miércoles, noviembre 13, 2024

Por que ha ganado Trump.

 

Por qué ha ganado Trump; por Rafael

Navarro-Valls, catedrático y presidente

de la Unión Internacional de Academias

Jurídicas Iberoamericanas

07/11/2024

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El día 7 de noviembre de 2024 se ha publicado, en el

diario El Mundo, un artículo de Rafael Navarro-Valls,

en el cual el autor opina que Trump ha ganado

porque promete ser el presidente que devolverá la

estabilidad económica y el crecimiento al país, lo que

ha resultado atractivo para los votantes preocupados

por la inflación y la incertidumbre financiera.


POR QUÉ HA GANADO TRUMP


El vencedor de las elecciones de noviembre de 2024 probablemente ha sido el

candidato a la Casa Blanca cuya historia es más compleja. Ganó la presidencia

frente a Hillary Clinton con un voto popular inferior a su contrincante. Tuvo

momentos muy polémicos: por ejemplo, dos juicios políticos. Perdió contra

Joe Biden la elección para el segundo mandato lanzando duros ataques contra

el supuesto amaño electoral. Y finalmente, para ganar ahora ha tenido que

enfrentarse con una situación inédita: la lucha contra dos contrincantes

seguidos (Biden y Kamala Harris), con el consiguiente desgaste que eso

supone.

Estas vicisitudes han llevado a cambios en su programa que han favorecido su

victoria. Algunos ejemplos. Aunque el muro con México fue una de sus

grandes promesas, en su campaña actual ha cambiado el enfoque, subrayando

la seguridad fronteriza y sin enfatizar tanto en la construcción física del muro.

En 2016, durante su campaña contra Hillary, Trump criticó acuerdos como el

Nafta (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), pero ahora con el

USMCA (acuerdo con México y Canadá que reemplazó al Nafta) habla más

sobre frenar la inflación y mantener el dólar fuerte. En 2016, Trump se

mostraba escéptico ante la OTAN y apoyaba las relaciones bilaterales con

Rusia. Actualmente, aunque mantiene una postura de evitar conflictos

internacionales prolongados, ha centrado más su enfoque en una competencia

con China que agrada a sus votantes.


Así las cosas, veamos las principales razones por las que su liderazgo ha

resonado entre el electorado de EEUU con más fuerza que los mensajes de

Harris.

Uno de los aspectos más destacados de la candidatura de Donald Trump es su

base de apoyo, que se ha mantenido leal y comprometida a lo largo de los años.

Desde antes de su primer mandato, Trump ha sabido construir con sus

seguidores una sólida relación de estilo directo, comenzando con el grito de

guerra: Make America great again (hagamos -o haz- América grande otra vez).

No hay que olvidar que la base electoral de Trump está compuesta en su

mayoría por estadounidenses que sienten que sus valores tradicionales están

amenazados y buscan un líder que los defienda sin concesiones. Trump ha

capitalizado esta percepción, reforzando su imagen de candidato firme que se

enfrenta con el establishment sin titubeos. Esta lealtad profunda le ha

otorgado ventaja sobre otros candidatos, antaño Hillary Clinton o ahora

Kamala Harris.

Desde que James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton

contra Bush sr, pegó un cartel en las oficinas centrales con varios mensajes

escritos entre los que destacaba: “Es la economía, estúpido”, la frase -que se

transformó en “Es la política, estúpido”- hizo fortuna en la cultura política

estadounidense. No la olvidó el rubio presidente. De ahí que en toda su

campaña haya insistido constantemente en los logros económicos de su

Administración, en especial antes de la pandemia. Los expertos suelen afirmar

que en su primer mandato la economía experimentó un crecimiento

significativo, con bajos niveles de desempleo y un auge en el mercado de

valores. Estos logros han sido la base de su mensaje actual, en el que promete

una “segunda gran era económica” para el país.

Con estos datos ha criticado duramente las políticas económicas de su

oponente. Su mensaje es claro: Trump promete ser el presidente que devolverá

la estabilidad económica y el crecimiento al país, lo cual ha resultado atractivo

para votantes preocupados por la inflación y la incertidumbre financiera. Se

entiende que tanto Wall Street como Silicon Valley -incluido Elon Musk-

giraran hacia su candidatura.

Antes dije que la lealtad de la base electoral de Trump ha sido un factor

decisivo en su victoria. En este sentido, ha influido en el electorado la postura

de Trump de “nosotros contra ellos”. De este modo se ha enfrentado con los

media y figuras de la élite, lo que ha sido interpretado como una señal de

autenticidad y fortaleza. La retórica de confrontación de Trump, lejos de alejar

a su base, parece haberla solidificado, lo que ha influido en especial en

aquellos votantes que se sienten ignorados por el constante uso de lo

“políticamente correcto”. Han visto en Trump a “uno de ellos”, alguien que

erradicará el “crecimiento desmedido del Estado”, facilitando decisiones libres

sin interferencias burocráticas.

