martes, diciembre 24, 2019

Navidad es compromiso.










“Tiempo de compromiso en el mundo para los cristianos”
Artículo de S. S. Benedicto XVI publicado el 20/12/2012 en el Financial Times
“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, fue la respuesta que Jesús dio cuando se le preguntó lo que pensaba sobre el pago de impuestos. Los que lo interrogaban, obviamente, querían tenderle una trampa. Querían obligarlo a tomar posición ante el encendido debate político sobre el dominio romano en tierra de Israel. Sin embargo había en juego mucho más: si Jesús era realmente el Mesías esperado, entonces seguramente se habría opuesto a los dominadores romanos. Por lo tanto la pregunta, estaba calculada para desenmascararlo, o como una amenaza para el régimen, o como un impostor.
“La respuesta de Jesús conduce hábilmente la cuestión hasta un nivel superior, advirtiendo sobre el peligro de la politización de la religión y la deificación del poder temporal, pero también ante la incansable búsqueda de la riqueza. Quienes lo escuchaban tenían que comprender que el Mesías no era César, y que César no era Dios. El reino que Jesús venía a instaurar era de una dimensión absolutamente superior. Como respondió a Poncio Pilatos: “mi reino no es de este mundo”.
“Las narraciones de Navidad del Nuevo Testamento tienen el objeto de expresar un mensaje similar. Jesús nació durante un “censo del mundo entero”, querido por César Augusto, el emperador famoso por haber llevado la Pax Romana a todas las tierras sometidas al dominio romano. Sin embargo este niño, nacido en un oscuro y lejano rincón del imperio, estaba por ofrecer al mundo una paz mucho más grande, verdaderamente universal en sus objetivos y trascendente sobre cada límite de espacio y de tiempo.
Jesús se nos presenta como heredero del rey David, pero la liberación que él trajo a su propia gente no significaba ahuyentar los ejércitos enemigos sino vencer para siempre el pecado y la muerte.
El nacimiento de Cristo nos desafía a repensar nuestras prioridades, nuestros valores, nuestro mismo modo de vivir. Y mientras la Navidad es sin duda un tiempo de gran alegría, es también una ocasión de profunda reflexión, más aun, es un examen de consciencia. Al final de un año que ha significado privaciones económicas para muchos ¿qué cosa podemos aprender de la humildad, de la pobreza, de la sencillez de la escena del pesebre? La Navidad puede ser el tiempo en el que aprendemos a leer el Evangelio, a conocer a Jesús no solamente como el Niño del pesebre, sino como aquel en el cual reconocemos a Dios hecho Hombre. Es en el Evangelio donde los cristianos encuentran inspiración para toda su vida cotidiana y para su participación en los asuntos del mundo - sea que esto suceda en el Parlamento o en la Bolsa-. Los cristianos no deben escapar del mundo; por lo contrario, deben comprometerse en él. Pero su participación en la política y en la economía deben trascender cada forma de ideología.
Los cristianos combaten la pobreza porque reconocen la dignidad suprema de cada ser humano, creado a imagen de Dios y destinado a la vida eterna. Los cristianos trabajan por una repartición equitativa de los recursos de la tierra porque están convencidos de que, en su calidad de administradores de la creación de Dios, tenemos el deber de hacernos responsables de los más pobres y de los más vulnerables. Los cristianos se oponen a la avidez y a la explotación, convencidos de que la generosidad, y un amor que se olvida de sí mismo, enseñados y vividos por Jesús de Nazaret, son el camino que conduce a la plenitud de la vida. La fe cristiana en el destino trascendente de cada ser humano implica la urgencia de la tarea de promover la paz y la justicia para todos.
Debido a que tales fines son compartidos por muchos, es posible una gran y fructífera colaboración entre los cristianos y los demás. Sin embargo los cristianos, dan a César solamente aquello que es de César pero no aquello que pertenece a Dios. Algunas veces a lo largo de la historia los cristianos no han podido condescender a las solicitudes hechas por César. Desde el culto del emperador de la antigua Roma hasta los regímenes totalitarios del siglo apenas transcurrido, César ha tratado de ocupar el puesto de Dios. Cuando los cristianos rechazan de inclinarse ante los falsos dioses propuestos en nuestros tiempos no es porque tienen una visión anticuada del mundo. Por el contrario, eso sucede porque están libres de ataduras ideológicas y son animados por una visión tan noble del destino humano, que no pueden aceptar compromisos con nada que lo pueda insidiar.
En Italia, muchas escenas de nacimientos están adornadas con ruinas de los antiguos edificios romanos como fondo. Esto demuestra que el nacimiento del niño Jesús marca el fin del antiguo orden, el mundo pagano, en el que las reivindicaciones de César parecían imposibles de desafiar. Ahora hay un nuevo rey que no confía en la fuerza de las armas, sino en la potencia del amor. Él lleva la esperanza a todos aquellos que, como Él mismo, viven al margen de la sociedad. Lleva esperanza a cuantos son vulnerables en las fluctuantes fortunas de un mundo precario. Desde el pesebre, Cristo nos llama para vivir como ciudadanos de su reino celestial, un reino que cada persona de buena voluntad puede ayudar a construir aquí sobre la tierra.

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