En el relato que san Mateo nos ofrece de la primera multiplicación de los panes, los discípulos desempeñan un papel fundamental. Ellos están entre Jesús y el pueblo. Son ellos quienes dicen al Maestro: Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida. También son ellos quienes ponen los panes en manos del Señor. Y, después de bendecirlos, Jesús partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Sin la mediación de los discípulos, aquella multitud hubiera pasado hambre.
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¿Imagináis que aquellos discípulos, en lugar de haberse preocupado por el hambre de las gentes, hubieran dicho a Jesús: «Despídelos para que nos dejen en paz y podamos comer»? ¿Imagináis que aquellos discípulos, tras bendecir Jesús los panes, se los hubieran comido entre ellos sin llevarlos al pueblo?
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Pues ese esperpento, esa caricatura se cumple cuando toda la pretensión de los cristianos respecto a la sociedad en que viven es: «Que nos dejen creer en paz, y que se vayan al Infierno, si quieren». O cuando, al salir de Misa, se reúnen entre ellos en grupitos de amigos, olvidando que los hombres mueren de hambre de Dios. |
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