El Papa y la falsa compasión
18 noviembre, 2014
La buena acogida que encuentra el Papa Francisco se debe en buena parte a su actitud acogedora, compasiva, abierta también al no creyente y al creyente que camina por la cuneta. Es lo propio de quien ve a la Iglesia, como declaró al comienzo de su pontificado, “como un hospital de campaña tras una batalla”. Pero la compasión del Papa no está siempre en la misma onda que la compasión que tantas veces se despacha hoy en la sociedad. El mismo lo advertía , a propósito de algunos temas bioéticos, en un reciente discurso a los médicos católicos: “El pensamiento dominante –ha advertido el Papa– propone a veces una ‘falsa compasión’: aquella que cree que promover el aborto es una ayuda a la mujer; que procurar la eutanasia es un acto de dignidad; un gran avance científico ‘producir’ un hijo considerado como un derecho en vez de acogerlo como un regalo; o utilizar vidas humanas como conejillos de indias para presumiblemente salvar otras”.
Esta falsa compasión es la que tantas veces se invoca para defender que en estos casos el fin justifica los medios; que no hay que culpabilizar a nadie; que la única ayuda posible es la que cancela el problema, aunque en el camino se atropellen otras vidas humanas.
Frente a este simulacro de compasión, el Papa defendía “la compasión evangélica” que, como el buen samaritano, “se acerca y proporciona ayuda concreta”. Es esa compasión práctica que lleva a proporcionar ayuda material y psicológica para que una mujer acepte al hijo que lleva en su seno; o que se manifiesta en acompañar al enfermo terminal con todos los cuidados posibles en vez de ofrecerle la eutanasia como única solución. Es una compasión más difícil y exigente, más sacrificada, pero la única que puede resolver el problema sin dejar secuelas.
No deja de ser curioso que quienes invocan la ‘falsa compasión’ tachen luego de intransigentes a los que no aceptan descartar vidas humanas. Pero el Papa, tan crítico con la “cultura del descarte”, animaba a los médicos a “tomar decisiones valientes y a contracorriente que, en determinadas circunstancias, pueden llegar hasta la objeción de conciencia”.
En fin, el Papa sigue viendo a la Iglesia como un “hospital de campaña”, pero parece también empeñado en que las curas respondan a buenas prácticas.
Lo mismo puede decirse respecto al modo de abordar los problemas del matrimonio y de la familia, tan comentados en el reciente Sínodo extraordinario de Obispos. Hoy día se habla de los diversos “modelos familiares”, como si cualquier tipo de unión estuviera al mismo nivel, y las diferencias solo respondieran a preferencias personales e ideológicas.
Pero el papa Francisco, sin querer excluir a nadie, ha querido dejar claro –en reciente discurso a un congreso organizado en el Vaticano sobre la complementariedad entre hombre y mujer– que esta complementariedad “es la base del matrimonio y de la familia”. Es más, se ha atrevido a decir que “los niños tienen derecho a crecer en una familia, con un papá y una mamá, capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo y su maduración afectiva”.
Da la impresión de que el Papa no es de los que creen que basta que los niños se sientan queridos, aunque estén con una pareja del mismo sexo que ha decidido por ellos que no necesitan un padre/una madre, o aunque sean el fruto de un vientre de alquiler o de un donante anónimo de esperma a través de Internet.
¿Pero es que el Papa no se ha enterado de que hoy cada uno puede inventar su modelo de familia? Francisco reconoce que “hoy vivimos en una cultura de lo provisional, en la que cada vez más personas renuncian al matrimonio como empeño público”. Esta revolución en las costumbres “ha enarbolado a menudo la ‘bandera de la libertad’, pero en realidad ha causado devastación espiritual y material a innumerables seres humanos, especialmente a los más débiles”.
Esto solo puede ignorarse con las gafas de la ideología, que ocultan las patologías familiares disfrazándolas de variedad de “modelos”. Pero el Papa ha advertido también que la familia es “un hecho antropológico, y consecuentemente un hecho social, de cultura… No podemos calificarla con conceptos de naturaleza ideológica, que tienen fuerza solo en un momento de la historia, y después decaen. No se puede hablar hoy de familia conservadora o familia progresista: ¡la familia es familia!”.
