarría, de Navarro Valls.










SEGUNDO PRELADO DEL OPUS DEI
La alegría de Javier Echevarría
Conocí a Javier Echevarría el verano de 1963,  en la Universidad de Navarra. Acompañaba   al fundador del Opus Dei – hoy san Josemaría Escrivá – y al hoy beato Alvaro del Portillo. Iniciaba yo mi tesis doctoral, después de licenciarme en la Universidad de Murcia.
En mi primer encuentro con él, me sorprendió gratamente  su buen humor – probablemente  heredado de su casticismo madrileño, donde nació  el 14 de junio de 1932 – y su estrecha unidad con el fundador del Opus Dei. De hecho,  era su secretario particular desde 1956, y hasta la muerte de san Josemaría (1975) lo acompañó habitualmente, también en sus giras pastorales por Europa y América.
 Volví a tener otra entrevista con mons. Echevarría -ésta sobre temas de derecho canónico, ya que él era doctor en Derecho canónico y en Derecho civil- en Roma hacia 1980. Su conversación seguía siendo chispeante y llena de intuiciones de notable altura, sencillamente expresadas.  Ahora era secretario general del Opus Dei, cargo que, en 1982,  se transformó en vicario general, al ser erigido el Opus Dei como prelatura personal. Tanto como secretario general como  vicario general, la misión que tuvo durante muchos años con san Josemaría se trasladó a la persona del nuevo prelado del Opus Dei, Álvaro del Portillo. Resultaba sorprendente la unidad que tuvo con ambos, lo que exige mucha ductilidad, gran calibre intelectual y espiritual, además de extrema humildad. Comprendía muy bien lo que decía Benedicto XVI: “la caridad es la vía maestra que da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con los demás “.
La transformación del Opus Dei en prelatura personal  supuso para Javier Echevarría – como para todos los fieles de la Prelatura–  una sólida adaptación  de la realidad jurídica a la realidad vital. La pertenencia a la constitución jerárquica de la Iglesia de una prelatura erigida por la Sede Apostólica para la realización de una especial labor pastoral, no es porque sea una iglesia particular –que no lo es– sino porque teniendo el prelado, sea o no obispo, una potestad eclesiástica de jurisdicción ordinaria y propia, se inserta en la estructura jerárquica. Esa fue la tarea que cayó sobre sus hombros tras  la muerte de  Álvaro del Portillo, el 23 de marzo de 1994. Efectivamente, en abril de ese mismo año, mons. Echevarría, fue elegido -en primera votación-  prelado del Opus Dei. Juan Pablo II,  el 21 de ese mes de abril,  lo designó  prelado de la prelatura personal del Opus Dei,  y el 21 de noviembre, le nombró obispo.
Desde el primer momento, marcó como prioridades de su actividad la evangelización en los campos de la familia, la juventud y la cultura, y alentó numerosas iniciativas en favor de inmigrantes, enfermos y vulnerables. Personalmente  seguía muy de cerca  varios centros de cuidados paliativos para enfermos terminales. Al tiempo acentuó  la globalización apostólica  de la Prelatura, promoviendo el inicio estable de las actividades formativas en 16 países, entre otros, Rusia, Kazajistán, Sudáfrica, Indonesia y Sri Lanka, y viajó a los cinco continentes para impulsar la labor evangelizadora de los fieles y cooperadores del Opus Dei.
Destaca en su perfil la unión con el Papa. De hecho gozó de  la confianza continua de  tres Pontífices: Juan Pablo II, que lo ordenó obispo;  Benedicto XVI , del que recibió – entre otras-  la  alegría de bendecir una estatua de san Josemaría en la Basílica de San Pedro, junto a las otras 150  de santos de todo el mundo;  y el papa Francisco, que lo trató con especial confianza y cercanía. Es sintomática la prontitud de la reacción de Francisco en cuanto ha conocido la noticia del fallecimiento: inmediatamente llamó telefónicamente al vicario general, Mariano Fazio, para transmitirle sus condolencias y la seguridad de sus oraciones. Horas más tarde, envió  un afectuoso telegrama a Fernando Ocáriz, vicario auxiliar , dirigido a los fieles de la Prelatura. Entre otras cosas se lee : “Su paternal y generoso testimonio de vida sacerdotal y episcopal, a ejemplo de San Josemaría Escrivá y del Beato Alvaro del Portillo, a quienes sucedió al frente de toda esa familia . Entregó su vida en un constante servicio de amor a la Iglesia y a las almas “.
Javier Echevarría - ya lo he dicho- era hombre de notable buen humor. Pero en él, la alegría no era tanto un estado de ánimo cuanto una convicción, como si volviera sobre ella como una meta voluntaria cotidiana, algo distinto del puro talante festivo del simplemente chistoso. Pensemos en Francisco de Asís. La alegría – la “santa alegría” la llamaba- era una fuente que llegaba en sus raíces a la magnificencia de Dios . Algo similar ocurría con santa Teresa,  san Juan Pablo II y la Madre Teresa, por citar algunos ejemplos. Para Javier Echevarría la clave de la alegría era ser amigo de Dios, la convicción de que la alegría de servir a Dios es incompatible con el servicio a sí mismo.
Sus últimas palabras -a la pregunta del que lo acompañaba : ¿”Padre, está rezando”?-  fueron un susurro: “Estoy pidiendo por la fidelidad de todas y  todos”. Muy parecidas a las que solía decir a quienes en este último año, por uno u otro motivo, coincidíamos con él.
Ahora se abre un período electivo que se inicia con la designación del vicario auxiliar, dentro de un mes, del día en que se celebrará el Congreso electivo antes de tres meses. Los fieles electores irán a Roma con la misión de elegir al sucesor de los tres primeros presidentes o prelados que se han sucedido desde la fecha de fundación del Opus Dei (2 octubre 1928) hasta la muerte de mons. Echevarría. Las anteriores elecciones fueron serenas y tranquilas. Algo similar ocurrirá esta vez, sea cual sea el resultado de las votaciones.

Rafael Navarro-Valls
Vicepresidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España

(EL MUNDO, 14 diciembre 2016)

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