lunes, octubre 31, 2016

Santos y difuntos.






Que los santos nos ayuden y nosotros ayudemos a los fieles difuntos , en este mes la Iglesia nos lo recuerda.


Oración de San Agustín.


No llores si me amas,
Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo!
Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos!
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; 
los horizontes, los campos y los nuevos senderos que atravieso!
Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen!
Cómo!...
¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz!
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por senderos nuevos de Luz...y de Vida...
Enjuga tu llanto y no llores si me amas!

domingo, octubre 30, 2016

Alvaro y Javier; Ruiz Antón; diáconos del Opus Dei.




Les pude tratar mucho y he vivido con ellos . Desde ayer son diáconos de la Iglesia católica en el Opus Dei. En unos meses se ordenarán de sacerdotes. Me produce una alegría inmensa esta noticia, la alegría de toda su familia y de sus buenos padres que tienen este honor. Y también son manifestación de la profunda y constante juventud de la Iglesia. Recemos mucho por ellos!!!!









miércoles, octubre 26, 2016

De sepulturas y cenizas. La voz de la Iglesia.







http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20160815_ad-resurgendum-cum-christo_sp.html





CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
Instrucción Ad resurgendum cum Christo
acerca de la sepultura de los difuntos
y la conservación de las cenizas en caso de cremación

1. Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario «dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor»(2 Co 5, 8). Con la Instrucción Piam et constantem del 5 de julio de 1963, el entonces Santo Oficio, estableció que «la Iglesia aconseja vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos», pero agregó que la cremación no es «contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural» y que no se les negaran los sacramentos y los funerales a los que habían solicitado ser cremados, siempre que esta opción no obedezca a la «negación de los dogmas cristianos o por odio contra la religión católica y la Iglesia»[1]. Este cambio de la disciplina eclesiástica ha sido incorporado en el Código de Derecho Canónico (1983) y en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990).
Mientras tanto, la práctica de la cremación se ha difundido notablemente en muchos países, pero al mismo tiempo también se han propagado nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia. Después de haber debidamente escuchado a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y muchas Conferencias Episcopales y Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha considerado conveniente la publicación de una nueva Instrucción, con el fin de reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación.
2. La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana, predicada como una parte esencial del Misterio pascual desde los orígenes del cristianismo: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce» (1 Co 15,3-5).
Por su muerte y resurrección, Cristo nos libera del pecado y nos da acceso a una nueva vida: «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos… también nosotros vivamos una nueva vida» (Rm 6,4). Además, el Cristo resucitado es principio y fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que durmieron… del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» (1 Co 15, 20-22).
Si es verdad que Cristo nos resucitará en el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En el Bautismo, de hecho, hemos sido sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo y asimilados sacramentalmente a él: «Sepultados con él en el bautismo, con él habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos»(Col2, 12). Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Ef 2, 6).
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma: y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo»[2]. Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella»[3].
3. Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados[4].
En la memoria de la muerte, sepultura y resurrección del Señor, misterio a la luz del cual se manifiesta el sentido cristiano de la muerte[5], la inhumación es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal[6].
La Iglesia, como madre acompaña al cristiano durante su peregrinación terrena, ofrece al Padre, en Cristo, el hijo de su gracia, y entregará sus restos mortales a la tierra con la esperanza de que resucitará en la gloria[7].
Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne[8], y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia[9]. No puede permitir, por lo tanto, actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de re-encarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.
Además, la sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde adecuadamente a la compasión y el respeto debido a los cuerpos de los fieles difuntos, que mediante el Bautismo se han convertido en templo del Espíritu Santo y de los cuales, «como herramientas y vasos, se ha servido piadosamente el Espíritu para llevar a cabo muchas obras buenas»[10].
Tobías el justo es elogiado por los méritos adquiridos ante Dios por haber sepultado a los muertos[11], y la Iglesia considera la sepultura de los muertos como una obra de misericordia corporal[12].
Por último, la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos.
Mediante la sepultura de los cuerpos en los cementerios, en las iglesias o en las áreas a ellos dedicadas, la tradición cristiana ha custodiado la comunión entre los vivos y los muertos, y se ha opuesto a la tendencia a ocultar o privatizar el evento de la muerte y el significado que tiene para los cristianos.
4. Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, ésta no debe ser contraria a la voluntad expresa o razonablemente presunta del fiel difunto, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo[13].
La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, porque con ella se demuestra un mayor aprecio por los difuntos; sin embargo, la cremación no está prohibida, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana»[14].
En ausencia de razones contrarias a la doctrina cristiana, la Iglesia, después de la celebración de las exequias, acompaña la cremación con especiales indicaciones litúrgicas y pastorales, teniendo un cuidado particular para evitar cualquier tipo de escándalo o indiferencia religiosa.
5. Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente.
Desde el principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtieron en lugares de oración, recuerdo y reflexión. Los fieles difuntos son parte de la Iglesia, que cree en la comunión «de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia»[15].
La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.
6. Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.
7. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.
8. En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho[16].
El Sumo Pontífice Francisco, en audiencia concedida al infrascrito Cardenal Prefecto el 18 de marzo de 2016, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 2 de marzo de 2016, y ha ordenado su publicación.
Roma, de la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 15 de agosto de 2016, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.
GerhardCard. MüllerPrefecto
+Luis F. Ladaria, S.I.Arzobispo titular de Thibica
Secretario