Al final va a resultar que la compasión de que habla el Papa exige también un cambio, una conversión del que la experimenta. Como ha dicho el documento conclusivo del reciente Sínodo, la Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles, pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor”. Algo muy distinto de la falsa compasión, que oculta la verdad.
Esta falsa compasión es la que tantas veces se invoca para defender que en estos casos el fin justifica los medios; que no hay que culpabilizar a nadie; que la única ayuda posible es la que cancela el problema, aunque en el camino se atropellen otras vidas humanas.
Frente a este simulacro de compasión, el Papa defendía “la compasión evangélica” que, como el buen samaritano, “se acerca y proporciona ayuda concreta”. Es esa compasión práctica que lleva a proporcionar ayuda material y psicológica para que una mujer acepte al hijo que lleva en su seno; o que se manifiesta en acompañar al enfermo terminal con todos los cuidados posibles en vez de ofrecerle la eutanasia como única solución. Es una compasión más difícil y exigente, más sacrificada, pero la única que puede resolver el problema sin dejar secuelas.
No deja de ser curioso que quienes invocan la ‘falsa compasión’ tachen luego de intransigentes a los que no aceptan descartar vidas humanas. Pero el Papa, tan crítico con la “cultura del descarte”, animaba a los médicos a “tomar decisiones valientes y a contracorriente que, en determinadas circunstancias, pueden llegar hasta la objeción de conciencia”.
En fin, el Papa sigue viendo a la Iglesia como un “hospital de campaña”, pero parece también empeñado en que las curas respondan a buenas prácticas.
Lo mismo puede decirse respecto al modo de abordar los problemas del matrimonio y de la familia, tan comentados en el reciente Sínodo extraordinario de Obispos. Hoy día se habla de los diversos “modelos familiares”, como si cualquier tipo de unión estuviera al mismo nivel, y las diferencias solo respondieran a preferencias personales e ideológicas.
Pero el papa Francisco, sin querer excluir a nadie, ha querido dejar claro –en reciente discurso a un congreso organizado en el Vaticano sobre la complementariedad entre hombre y mujer– que esta complementariedad “es la base del matrimonio y de la familia”. Es más, se ha atrevido a decir que “los niños tienen derecho a crecer en una familia, con un papá y una mamá, capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo y su maduración afectiva”.
Da la impresión de que el Papa no es de los que creen que basta que los niños se sientan queridos, aunque estén con una pareja del mismo sexo que ha decidido por ellos que no necesitan un padre/una madre, o aunque sean el fruto de un vientre de alquiler o de un donante anónimo de esperma a través de Internet.
¿Pero es que el Papa no se ha enterado de que hoy cada uno puede inventar su modelo de familia? Francisco reconoce que “hoy vivimos en una cultura de lo provisional, en la que cada vez más personas renuncian al matrimonio como empeño público”. Esta revolución en las costumbres “ha enarbolado a menudo la ‘bandera de la libertad’, pero en realidad ha causado devastación espiritual y material a innumerables seres humanos, especialmente a los más débiles”.
Esto solo puede ignorarse con las gafas de la ideología, que ocultan las patologías familiares disfrazándolas de variedad de “modelos”. Pero el Papa ha advertido también que la familia es “un hecho antropológico, y consecuentemente un hecho social, de cultura… No podemos calificarla con conceptos de naturaleza ideológica, que tienen fuerza solo en un momento de la historia, y después decaen. No se puede hablar hoy de familia conservadora o familia progresista: ¡la familia es familia!”.
Al final va a resultar que la compasión de que habla el Papa exige también un cambio, una conversión del que la experimenta. Como ha dicho el documento conclusivo del reciente Sínodo, la Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles, pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor”. Algo muy distinto de la falsa compasión, que oculta la verdad.
3 comentarios:
Pues es lo que esperábamos.El papa es el papa,cada papa tiene su carisma pero lo esencial es lo mismo.y así más de dos mil años.
Una canción!
Asín vamos silbando camino a Casa...truene lo que truene...
Un abrazo esperanzado a todos mis y hermanos en la fe y a los que esperamos, a todos!
Un abrazo!
https://www.youtube.com/watch?v=aoYT0zATqJc
lumineerssssss, muy folk, abrazos
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