Jesús siempre viene de noche. De noche nació en Belén, de noche se presentó a los suyos caminando sobre el agua, cubrió de noche los cielos para entrar en el sepulcro, y de noche, también, resucitó.
Desde hace muchos años, tres puntos sobre la Tierra centran mi atención, como tres imanes poderosísimos: el crucifijo, la Escritura, y la Eucaristía. Los tres son noche. El crucifijo repugna a la sensibilidad y espanta a la pobre carne. La Escritura oculta en tinieblas su secreto a los sabios de este mundo. Y la Eucaristía, seca a la vista, gusto y tacto, deja crucificado al sentido en las tinieblas más espesas.
Así, con los ojos del cuerpo fijos en las sombras, sin retirarse por nada, abre el alma sus ojos de búho, que sólo de noche se despiertan, y la fe encuentra claridades nocturnas que el sentido desconoce. Cristo, Dios amante en la Cruz. Cristo llenando la Escritura. Cristo realmente, corporalmente presente en la Hostia. Queda el espíritu bañado en luz mientras los ojos se duermen. No despertaré.
Y, si llega de noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Breve comentario del evangelio, siempre vivo, de http://www.espiritualidaddigital.com/
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