Hace escasos días “cacé” a un chaval de no más de 16 años hablando en corrillo sobre “La Odisea”. Había terminado de leerla, y no paraba de insistir en lo mucho que le había conmocionado sentirse parte de una historia tan grande. Y no le faltaba razón a aquel estudiante que supo descubrir que las aventuras que atraviesa Ulises son los mismos avatares con los que toda persona debe enfrentarse para descubrir quién es, para retornar a todo lo que algún día fue suyo, para encontrarse consigo mismo. El sábado pasado, Pablo Casado devolvió al Partido Popular un horizonte hacia el que avistar un futuro; las ideas que fundaron el partido volvieron a encontrarse con unas siglas que, como Penélope al abrazar a Ulises en su vuelta a Ítaca, habían sido desterradas en el olvido.
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Catorce años después, el ADN del partido político que ha aglomerado mayor poder en la historia reciente de España ha despertado del ostracismo con el que la anterior Ejecutivo condenó los valores y principios que, de un modo transversal, han definido la propia noción de ser del Partido Popular y abanderado las más legítimas aspiraciones humanas. Pablo Casado ha llegado para acabar con la cobardía e hipocresía de tantos militantes y cargos populares que han preferido mantenerse en sus sillones antes que ser coherentes con las siglas de su formación.
El pasado más reciente del PP es la de la lucha por volver al poder. La hemeroteca es compasiva al recordarnos la cantidad de ocasiones en las que Mariano Rajoy arremetía contra las medidas económicas y financieras de un Ejecutivo socialista cada vez más desgastado, o las muchas arengas desde la bancada popular con las que Sáenz de Santamaría se labró el terror de sus adversarios y la admiración de sus palmeros. Y por supuesto, Génova era el bastión desde el que se hablaba sin censura de la defensa a ultranza de la vida, del fortalecimiento de la institución familiar.
1253949La rojigualda ondeaba orgullosa en cada mitin popular. Se sentía amparada por el coraje de un partido que demostraba que, como decía Víctor Hugo: “la verdadera gloria está en convencer” El PP convencía, ofrecía una alternativa coherente a los desmanes socialistas, al desorden post-felipista, la presión vasco-catalana y la amenaza de rescate. Y así fue como un 20 de noviembre de 2011, Rajoy y su plana mayor asomaban su júbilo en el balcón de una sede que celebraba haber conseguido 11 millones de votos y 187 diputados, o lo que es lo mismo, ser los dueños y señores del futuro de España.
 ¿Y qué ocurrió entonces? Que Pablo Casado haya salido elegido en el primer congreso abierto de un partido tradicionalmente hermético y de la corriente del dedazo,  es la condena de muerte a un Ejecutivo y un aparato que no han sido capaces de defender la seña de identidad del PP, o mejor dicho, que ha preferido captar votos a toda costa, sin calibrar la traición que han sufrido sus votantes a costa de ser políticamente correctos. Sí, es cierto, no hemos sido rescatados, somos el Estado miembro de la Unión con mayor porcentaje de crecimiento económico, nuestra imagen internacional ha sido fortalecida, pero ¿Dónde está la ley del aborto con la que se iba a empezar a acotar el asesinato de personas indefensas e inocentes? ¿Qué hay del fomento y promoción de ayudas a las familias? ¿Acaso hoy España es un país más unido que hace seis años? ¿Qué se ha hecho para combatir una corrupción que, atención, venía heredada de Aznar? Y, ya de paso, ¿Dónde ha estado todo este tiempo el mesiánico expresidente?
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No hay mal que por bien no venga, y la moción de censura ha servido para enfrentar la militancia del partido a un aparato político desgastado, profundamente herido y sin margen de maniobra alguna por ofrecer una alternativa ganadora y real. Ahora se ha abierto el debate de ideas que se antoja tan necesario en el seno del PP. Ahora se vuelve a hablar sin tapujos de los pilares más radicalmente esenciales de nuestra naturaleza: familia, vida, unidad, libertad, seguridad. Y no se trata de un utópico intento por resucitar el conservadurismo más duro, sino que el viraje con el que Pablo Casado ha conseguido resucitar la esperanza de un partido democristiano, moderno y de corte liberal responde a una necesidad de defender lo más íntimo de nuestra condición. El PP es el partido de la vida, porque, ¿qué hay más importante que hablar de la vida? Privarle la vida a quien no puede defenderse – bien en el seno materno, bien en una cama de hospital –, arrebatarle a cualquier persona su proyecto vital es un asesinato, porque arroja a esa víctima al peor de los destinos: dejar de ser protagonista de una historia que, necesariamente, se narra en el seno de las familias, en la base más elemental de cualquier sociedad, la escuela de los valores y la formación con la que las personas hemos de afrontar y transformar nuestra sociedad.
cataluña es españaComo partido constitucionalista y heredero del consenso del 78, el PP tiene que defender la “indisoluble unidad de España, patria común e indivisible de todos los españoles”. No queda, pues, más remedio que garantizar los derechos de todos los españoles y asegurar la igualdad de libertades dentro de la variedad histórico-cultural que enriquece a nuestro Estado. No debe haber ciudadanos de primera y de segunda, no se puede consentir que la integridad de 47 millones de personas pueda verse en jaque por el tergiversado derecho a decidir de una minoría cada vez más minoritaria. Hay que garantizar que por encima de las aspiraciones personales descansa un bien más preciado: el futuro. Y la política aspira a la consecución del bien común. Por eso, el Estado de Derecho ha de garantizarlo. Y para ello, resulta indispensable exigir y luchar por un Estado más seguro; por una Administración que tenga siempre claro que la meta y fin de cualquier país es someterse al servicio de sus ciudadanos. De ahí que Casado recoja el guante que lleva portando el PP desde siempre: ante la amenaza separatista, ante el golpismo más desesperado, ante el terrorismo, tolerancia cero.
Desde el sábado se han reabierto las puertas a un partido de centro-derecha con una máxima que, tal y como Pablo Casado ha ido esbozando durante las últimas semanas, va a ser la guía de su ideario: la libertad, y todo lo que ello conlleva.  De todos los candidatos que se sometieron a la voluntad de los afiliados a comienzos de julio, solo dos tenían posibilidad de ser sucesores del gallego que lo ha sido todo en política. No obstante, Casado llegó por sorpresa despertando bajo su sonrisa la ilusión perdida. Y así ha sido cómo su discurso de candidatura embaucó a casi un 60% de los compromisarios para dar ese paso histórico hacia un neo-conservadurismo de corte liberal y raíces demócrata-cristianas. En definitiva, para hacer frente de una vez por todas a una batalla ideológica en la que todo lo que no sea progresista a políticamente correcto está cayendo en desgracia y sufriendo golpes mortíferos. Ojalá Pablo Casado haya empezado a escribir el capítulo de un liderazgo entusiasta, firme y comprometido con la coherencia de su ideario, alejado del populismo atractivo y la sonrisa políticamente correcta. Ojalá volvamos a entender que ser libres es mucho más que vivir en desorden. Ojalá el sueño que ha comenzado con Pablo Casado nos demuestre que la consecución del bien común y defensa de la moral es la garantía más exitosa de construir el futuro más prometedor, más humano, y más acorde con nuestra propia naturaleza. Ojalá Ulises haya regresado a Ítaca para no marcharse nunca más.