miércoles, septiembre 14, 2016

La pornografía mata el amor y daña a la persona.








Primero fueron algunos estudios aislados que apuntaban a una cierta relación de causalidad entre el consumo de pornografía entre los adolescentes y el incremento de las agresiones machistas a esa edad. Luego vinieron otros informes que insistían en el carácter violento de buena parte de las escenas pornográficas. Y últimamente se insiste en que genera adicción, daña el cerebro y produce diversas disfunciones en la salud sexual de los varones. El caso es que, desde hace un par de años y con una frecuencia creciente, algún investigador o algún medio hace sonar la alarma frente al fenómeno, completamente nuevo en la historia, de una pornografía masiva, ubicua, fácilmente accesible, en alta definición y cada día más perversa y retorcida.


Los menos propensos a criticar esta industria gigantesca -los números de páginas y de visitas varían de una fuente a otra, pero resultan escalofriantes- tampoco se atreven a defenderla. Como mucho, dicen que habría que investigar más y mejor las consecuencias tanto en los chavales como en los adultos. Otros hablan de tratar la pornografía de un modo parecido al tabaco. Pocos se atreven a sugerir que se prohíba, salvo la pornografía infantil.


El porno tiene la enorme ventaja de que evita las complicaciones de una relación real, y ese es también su primer inconveniente. Una actriz muy poco pudorosa dice que el porno es para cobardes. Para gente que no se atreve con lo verdadero y original y prefiere controlarlo todo a su antojo con un mando a distancia. Pero luego la vida no funciona así, sin implicarse y complicarse. La vida pertenece a los valientes que no tienen miedo a la ternura ni a sus maravillosas y exigentes consecuencias.
@pacosanchez

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