La ceniza –salta a la vista– no es confeti. Al recibirla sobre nuestras cabezas, no nos vestimos precisamente de fiesta. Cuando alguien me dice: «¡Qué ganas tengo de que comience la Cuaresma!», me quedo con cara de haba, y casi me da vergüenza responder. La verdad: ganas, lo que se dice ganas… Tengo ganas de comer, de descansar, de irme a la playa y de ver una buena película. Pero de hacer penitencia, comer potaje o (en su defecto) ayunar… No tengo ganas. Y no lo haría si no fuese estrictamente necesario.
Pero, por desgracia, es estrictamente necesario. Para mí, y –sin perdón– también para ti. Porque hemos pecado, porque nos hemos apartado de Dios, porque hemos desobedecido, porque hemos tomado el camino de la muerte y abandonado el de la vida. Y lo peor que podría sucedernos es que no quisiéramos verlo.
La Cuaresma es nuestra gran oportunidad. Dios no sólo nos permite volver sobre nuestros pasos para recuperar el camino, sino que Él mismo, encarnado, viene con nosotros y nos alimenta. Adentrarse en soledad en la Cuaresma es locura. Abrazados a Cristo por la oración y la gracia… Hasta el potaje y el ayuno sabrán a delicias celestiales.
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1 comentario:
Pues tienes razón...las ganas no acompañan...pero por eso me he aliado con la Madre, la Virgen...no sabes como te lo allna todo y con esa Alegria que Ella tiene te anima a ello!! Sin planes voy...como soy, toda debilidad a su Lado...para que me enseñe a caminar en este Tiempo con los ojos fijos en su Hijo...y ya me está regalando la Paz!!
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