En la jerga periodística, se
llama 'serpiente de verano' a la noticia absurda, grotesca o inverosímil que
durante las vacaciones estivales divulgan los medios de comunicación, ante la
carestía de noticias trascendentes. A veces, sin embargo, una 'serpiente de
verano', en su aparente intrascendencia o peregrina inverosimilitud, puede
decirnos más sobre nuestra época que mil tratados de antropología. Es lo que ha
ocurrido con la serpiente (pero serpiente pitón o anaconda, por lo menos) de
este verano, que sin disputa ha sido la 'restauración' perpetrada por Cecilia
Giménez, una anciana del pueblo de Borja, de una pintura mural que representaba
un Ecce Homo, en el santuario de la Misericordia, sito en dicha localidad
zaragozana. La 'restauración', de un chapucerismo antológico, fue realizada sin
embargo de buena fe por la pintora aficionada; y, tras convertirse en un
fenómeno mediático para escarnio de su autora, ha desencadenado una suerte de
culto idolátrico friqui que, al parecer, empieza a rendir opíparos beneficios
comerciales.
En la fascinación turulata que
la 'restauración' del Ecce Homo de Borja ha provocado descubrimos, en primer
lugar, la pervivencia de cierto humor hispánico de cuño esperpéntico que halla
un inconfesable deleite en carcajearse de las taras y defectos del prójimo. Este
humor, que ha dado momentos de gloria a nuestra literatura (de Quevedo a
Valle-Inclán) y, en general, a nuestro arte (el cine de Buñuel, por ejemplo),
suele despeñarse sin embargo más frecuentemente por los andurriales de la
chocarrería y la zafiedad. En el adefesio de Borja este humor ha hallado, sin
embargo, un desaguadero óptimo; pues, aunque en último término se carcajea de
una tara del prójimo (la insensata osadía de la 'restauradora', incapaz de
apreciar su escasa destreza con los pinceles), logra pasar las aduanas de la
corrección política, por no hacer burla directamente de tal tara, sino de sus
obras. Cecilia Giménez se convierte así en una involuntaria émula de aquel
pintor Orbaneja al que se refería Cervantes, «que cuando le preguntaban qué
pintaba respondía: 'Lo que saliere'; y si por ventura pintaba un gallo escribía
debajo: 'Este es gallo', porque no pensasen que era zorra».
A esta propensión esperpéntica
típicamente española se suma aquí, en segundo lugar, el fenómeno universal del
friquismo, que en la 'restauración' de Borja ha hallado un icono que puede lucir
orgullosamente. El friquismo es algo así como la mueca risueña que el hombre
contemporáneo adopta, una vez que el vómito del nihilismo lo ha dejado vacío y
exhausto. Después de que la modernidad pusiera en duda el sentido del mundo, la
posmodernidad nos enseñó que nada tiene sentido; y que el sinsentido, por lo
tanto, era la única ley que podía regir el mundo; un sinsentido erigido en
doctrina filosófica y en preceptiva artística.
El friquismo adopta esta máxima
posmoderna y la entroniza en los altares de un culto nuevo: el sinsentido se
convierte así en objeto de adoración satisfecha, haciendo de los gustos más
estrambóticos y desquiciados un signo de identidad y organizando en su derredor
un universo complaciente y jovial (que, en el fondo, es una anestesia de la
rabia y el enojo que nos provoca vivir en un mundo que ha extraviado el
sentido). Si la posmodernidad proclamó con entusiasmo que el arte debía dejar de
buscar el bien, la verdad y la belleza, para convertirse en un aspaviento o
expresión caótica de irracionalidad, encumbrando a categoría estética la
iconoclasia al estilo de Duchamp, ¿por qué el friquismo, que es el recuelo o
resaca última de la posmodernidad, no va a encumbrar el adefesio de Borja?
Por último, y como corolario de
lo anterior, no creo que sea baladí que la pintura 'restaurada' de Borja sea de
asunto religioso. Si a Cecilia Giménez le hubiese dado por 'restaurar' un cuadro
de Picasso o Tàpies, sospecho que los medios de comunicación no habrían
celebrado su osadía con tanto alborozo. La pintura religiosa, durante siglos,
fue expresión, más o menos sublime, de un mundo que 'tenía sentido'; y también
de un arte que buscaba el bien, la verdad y la belleza. De un modo tal vez
inconsciente, en la 'restauración' de Borja nuestra época celebra la profanación
de tales aspiraciones, que han llegado a resultarle odiosas. Porque siempre se
odia aquello que no se puede alcanzar: aunque ese odio adquiera expresiones
jocosas; aunque se utilice a una pobre anciana, émula de Orbaneja, para darle
carta de naturaleza.
Juan Manuelde Prada.
¿Como se aplaude aquí? Bueno pondré: APLAUSOS. Ojala yo hubiese podido escribir algo así. Muy bien dicho.
ResponderEliminarUn abrazo Sinret.
Mento, majísima,el artículo es de Juan Manuel de Prada que esun escritor c onsumado.
ResponderEliminarDa gusto leerle, Sinretorno, independientemente del tema tratado, por su estilo.
ResponderEliminarCoincido que el hecho de que el cuadro en cuestión sea de temática religiosa ha afilado más las plumas, y también en que la noticia es una auténtica chorrada y su protagonista una auténtica imbécil, que bien podría haberse callado para evitar mayores escarnios.
Eso sí, considero que la Orbaneja de nuestros días debería recibir algún tipo de sanción por el daño causado a una obra de arte.
Si la señora ha conseguido vender más cuadros desde la publicación d ela noticia es que vivimos en un país mucho peor del que yo imaginaba.
Jo, no había visto que el artículo era de Juan Manuel de Prada...
ResponderEliminarAun así, me reitero en lo dicho respecto al blog en conjunto.