[1] Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, Instrucción Piam et constantem (5 de julio de 1963): AAS 56 (1964), 822-823.
[2] Misal Romano, Prefacio de difuntos, I.
[3] Tertuliano, De resurrectione carnis, 1,1: CCL 2, 921.
[4] Cf. CIC, can. 1176, § 3; can. 1205; CCEO, can. 876, § 3; can. 868.
[7] Cf. 1 Co 15,42-44; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1683.
[8] Cf. San Agustín, De cura pro mortuis gerenda, 3, 5: CSEL 41, 628.
[9] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, n. 14.
[10] Cf. San Agustín, De cura pro mortuis gerenda, 3, 5: CSEL 41, 627.
[11] Cf. Tb 2, 9; 12, 12.
[13] Cf. Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, Instrucción Piam et constantem (5 de julio de  1963): AAS 56 (1964), 822.
[14] CIC, can. 1176, § 3; cf. CCEO, can. 876, § 3.
[16] CIC, can. 1184; CCEO, can. 876, § 3.

lunes, octubre 24, 2016

Ocho apellidos vascos, no es para carcajearse.


http://cultura.elpais.com/cultura/2016/09/21/actualidad/1474472394_579399.html


Muy interesante, e inquietante !!!

“La carcajada de ‘Ocho apellidos vascos’ no es decente”

La escritora Edurne Portela defiende el papel de la cultura como herramienta de un cambio

