sábado, enero 12, 2013

Confesar los pecados y ser perdonado.



Son tiempos de protestas, de descontentos. Me asombran los suicidios frecuentes en Occidente; un amigo médico me dijo que en el Congo, nadie se suicida.Sería bueno empezar por estar descontentos de nosotros mismos: pereza, envidia, soberbia, lujuria, ira, glotonería, avaricia, infidelidad. estamos en una sociedad siquiatrizada.

A quienes les perdonareis los pecados les sera´n perdonados, el hijo pródigo. necesitamos ser perdonados y quién puede perdonar los pecados sino Dios ? Yo te absuelvo de tus pecados, dice el sacerdote. Sacerdotes pónganse a confesar y vamos a confesarnos con más frecuencia; los niños también, que es mentira que atormente esete sacramento de la misericordia de Dios. Seguro que mejoramos y que hay mucha más alegría. bendito Dios que perdonas , todo y para siempre. Contaba San Josemaría Escrivá, que algunos anticlericales decían que les gustaría matar al último cura ahogándole en las tripas del último Obispo; que mal gusto decía; poneos a confesar y a matar a los sacerdotes de penitentes. Gracias Dios mío. Quiera Dios que este post le anime aunque sólosea a uno a confesar; que no sabes, pregunta a un sacerdote y te ayudará, atención personalizada.


4 comentarios:

  1. Ser perdonado y que en el cielo se celebre una fiesta y ser abrazados por el Señor
    ¡ que grande es la confesión !

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  2. Si Amigo, estoy de acuerdo contigo, en mi caso la confesión frecuente se hizo imprescindible cuando comencé a acudir a misa a diario......no tenia mas remedio que acoger al señor dentro de mi con el corazón limpito.
    Pienso que va todo unido....ya sabes una cosa lleva a la otra y a sí.
    Tengo algunos amigos psicólogos y nunca les doy trabajo, pero a mi confesor.....puf pobre hombre.

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  3. La visita

    Era en Belén y era Nochebuena la noche .
    Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
    Era una mujer seca, harapienta y oscura
    con la frente de arrugas y la espalda curvada.

    Venía sucia de barros, de polvo de caminos,
    la iluminó la luna y no tenía sombra.
    Tembló María al verla; la mula no, ni el buey,
    rumiando paja y heno, igual que si tal cosa.

    Tenía los cabellos largos, color ceniza,
    color de mucho tiempo, color de viento antiguo;
    en sus ojos se abría la primera mirada
    y cada paso era tan lento como un siglo.

    Temió María al verla acercarse a la cuna.
    En sus manos de tierra ¡Oh Dios! ¿qué llevaría…?
    Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
    y le llevó la cosa que llevaba escondida.

    La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
    ¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
    El Niño la miraba, también la mula, el buey
    mirábala y rumiaba, igual que si tal cosa.

    Era Belén y era Nochebuena la noche.
    Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
    María al conocerla, gritó y la llamó: “¡Madre!”
    Eva miró a la Virgen y la llamó “¡Bendita!”

    ¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
    Afuera aún era pura, dura la nieve fría.
    Dentro, al fin, Dios dormido, sonreía teniendo
    entre sus dedos niños, la manzana mordida.

    Antonio Murciano

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