Dilexis nos. ("Nos amó)
Enc. del Papa Francisco, 24-X-2024
(selección de algunos textos)
GESTOS Y PALABRAS DE AMOR
32. El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota
su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el
origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones
cristianas.
Gestos que reflejan el corazón
33. Cómo nos ama Cristo es algo (...) mostró en sus gestos. Viéndolo actuar
podemos descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros.
34. Dice el Evangelio que Jesús «vino a los suyos» (Jn 1,11). Los suyos somos
nosotros (...) Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las
cosas más simples y cotidianas de la existencia. De hecho, él tiene otro
nombre, que es “Emanuel” y significa “Dios con nosotros”, Dios junto a nuestra
vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó y «se anonadó a sí
mismo, tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7).
35. Esto se manifiesta cuando le vemos actuar. Está siempre en búsqueda,
cercano, constantemente abierto al encuentro. Lo contemplamos cuando se
detiene a conversar con la samaritana junto al pozo donde ella iba a buscar el
agua (cf. Jn 4,5-7). Vemos cómo, en medio de la noche oscura, se reúne con
Nicodemo, que tenía temor de dejarse ver cerca de Jesús (cf. Jn 3,1-2). Lo
admiramos cuando sin pudor se deja lavar los pies por una prostituta
(cf. Lc 7,36-50); cuando a la mujer adúltera le dice a los ojos: “No te condeno”
(cf. Jn 8,11); o cuando enfrenta la indiferencia de sus discípulos y al ciego del
camino le dice con cariño: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,51). Cristo
muestra que Dios es proximidad, compasión y ternura.
36. Si él curaba a alguien, prefería acercarse: «Jesús extendió la mano y lo
tocó» ( Mt 8,3), «le tocó la mano» ( Mt 8,15), «les tocó los ojos» ( Mt 9,29). Y
hasta se detenía a curar a los enfermos con su propia saliva (cf. Mc 7,33),
como una madre, para que no lo sintieran ajeno a sus vidas. Porque «el Señor
sabe la bella ciencia de las caricias. La ternura de Dios no nos ama de palabra;
Él se aproxima y estándonos cerca nos da su amor con toda la ternura
posible». [27]
37. (...) El nos susurra al oído: «Ten confianza, hijo» (Mt 9,2); «ten confianza,
hija» (Mt 9,22). Se trata de superar el miedo y darnos cuenta de que con él no
tenemos nada que perder. A Pedro, que desconfiaba, «Jesús le tendió la mano
y lo sostuvo, mientras le decía: […] “¿Por qué dudaste?”» (Mt 14,31). No
temas. Deja que él se acerque, que se siente a tu lado. Podremos dudar de
muchas personas, pero no de él. Y no te detengas por tus pecados. Recuerda
que muchos pecadores «se sentaron a comer con él» (Mt 9,10) y Jesús no se
escandalizaba de ninguno. Los elitistas de la religión se quejaban y lo trataban
de «un glotón y un borracho, amigo de publicanos y de pecadores» (Mt 11,19).
Cuando los fariseos criticaban esta cercanía suya a las personas consideradas
de baja condición o pecadoras, Jesús les decía: «Quiero misericordia y no
sacrificios» (Mt 9,13).
38. Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu
existencia, de levantarte, de llenarte con su fuerza. Porque antes de morir, dijo
a los discípulos: «No los dejaré huérfanos, volveré a vosotros.
La mirada
39. Cuenta el Evangelio que un rico se acercó a él, lleno de ideales, pero sin
fuerzas para cambiar de vida. Entonces «Jesús lo miró con amor» (Mc 10,21).
¿Puedes imaginarte ese instante, ese encuentro entre los ojos de este hombre y
la mirada de Jesús? Si te llama, si te convoca a una misión, primero te mira,
penetra lo más íntimo de tu ser, percibe y conoce todo lo que hay en ti,
deposita en ti su mirada: 40.
41. Precisamente porque está atento a nosotros, él es capaz de reconocer cada
buena intención que tengas, cada pequeño acto bueno que realices. Cuenta el
Evangelio que vio «a una viuda de condición muy humilde, que ponía [en el
tesoro del templo] dos pequeñas monedas de cobre» (Lc 21,2) e
inmediatamente se lo hizo notar a sus apóstoles. Jesús presta atención de tal
modo que se admira por las cosas buenas que reconoce en nosotros. Cuando el
centurión le rogaba con total confianza, «al oírlo, Jesús quedó admirado»
(Mt 8,10). Qué hermoso es saber que si los demás ignoran nuestras buenas
intenciones o las cosas positivas que podamos hacer, a Jesús no se le escapan,
y hasta se admira.
Las palabras
43. Aunque en las Escrituras tenemos su Palabra siempre viva y actual, a veces
Jesús nos habla interiormente y nos llama para llevarnos al mejor lugar. Ese
mejor lugar es su propio corazón. Nos llama para hacernos entrar allí donde
podemos recuperar las fuerzas y la paz: «Vengan a mí todos los que están
cansados y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28). Por eso pidió a sus
discípulos: «Permanezcan en mí» (Jn 15,4).
44. Las palabras que Jesús decía indicaban que su santidad no eliminaba los
sentimientos. En algunas ocasiones mostraban un amor apasionado, que sufre
por nosotros, se conmueve, se lamenta, y llega hasta las lágrimas. Es evidente
que no le dejaban indiferente las preocupaciones y angustias comunes de las
personas, como el cansancio o el hambre: «Me da pena esta multitud, […] no
tienen qué comer […], van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de
lejos» (Mc 8,2-3).
46. Todo lo dicho, si se mira superficialmente, puede parecer mero
romanticismo religioso. Sin embargo, es lo más serio y lo más decisivo.
Encuentra su máxima expresión en Cristo clavado en una cruz. Esa es la
palabra de amor más elocuente. Esto no es cáscara, no es puro sentimiento, no
es diversión espiritual. Es amor. Por eso cuando san Pablo buscaba las palabras
justas para explicar su relación con Cristo dijo: «Me amó y se entregó por mí»
(Ga 2,20). Esa era su mayor convicción, saberse amado. La entrega de Cristo
en la cruz lo subyugaba, pero sólo tenía sentido «Me amó».