SEGUNDO PRELADO DEL OPUS DEI
La alegría de Javier Echevarría
Conocí a Javier Echevarría el verano
de 1963, en la Universidad de Navarra.
Acompañaba al fundador del Opus Dei –
hoy san Josemaría Escrivá – y al hoy beato Alvaro del Portillo. Iniciaba yo mi
tesis doctoral, después de licenciarme en la Universidad de Murcia.
En mi primer encuentro con él, me
sorprendió gratamente su buen humor –
probablemente heredado de su casticismo
madrileño, donde nació el 14 de junio de
1932 – y su estrecha unidad con el fundador del Opus Dei. De hecho, era su secretario particular desde 1956, y
hasta la muerte de san Josemaría (1975) lo acompañó habitualmente, también en
sus giras pastorales por Europa y América.
Volví a tener otra entrevista con mons.
Echevarría -ésta sobre temas de derecho canónico, ya que él era doctor en
Derecho canónico y en Derecho civil- en Roma hacia 1980. Su conversación seguía
siendo chispeante y llena de intuiciones de notable altura, sencillamente
expresadas. Ahora era secretario general
del Opus Dei, cargo que, en 1982, se
transformó en vicario general, al ser erigido el Opus Dei como prelatura
personal. Tanto como secretario general como
vicario general, la misión que tuvo durante muchos años con san
Josemaría se trasladó a la persona del nuevo prelado del Opus Dei, Álvaro del
Portillo. Resultaba sorprendente la unidad que tuvo con ambos, lo que exige
mucha ductilidad, gran calibre intelectual y espiritual, además de extrema
humildad. Comprendía muy bien lo que decía Benedicto XVI: “la caridad es la vía
maestra que da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con los
demás “.
La transformación del Opus Dei en prelatura
personal supuso para Javier Echevarría –
como para todos los fieles de la Prelatura– una sólida adaptación de la realidad jurídica a la realidad vital.
La pertenencia a la constitución jerárquica de la Iglesia de una prelatura
erigida por la Sede Apostólica para la realización de una especial labor pastoral,
no es porque sea una iglesia particular –que no lo es– sino porque teniendo el prelado,
sea o no obispo, una potestad eclesiástica de jurisdicción ordinaria y propia,
se inserta en la estructura jerárquica. Esa fue la tarea que cayó sobre sus
hombros tras la muerte de Álvaro del Portillo, el 23 de marzo de 1994.
Efectivamente, en abril de ese mismo año, mons. Echevarría, fue elegido -en primera votación-
prelado del Opus Dei. Juan Pablo II,
el 21 de ese mes de abril, lo
designó prelado de la prelatura personal
del Opus Dei, y el 21 de noviembre, le
nombró obispo.
Desde el primer
momento, marcó como prioridades de su actividad la evangelización en los campos
de la familia, la juventud y la cultura, y alentó
numerosas iniciativas en favor de inmigrantes, enfermos y vulnerables.
Personalmente seguía muy de cerca varios centros de cuidados paliativos para
enfermos terminales. Al tiempo acentuó
la globalización apostólica de la
Prelatura, promoviendo el inicio estable de las actividades formativas en 16
países, entre otros, Rusia, Kazajistán, Sudáfrica, Indonesia y Sri Lanka, y
viajó a los cinco continentes para impulsar la labor evangelizadora de los
fieles y cooperadores del Opus Dei.
Destaca en su perfil la unión con el
Papa. De hecho gozó de la confianza
continua de tres Pontífices: Juan Pablo
II, que lo ordenó obispo; Benedicto XVI
, del que recibió – entre otras- la alegría de bendecir una estatua de san
Josemaría en la Basílica de San Pedro, junto a las otras 150 de santos de todo el mundo; y el papa Francisco, que lo trató con especial
confianza y cercanía. Es sintomática la prontitud de la reacción de Francisco
en cuanto ha conocido la noticia del fallecimiento: inmediatamente llamó telefónicamente
al vicario general, Mariano Fazio, para transmitirle sus condolencias y la
seguridad de sus oraciones. Horas más tarde, envió un afectuoso telegrama a Fernando Ocáriz,
vicario auxiliar , dirigido a los fieles de la Prelatura. Entre otras cosas se
lee : “Su paternal y generoso testimonio de vida sacerdotal y episcopal, a
ejemplo de San Josemaría Escrivá y del Beato Alvaro del Portillo, a quienes
sucedió al frente de toda esa familia . Entregó su vida en un constante
servicio de amor a la Iglesia y a las almas “.
Javier Echevarría - ya lo he dicho-
era hombre de notable buen humor. Pero en él, la alegría no era tanto un estado
de ánimo cuanto una convicción, como si volviera sobre ella como una meta
voluntaria cotidiana, algo distinto del puro talante festivo del simplemente
chistoso. Pensemos en Francisco de Asís. La alegría – la “santa alegría” la
llamaba- era una fuente que llegaba en sus raíces a la magnificencia de Dios .
Algo similar ocurría con santa Teresa,
san Juan Pablo II y la Madre Teresa, por citar algunos ejemplos. Para
Javier Echevarría la clave de la alegría era ser amigo de Dios, la convicción
de que la alegría de servir a Dios es incompatible con el servicio a sí mismo.
Sus últimas palabras -a la pregunta
del que lo acompañaba : ¿”Padre, está rezando”?- fueron un susurro: “Estoy pidiendo por la
fidelidad de todas y todos”. Muy
parecidas a las que solía decir a quienes en este último año, por uno u otro
motivo, coincidíamos con él.
Ahora se abre un período electivo que
se inicia con la designación del vicario auxiliar, dentro de un mes, del día en
que se celebrará el Congreso electivo antes de tres meses. Los fieles electores
irán a Roma con la misión de elegir al sucesor de los tres primeros presidentes
o prelados que se han sucedido desde la fecha de fundación del Opus Dei (2
octubre 1928) hasta la muerte de mons. Echevarría. Las anteriores elecciones
fueron serenas y tranquilas. Algo similar ocurrirá esta vez, sea cual sea el
resultado de las votaciones.
Rafael Navarro-Valls
Vicepresidente de la Real Academia de
Jurisprudencia y Legislación de España
(EL MUNDO, 14 diciembre 2016)
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