12 de noviembre de 2024 |
“Hambre y sed de Él y de su doctrina” |
Sin vida interior, sin formación, no hay verdadero apostolado ni obras fecundas: la labor es precaria e incluso ficticia. –¡Qué responsabilidad, por tanto, la de los hijos de Dios!: hemos de tener hambre y sed de Él y de su doctrina. (Forja, 892) |
A veces, con su actuación, algunos cristianos no dan al precepto de la caridad el valor máximo que tiene. Cristo, rodeado por los suyos, en aquel maravilloso sermón final, decía a modo de testamento: «Mandatum novum do vobis, ut diligatis invicem» –un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros. Y todavía insistió: «in hoc cognoscent omnes quia discipuli mei estis» –en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros. –¡Ojalá nos decidamos a vivir como Él quiere! (Forja, 889) Si falta la piedad –ese lazo que nos ata a Dios fuertemente y, por Él, a los demás, porque en los demás vemos a Cristo–, es inevitable la desunión, con la pérdida de todo espíritu cristiano. (Forja, 890) Agradece de todo corazón al Señor las potencias admirables..., y terribles, de la inteligencia y de la voluntad con las que ha querido crearte. Admirables, porque te hacen semejante a Él; terribles, porque hay hombres que las enfrentan contra su Creador. A mí, como síntesis de nuestro agradecimiento de hijos de Dios, se me ocurre decirle, ahora y siempre, a este Padre nuestro: «serviam!» –¡te serviré! (Forja, 891) |
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