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Muchos mitos han caído desde que en 1963 Robert Allen Zimmerman, que decidió más tarde adoptar el nombre artístico de Bob Dylan, se revelara como uno de los grandes transformadores culturales de nuestra época. Desde entonces, sus canciones se han mantenido llenas de inspiración musical y de profundo contenido poético, han transmitido ilusiones a muchos y han dejado huella en una generación.
Ganador en 2001 del Oscar a la mejor canción (Things Have Changed, tema principal de la película Jóvenes prodigiosos de Curtis Hanson), Dylan es un personaje complicado y hasta contradictorio que, sin embargo, ha hecho aportaciones. Desconocerlo dificultaría entender toda una época y toda una generación. Dylan traduce en música popular –fenómeno de masas desconocido hasta entonces– ideas que van desde el pacifismo, la crítica del racismo, la rebelión juvenil de los 60 y la contracultura, hasta la ecología y la new age. Todo ello con fuerza y sentimientos auténticos y vitalistas, como cuando fustigaba a los señores de la guerra: “Habéis introducido el peor terror que puede arrojarse: / el miedo a traer hijos al mundo. / Por amenazar a mi hijo que no ha nacido ni tiene nombre, / no merecéis la sangre que corre por vuestras venas”.
Muchos intentaron apresar a Dylan en distintas ideologías, pero él se escabullía sistemáticamente
Pero Bob Dylan no es propiamente un ideólogo sino un catalizador. Es un trovador de lo que está en la calle, comprometido por encontrar la respuesta suspendida en el viento –blowing in the wind–. Las profundas transformaciones en su trayectoria obedecen a una búsqueda que es a la vez artística y vital (“La belleza camina sobre el filo de una hoja de afeitar; algún día la haré mía”, rezaba una de sus canciones en 1974), con momentos de profunda crisis y resurgimientos inesperados que desconcertaban a sus más fieles seguidores. Sus reacciones, muchas veces excéntricas y esquivas, nos presentan una figura muy difícil de retratar, y mucho más de aceptar en bloque.
Dylan no se vende al éxito fácil, a la complacencia hacia su público, a las multinacionales discográficas, a la fama o al estancamiento
Bob Dylan ha sido a la vez víctima y protagonista de la desorientación de una generación que ha jugado con el marxismo, el mundo psicodélico de las experiencias con drogas, el amor libre, Freud y Nietzsche. Una de sus virtudes personales ha sido un sexto sentido para percibir con gran rapidez las contradicciones a las que conducía todo eso y reaccionar contra ellas. Muchos intentaron apresar a Dylan en distintas ideologías, pero él se escabullía sistemáticamente. Sin embargo, tanto Dylan como su generación han denunciado mucho, han revolucionado todo, pero no han terminado de aportar soluciones a casi nada. El problema de los críticos literarios y musicales es que –al contrario que el propio Bob, que no deja de quejarse e ironizar con todo lo que le rodea– parecen estar muy satisfechos con esa situación.
No podemos dudar de la sinceridad de cada uno de los pasos de Dylan: no se vende al éxito fácil, a la complacencia hacia su público, a las multinacionales discográficas, a la fama o al estancamiento. Lo ha demostrado en innumerables ocasiones, ante quienes le recibieron como traidor en su gira europea de 1965 por haberse pasado de la música acústica al rock, o ante las reacciones de repulsa que provocó su conversión del judaísmo al cristianismo evangélico en 1979: “Me señalan la puerta, / me dicen no vuelvas más / porque no soy como a ellos les gustaría. / Y yo me alejo por mi propio pie, / a mil millas de casa, / pero no me siento solo / porque creo en Ti”.
Nadie ha logrado que Dylan se estanque y deje de buscar, de ir más allá. Mientras los críticos quieren identificar sus canciones con ideas preconcebidas de autosatisfacción en el caos y se quedan en el camino, Dylan sigue adelante de modo inconformista, siempre joven.
La sinceridad de Dylan renace en su actuación ante Juan Pablo II en 1997. Ante las dudas y sarcasmos de muchos, aparece conmovido al saludar al Papa y lanza al aire en su presencia una de sus canciones más inequívocas, Forever Young: “Que Dios te bendiga y te guarde siempre. / Que todos tus deseos se hagan realidad. / Que siempre ayudes a los demás / y dejes que los demás te ayuden. / Que construyas una pendiente hacia las estrellas / y la subas peldaño a peldaño. / Que te mantengas por siempre joven”.
Nota: La primera versión de este artículo se publicó el 6-06-2001, bajo el título Bob Dylan en su 60 cumpleaños: “Forever Young”.
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