Hoy, Domingo de Ramos, entramos en la Semana más importante de la historia de la humanidad: pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo. Por la acción de la Sagrada liturgia, para la Iglesia no es un mero recuerdo, sino algo que de un modo misterioso vuelve a pasar. Este blog callará hasta el Domingo de resurrección.
Séptima Palabra:
"PADRE, EN TUS MANOS
ENCOMIENDO MI ESPÍRITU" (Lc 23,46)
¡Oh Jesús, el más
abandonado de los hombres, lacerado por el dolor, es tu fin! Ese final en el
que a un ser humano se le llega a quitar hasta la decisión libre entre el
rechazo y la aceptación. Es la muerte. ¿Quién te arrastra o qué te arrastra?
¿La nada? ¿El destino ciego? No, ¡el Padre! El Dios que une sabiduría y amor.
Así te dejas llevar y te abandonas en las manos ligeras e invisibles que a
nosotros, incrédulos, prendados de nuestro yo, se nos presentan como el ahogo
imprevisto, la crueldad y el destino ciego de la muerte.
Pero Tú lo sabes: son
las manos del Padre. Tus ojos, en los que ya se ha hecho la noche, son capaces
de ver al Padre; se han fijado en la pupila quieta de su amor, y tu boca
pronuncia la última palabra de tu vida: "Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu".
Todo lo devuelves a
quien todo te lo dio. Sin garantías y sin reservas confías todo a las manos de
tu Padre. ¡Qué amargo y pesado don! El peso de tu vida que acarreaste solo: los
hombres, su vulgaridad, tu misión, tu cruz, el fracaso y la muerte. Pero ahora
no has de llevarlo por más tiempo; puedes abandonarlo todo y a ti mismo en las
manos del Padre. ¡Todo! Estas manos sostienen segura y cuidadosamente. Son como
las manos de una madre. Acogen tu alma tan delicadamente como un pajarillo que
se alberga entre las manos. Nada tiene peso. Todo es luz y gracia, todo es
seguridad al amparo del corazón de Dios, donde la pena se puede desahogar en
llanto y donde el Padre seca las lágrimas de las mejillas de su hijo con un
beso.
Jesús,
¿encomendarás un día mi pobre alma y mi pobre cuerpo a las manos de tu Padre?
Depón el peso de mi vida y de mis pecados sobre la balanza de la justicia en
los brazos del Padre. ¿Adónde huiré, donde me esconderé sino en ti, hermano en
la amargura, que has padecido por mis pecados? Hoy me tienes ante ti. Me
arrodillo bajo tu cruz. Beso tus pies que, silenciosos e intrépidos, me siguen
con el paso sangrante por los caminos de la vida. Abrazo tu cruz, Señor del
amor eterno, corazón de los corazones, corazón paciente, traspasado e
infinitamente bueno. Ten piedad de mí. Acógeme en tu amor. Y cuando mi
peregrinar llegue a su fin, cuando el día decline y me envuelvan las sombras de
la muerte, pronuncia entonces tu palabra definitiva: Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu. ¡Oh buen Jesús! Amén.
¡Buen camino hacia la Pascua!
ResponderEliminarQue bonito!en mi último día yo también quiero encomendar mi espíritu al Padre.Confiar en El sin vacilar,sin miedos.Amen
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