La escritora Edurne Portela, autora de 'El eco de los disparos'. ALVARO GARCÍA
En el camino entre el silencio y la neolengua que se apropió de buena parte de Euskadi hay otras estaciones legítimas, y son las que explora Edurne Portela enEl eco de los disparos (Galaxia Gutenberg). Portela aporta un libro complejo a una realidad compleja, huyendo del maniqueísmo y de la equidistancia y navegando con una precisión difícil pero certera en el territorio que abrió Primo Levi cuando defendió conocer lo complejo para comprender, no para justificar.
Portela, doctorada y profesora de Literaturas Hispánicas en EE UU, dedicó muchos años a investigar la violencia enArgentina o la Guerra Civil en la ficción hasta que se dio cuenta de que miraba hacia otro lado para no mirar al propio, a la sociedad silenciosa y cómplice del País Vasco en el que nació y creció. Y decidió ocuparse de ello. “Dediqué toda mi carrera académica a estudiar y escribir sobre la violencia, pero era siempre en otro sitio y en otro contexto. Hasta que conocí a Paddy Woodworth, escritor irlandés especialista en el conflicto vasco, y me dijo: ¿Te das cuenta del material que tienes sobre tu propia realidad?”
Pero Portela no solo había acumulado kilómetros de tinta sobre la violencia y el País Vasco, analizado películas, novelas, exposiciones y trazado una visión crítica sobre la responsabilidad de la sociedad civil. Sino que había nacido en Santurtzi en 1974, había bailado a Kortatu o La Polla Records, había recibido algún porrazo policial y crecido bajo la icónica mirada de Lasa y Zabala, dos desaparecidos a manos de los GAL. “Intenté abordarlo desde un punto de vista académico pero era imposible para mí hacerlo desde esa frialdad. Me di cuenta de que había sido testigo de experiencias que no había elaborado y que formaban parte de mis afectos, de mi ética y de mi forma de entender el mundo”.
Y por ello construyó este libro con un espíritu de hibridación: es un ensayo apoyado en reflexiones filosóficas, en marcos teóricos contundentes y en su propia investigación, pero imbricado en las dosis adecuadas de los recuerdos y vivencias que abonan la autocrítica más exigente y la propuesta de superación del pasado por la vía del reconocimiento de la responsabilidad. “He construido de una forma más personal, también más difícil y dolorosa, se trata de que los que no hemos sido víctimas ni perpetradores nos demos cuenta de que nuestra participación también ha sido fundamental”.
El secreto con el que pasaba a Francia con su familia para visitar al tío cura amigo de “los barbudos”; la ignorancia sobre el sufrimiento de la señora que les vendía anchoas, de la que solo con el tiempo supo que era viuda de un asesinado; o aquella vez en que unos chicos le enseñaron la cría de un gato que metieron bajo el felpudo para saltar encima mientras reían. Después nunca se atrevió a mirar debajo y lo recordó años después cuando otros hombres pisotearon a unertzaintza en una calle de Bilbao. Tampoco entonces se atrevió a mirar bajo el felpudo, otro felpudo, el que cubría de silencio sucio la violencia rutinaria.
“La actitud de la sociedad vasca ha sido de complicidad y la complicidad tiene la idea de culpa implícita. Pero esta complicidad es muy compleja porque puede venir del miedo, de la connivencia o también de la ignorancia, una ignorancia activa, preferir no saber por ese terrible algo habrá hecho”, afirma Portela. “La participación de la sociedad vasca en el problema ha sido inconsciente, pero también ha sido responsable”.
Portela defiende un “cambio imaginativo que utilice las herramientas de la cultura, una cultura que nos haga despertar de la indiferencia, el silencio, la complicidad de estos años, que nos provoque una imaginación ética de ver al otro en toda su complejidad”. Y señala el papel constructivo que tienen en este sentido obras de Fernando Aramburu, González Sainz, Jaime Rosales, Clemente Bernad y muchos otros. Pero critica a fondo la falsa normalización que exhibeuna película como Ocho apellidos vascos, paradigma para ella de lo que no debe ocurrir. “Salí enferma, muy afectada de la película, porque se ha pasado del silencio absoluto, de la negación, a la carcajada y eso no es decente”. El humor es legítimo sin duda, afirma, “pero hay un tiempo de reconocimiento de la profundidad del daño. Que guste fuera del País Vasco y se rían puede ser comprensible, es una comedia, aunque me parece retrógrada e insultante, pero que en el País Vasco la gente esté dispuesta a reírse con el personaje de Carmen Machi sin conciencia de lo que puede significar representar a una mujer viuda de un guardia civil que ha vivido en un pueblo abertzale; que se rían del ambiente de la herriko taberna cuando hace cinco años cambiábamos de acera para evitarla. Nos estamos saltando un paso fundamental: si no hay autocrítica, si no hay reconocimiento del daño, si no hay elaboración no podemos pasar al humor. No nos lo hemos ganado todavía”.
Diferencia esta película del humor de Vaya semanita, al que atribuye un grado de inteligencia que no está en Ocho apellidos... “Vaya semanita no solo se ríe de ETA y los pasamontañas, sino de todo el discurso nacionalista, hay una autocrítica que implica un concepto social más amplio, una sutilidad en el humor y un reconocimiento de que estamos hablando de algo más complejo que la caricatura. Es la diferencia entre una caricatura y una representación paródica de algo más complejo. El negociador, también de Borja Cobeaga, es brutal y tiene humor, pero un humor que reconoce la complejidad y es responsable, te puedes sonreír y reír, pero también reflexionar; te deja destrozado, sin ningún sentido de superioridad como el de Ocho apellidos... y esa sensación de menos mal que no soy de esos”.
El ejercicio que propone Edurne Portela es más complejo y pasa por hacerse consciente de la neolengua orwelliana que la izquierda abertzale logró imponer en el País Vasco y que actuó como impulsora del silencio de quien no se reconocía en ella. Esa izquierda se apropió de todas las causas que un joven como ella podía abrazar, desde el rock radical vasco al feminismo, los movimientos de liberación en América Latina o la insumisión, y le dio un sentido etnicista que implica exclusión automática. En el otro lado, el de las víctimas, se impuso de facto un veto a las obras que ayudaran a entender al terrorista o sus defensores. Y autores que fijaron su cámara en ellos como el fotógrafo Bernad o el cineasta Rosales sufrieron duros ataques por una supuesta equidistancia que, dice, también ha hecho daño. “Milan Kundera dice que la novela destapa la complejidad de lo real. Debe romperse el tabú de representación por el que ese mundo violento se presenta como unidimensional y ajeno, cuando en realidad ese mundo lo hemos construido todos”. Por ello defiende también una política de víctimas que contenga la verdad, la reparación y la justicia, pero no solo en el plano de la justicia sino el de la empatía social. Y no solo en el cauce de los partidos. La vía Nanclares de encuentro entre terroristas y sus víctimas es el camino, sostiene, y debe ser voluntario, cuidadoso, privado. “Los tribunales no son la única solución”.
La cultura y la información son el camino. Escuchar a los líderes de ese bando como Otegi decir que estaba en la playa cuando mataron a Miguel Ángel Blanco o como Iñaki Recarte, que ni supo el nombre de su asesinado y aún sigue sin saberlo “es perfecto; déjales hablar”.
La verdadera normalización no será mantener “lo normal”, que es seguir evitando los temas, ni considerar el conflicto superado porque hayan cesado los muertos. “Todos estamos implicados y el relato no puede quedar solo en manos de los abertzales, de los partidos y de las víctimas. Esto lo tenemos que hacer entre todos”.

