Una semana. Dos millones de jóvenes. Y un periodista que se pierde y se encuentra entre la multitud. Aunque se define como «un perro verde entre los jóvenes del Papa», Arturo San Agustín más bien se sitúa frente al acontecimiento como un sabueso que olfatea a pie de calle, que se detiene en lo pequeño para hacerlo grande, en los encuentros casuales para hacerlos causales de lo que ocurrió esos días en Madrid... Así se plantea esta crónica de 178 páginas que aborda la Jornada Mundial de la Juventud en primera persona.
«La JMJ no fue un espejismo. Los jóvenes católicos son reales y están ahí, trabajando en barrios como El Rabal con aquellos que más lo necesitan. Lo que ocurre es que se desconoce que existen porque no gritan como otros», explica San Agustín, que a renglón seguido reconoce que precisamente «la palabra “normal” es quizá la que más se repite cuando conversaba con aquellos que contemplaban la JMJ en Madrid desde fuera. La gente se sorprendía de cómo eran estos jóvenes católicos: ni ñoños ni mojigatos, sino unos jóvenes desinhibidos, que se mueven en las redes sociales, que van a la moda sin complejo alguno por ser cristianos».
A estas conclusiones llega el autor después de conversar con muchos jóvenes o, simplemente, de observar cómo hablaban, cómo paseaban por la Puerta del Sol o cómo se postraban para rezar. Así, se hizo peregrino como ellos paseando por el Museo del Prado, por Cibeles, dejándose caer por Cuatro Vientos o por el Fòrum de Barcelona los días previos a las diócesis». Precisamente la que más me impactó fue una chica francesa del grupo Emmanuel a la que vi en la feria vocacional del parque del Retiro. Apenas decía nada, pero tenía una gran presencia interior y emanaba una luz que me impresionó. Y todo esto sin dar una imagen bobalicona, sino fuerte y potente», comenta.
Tres meses después cabe preguntarse qué poso deja el encuentro con el Papa en nuestro país. Arturo San Agustín lo tiene claro: «A los convencidos de que todo lo católico es malo, no les vas a cambiar de opinión, pero al menos sí les dio que pensar qué llevaba a tantos jóvenes a reunirse en torno al Papa en una ciudad como Madrid en pleno mes de agosto».
De ahí que no dude en pedir una nueva JMJ para España. «Ha supuesto toda una experiencia personal y colectiva a nivel nacional. Si yo fuera alcalde intentaría convocar una de vez en cuando porque he podido comprobar que permite mejorar sobremanera la salud social».
Una terapia de rejuvenecimiento
«No se puede volver a los dieciocho años, pero sí se puede transcurrir una semana entre personas que viven en ese tiempo». Así arranca la crónica de Arturo San Agustín, un relato en el que da voz y voto a todo aquel que paseó por Madrid la tercera semana de agosto, desde un conductor de autobuses a un anciano «rejuvenecido» por la invasión.
«La JMJ no fue un espejismo. Los jóvenes católicos son reales y están ahí, trabajando en barrios como El Rabal con aquellos que más lo necesitan. Lo que ocurre es que se desconoce que existen porque no gritan como otros», explica San Agustín, que a renglón seguido reconoce que precisamente «la palabra “normal” es quizá la que más se repite cuando conversaba con aquellos que contemplaban la JMJ en Madrid desde fuera. La gente se sorprendía de cómo eran estos jóvenes católicos: ni ñoños ni mojigatos, sino unos jóvenes desinhibidos, que se mueven en las redes sociales, que van a la moda sin complejo alguno por ser cristianos».
A estas conclusiones llega el autor después de conversar con muchos jóvenes o, simplemente, de observar cómo hablaban, cómo paseaban por la Puerta del Sol o cómo se postraban para rezar. Así, se hizo peregrino como ellos paseando por el Museo del Prado, por Cibeles, dejándose caer por Cuatro Vientos o por el Fòrum de Barcelona los días previos a las diócesis». Precisamente la que más me impactó fue una chica francesa del grupo Emmanuel a la que vi en la feria vocacional del parque del Retiro. Apenas decía nada, pero tenía una gran presencia interior y emanaba una luz que me impresionó. Y todo esto sin dar una imagen bobalicona, sino fuerte y potente», comenta.
Tres meses después cabe preguntarse qué poso deja el encuentro con el Papa en nuestro país. Arturo San Agustín lo tiene claro: «A los convencidos de que todo lo católico es malo, no les vas a cambiar de opinión, pero al menos sí les dio que pensar qué llevaba a tantos jóvenes a reunirse en torno al Papa en una ciudad como Madrid en pleno mes de agosto».
De ahí que no dude en pedir una nueva JMJ para España. «Ha supuesto toda una experiencia personal y colectiva a nivel nacional. Si yo fuera alcalde intentaría convocar una de vez en cuando porque he podido comprobar que permite mejorar sobremanera la salud social».
Una terapia de rejuvenecimiento
«No se puede volver a los dieciocho años, pero sí se puede transcurrir una semana entre personas que viven en ese tiempo». Así arranca la crónica de Arturo San Agustín, un relato en el que da voz y voto a todo aquel que paseó por Madrid la tercera semana de agosto, desde un conductor de autobuses a un anciano «rejuvenecido» por la invasión.
Han sacado algún libro de la JMJ?Sabes el titulo?Merci...
ResponderEliminarPues éste de Arturo San Agustín, la JMJ no fue un espejismo.
ResponderEliminarHoy me contaba un chico de Madrid que coincidió un día con la JMJ , que alucinó al salir a la calle y tropezarse con grupos de jóvenes, alegres, amables, con banderas de mogollón de países. Dice que fue precioso
ResponderEliminarLa gente del trabajo, no son practicantes, lo vieron por la tele. Se alegraban de la alegría que transmitía la jmj
Mi hermano decía que eso no era gente, que eran trozos de carne con ojos. Claro que a él le gusta las fanfarrias de las carrozas del día del Orgullo Gay, y le parecía ver un espejismo por la tv.
ResponderEliminarLos hay que aunque se lo pongas delante, no lo van a ver.
Pero yo sí lo ví, y participé de la Exposición del Santísimo en mi Parroquia, y eso no me lo quita nadie.