El mundo tiene sus caminos, y Dios tiene los suyos. Cuando san Romualdo comenzó a fundar los conventos de lo que sería la Camáldula, ordenaba al prior de cada uno que no saliese de su celda más que los domingos; que diese unos breves consejos a los monjes y volviese a su celda a ayunar y orar hasta el domingo siguiente. Se le rebelaron los priores, y le apalearon los monjes. ¿Cómo iba a gobernar con eficacia un convento un prior que apenas salía de su celda, y que pasaba los días ocupado solamente en la oración y el ayuno? Pero el santo tenía razón.
Jesús, sabiendo que iban a venir para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
«Súbete a una poltrona –piensan los hombres– y dirige el mundo hacia el Paraíso. Despliega tus capacidades, muestra tu poder, y nada ni nadie se te resistirá».
Entrégate a Dios, dale cuanto tienes, ámalo con todas tus fuerzas y no desees otra cosa sino hacer su Voluntad… Entonces cambiarás el mundo.
Es buena noticia. Porque en la poltrona no cabemos todos. Pero todos podemos rezar y amar a Dios. Nadie tendrá excusa para no cambiar el mundo.
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