Cuarta Palabra:
"DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR
QUÉ ME HAS ABANDONADO?" (Mt 27,36)
Se acerca la muerte. No
es el final de la existencia corporal, la liberación y la paz, sino la muerte
que representa el fondo del abismo, la inimaginable profundidad de la angustia
y devastación. Se acerca tu muerte. Desnudez, impotencia horrible, desolación
desgarradora. Todo cede, huye... No existe más que abandono lacerante. Y en
esta noche del espíritu y de los sentidos, en este vacío del corazón donde todo
abrasa, tu alma insiste en llorar. La tremenda soledad de un corazón consumido
se hace en ti invocación a Dios.
¡Seas adorada oración
del dolor, del abandono, de la impotencia abismal, del Dios abandonado! Si Tú,
Jesús, eres capaz de orar en tal angustia, ¿dónde habrá un abismo tal que desde
él no se pueda gritar al Padre? ¿Hay una desesperación que no se pueda hacer
oración si busca refugio en tu abandono? ¿Hay un mudo dolor capaz de ignorar
que su grito silencioso sea escuchado en las moradas celestiales?
Recitaste el Salmo 21
para hacer de tu abandono total una plegaria. Tus palabras: "Dios mío,
Dios, ¿por qué me has abandonado?". El grito desgarrador que tu Espíritu
Santo puso en el corazón del Justo de la Antigua Ley. Tú -si me está permitida
la explicación-, en el paroxismo del
sufrimiento, no has querido rezar de modo distinto a como lo hicieron tantas
generaciones anteriores a ti. En cierto modo, en aquella Misa solemne que Tú
mismo celebraste como sacrificio eterno has rezado con las fórmulas litúrgicas
consagradas y así has podido decirlo todo.
Enséñame a orar con las
palabras de la Iglesia de tal manera que se hagan palabras de mi corazón.
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