En esta campaña presidencial en EEUU, el tema de la ley y el orden ha cobrado

un lugar significativo, principalmente debido a las tensiones políticas, el

aumento de la violencia en algunas ciudades y el debate sobre la reforma


policial. Trump, por ejemplo, ha enfatizado su postura en favor de un enfoque

más estricto en la aplicación de la ley, una línea que ya mantuvo en su

Administración, argumentando que los demócratas son débiles en esta área.

Trump ha prometido incrementar los fondos para las fuerzas de seguridad, en

un esfuerzo por devolver la seguridad a las comunidades. Esta postura

también ha ganado apoyo entre aquellos que creen que la actual

Administración ha sido demasiado permisiva con las protestas y disturbios que

han resurgido en los últimos años.

Las campañas norteamericanas raras veces han girado en torno a la política

exterior. Las excepciones han sido cuando una de las partes es Norteamérica

misma. De este modo, el mal resultado en Vietnam fue la razón prioritaria

para que el presidente Johnson optara por no presentarse a un segundo

mandato. Por el contrario, la Segunda Guerra Mundial fue el motor para que

Franklin D. Roosevelt ganara su tercer y cuarto mandatos, convirtiéndose en el

líder con mayor número de años en la presidencia.

Trump optó en su campaña por la perspectiva de “América, primero”. Y así

como durante su primer mandato planteó una postura proteccionista y

renegoció acuerdos comerciales para proteger los empleos estadounidenses, en

esta campaña ha mantenido la misma posición, de modo que es su propósito

“evitar involucrarse en conflictos innecesarios o intervenciones costosas en el

extranjero”.

Con Ucrania ha sostenido que tiene “un secreto que traerá la paz, incluso antes

de jurar el cargo”. Con el conflicto de Oriente Próximo se ha alineado con

Israel sin ambigüedades. Un notable número de votantes se ha adherido a esta

postura, sobre todo los que se sienten frustrados ante las largas intervenciones

militares y las cargas económicas anexas.

Su hostilidad, sin embargo, la ha mantenido contra China y Corea del Norte.

De modo que un ataque a Taiwan, por ejemplo, además de las posibles

actuaciones militares, conllevaría altísimos aranceles para China: entre un

150% y un 200%. Trump advirtió a Corea del Norte de que “enfrentará fuego y

furia como el mundo nunca ha visto”, como respuesta a las amenazas

nucleares por parte de Pyongyang. Esta dura posición le ha atraído votantes,

que han cambiado la perplejidad ante su aislacionismo por la satisfacción ante

su dureza con dos países “crueles”.

Antes me referí a su nueva y edulcorada visión del muro entre México y EEUU.

Falta referirme a su postura global en el tema de la inmigración. Trump planea

deportaciones masivas de inmigrantes irregulares y reducir drásticamente el

número de refugiados permitidos cada año. A diferencia de Harris, rechaza

cualquier reforma migratoria bipartidista, apostando por políticas restrictivas

y directas. Esta posición ha satisfecho a sus votantes blancos, pero también a

bastantes votantes hispanos, que aducen que los inmigrantes ilegales no deben

recibir un trato de favor, cuando ellos tuvieron que superar los filtros legales.

Según los abogados estadounidenses, el aborto es la “encrucijada sangrienta

del Derecho”. Se entiende así el eterno debate sobre esta cuestión. En él, el


nuevo presidente ha mantenido una postura ambigua. Ha dejado la posición

dura a su vicepresidente, J. D. Vance, que postula una prohibición nacional

casi total sobre el aborto.

La ambigüedad se nota en Trump en que, al tiempo que nombra a tres

magistrados provida para el Tribunal Supremo de EEUU, da su apoyo, por

ejemplo, a una ley de Florida que permite el aborto en las seis semanas

primeras del embarazo. También ha mantenido una posición titubeante ante la

píldora abortiva. Esta indefinición en un tema clave como el aborto ha sido

interpretada por algunos observadores como una deliberada posición flexible,

que ha permitido que los electores moderados le votaran. Ciertamente ha

dejado perplejos a sus seguidores provida, que sin embargo le han seguido

votando.

La victoria de Trump abre otro panorama incierto, como ocurrió durante los

cuatro años de su primera presidencia. Como dije entonces, nos encontramos

ante un presidente más habituado a improvisar que a reflexionar. Pero un

presidente es un hombre con muchos sombreros. Conocemos bastantes y en

estos cuatro años que comienzan veremos más. De momento, en su discurso

después de su triunfo ha dicho: “No descansaré hasta que hayamos entregado

la América fuerte, segura y próspera que nuestros hijos y ustedes merecen”. No

está mal.

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