sábado, octubre 22, 2016

Bob Dylan, un buen nóbel de Literatura???



https://www.aceprensa.com/newsletter-article/bob-dylan-en-su-60-cumplea-os-forever-young/
Muchos mitos han caído desde que en 1963 Robert Allen Zimmerman, que decidió más tarde adoptar el nombre artístico de Bob Dylan, se revelara como uno de los grandes transformadores culturales de nuestra época. Desde entonces, sus canciones se han mantenido llenas de inspiración musical y de profundo contenido poético, han transmitido ilusiones a muchos y han dejado huella en una generación.
Ganador en 2001 del Oscar a la mejor canción (Things Have Changed, tema principal de la película Jóvenes prodigiosos de Curtis Hanson), Dylan es un personaje complicado y hasta contradictorio que, sin embargo, ha hecho aportaciones. Desconocerlo dificultaría entender toda una época y toda una generación. Dylan traduce en música popular –fenómeno de masas desconocido hasta entonces– ideas que van desde el pacifismo, la crítica del racismo, la rebelión juvenil de los 60 y la contracultura, hasta la ecología y la new age. Todo ello con fuerza y sentimientos auténticos y vitalistas, como cuando fustigaba a los señores de la guerra: “Habéis introducido el peor terror que puede arrojarse: / el miedo a traer hijos al mundo. / Por amenazar a mi hijo que no ha nacido ni tiene nombre, / no merecéis la sangre que corre por vuestras venas”.
Muchos intentaron apresar a Dylan en distintas ideologías, pero él se escabullía sistemáticamente
Pero Bob Dylan no es propiamente un ideólogo sino un catalizador. Es un trovador de lo que está en la calle, comprometido por encontrar la respuesta suspendida en el viento –blowing in the wind–. Las profundas transformaciones en su trayectoria obedecen a una búsqueda que es a la vez artística y vital (“La belleza camina sobre el filo de una hoja de afeitar; algún día la haré mía”, rezaba una de sus canciones en 1974), con momentos de profunda crisis y resurgimientos inesperados que desconcertaban a sus más fieles seguidores. Sus reacciones, muchas veces excéntricas y esquivas, nos presentan una figura muy difícil de retratar, y mucho más de aceptar en bloque.
Dylan no se vende al éxito fácil, a la complacencia hacia su público, a las multinacionales discográficas, a la fama o al estancamiento
Bob Dylan ha sido a la vez víctima y protagonista de la desorientación de una generación que ha jugado con el marxismo, el mundo psicodélico de las experiencias con drogas, el amor libre, Freud y Nietzsche. Una de sus virtudes personales ha sido un sexto sentido para percibir con gran rapidez las contradicciones a las que conducía todo eso y reaccionar contra ellas. Muchos intentaron apresar a Dylan en distintas ideologías, pero él se escabullía sistemáticamente. Sin embargo, tanto Dylan como su generación han denunciado mucho, han revolucionado todo, pero no han terminado de aportar soluciones a casi nada. El problema de los críticos literarios y musicales es que –al contrario que el propio Bob, que no deja de quejarse e ironizar con todo lo que le rodea– parecen estar muy satisfechos con esa situación.
No podemos dudar de la sinceridad de cada uno de los pasos de Dylan: no se vende al éxito fácil, a la complacencia hacia su público, a las multinacionales discográficas, a la fama o al estancamiento. Lo ha demostrado en innumerables ocasiones, ante quienes le recibieron como traidor en su gira europea de 1965 por haberse pasado de la música acústica al rock, o ante las reacciones de repulsa que provocó su conversión del judaísmo al cristianismo evangélico en 1979: “Me señalan la puerta, / me dicen no vuelvas más / porque no soy como a ellos les gustaría. / Y yo me alejo por mi propio pie, / a mil millas de casa, / pero no me siento solo / porque creo en Ti”.
Nadie ha logrado que Dylan se estanque y deje de buscar, de ir más allá. Mientras los críticos quieren identificar sus canciones con ideas preconcebidas de autosatisfacción en el caos y se quedan en el camino, Dylan sigue adelante de modo inconformista, siempre joven.
La sinceridad de Dylan renace en su actuación ante Juan Pablo II en 1997. Ante las dudas y sarcasmos de muchos, aparece conmovido al saludar al Papa y lanza al aire en su presencia una de sus canciones más inequívocas, Forever Young: “Que Dios te bendiga y te guarde siempre. / Que todos tus deseos se hagan realidad. / Que siempre ayudes a los demás / y dejes que los demás te ayuden. / Que construyas una pendiente hacia las estrellas / y la subas peldaño a peldaño. / Que te mantengas por siempre joven”.

Nota: La primera versión de este artículo se publicó el 6-06-2001, bajo el título Bob Dylan en su 60 cumpleaños: Forever Young.