domingo, junio 26, 2011

Homilía del Corpus del Papa.



Gentileza de superSalvador Brañas.






La fiesta del Corpus Domini es inseparable a la del Jueves Santo, de la Misa de Caena Domini, en la que celebramos solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se ofrece a nosotros en el pan partido o en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Domini, este misterio se ofrece a la adoración y a la meditación del Pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento es llevado en procesión por las calles de las ciudades y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el Reino de los Cielos.
Lo que Jesús nos ha dado en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no está reservado a algunos pocos, sino que está destinado a todos. En la Misa en Caena Domini del pasado Jueves Santo destaqué que en la Eucaristía sucede la transformación de los dones de esta tierra -el pan y el vino- con el fin de transformar nuestra vida e inaugurar así la transformación del mundo. Esta tarde quisiera retomar este perspectiva.
Todo parte, se podría decir, del corazón de Cristo, que en la Última Cena, en la vigilia de su pasión, agradeció y alabó a Dios y, de esta manera, con la potencia de su amor, transformó el sentido de la muerte a la que iba a enfrentarse. El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de “Eucaristía” -“acción de gracias”- expresa exactamente esto: que la transformación de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, es fruto del don que Cristo ha hecho de sí mismo, don de un Amor más fuerte que la muerte, Amor Divino que lo ha hecho resucitar de entre los muertos. Esta es la razón por la que la Eucaristía es alimento de vida eterna, Pan de la vida. Del corazón de Cristo, desde su “oración eucarística” hasta la vigilia de la pasión, viene este dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmicas, humanas e históricas. Todo procede de Dios, de la omnipotencia de su Amor Uno y Trino, encarnado en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esto sabe agradecer y alabar a Dios incluso frente a la traición y a la violencia, y en este modo cambia las cosas, las personas y el mundo.
Esta transformación es posible gracias a una comunión más fuerte que la división, la comunión de Dios mismo. La palabra “comunión”, que nosotros usamos para designar la Eucaristía, reasume en sí mismo la dimensión vertical y la horizontal del don de Cristo. Es muy bella y elocuente la expresión “recibir la comunión” referida al hecho de comer el Pan eucarístico. En efecto, cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se da a nosotros y por nosotros. Desde Dios, a través de Jesús, hasta llegar a nosotros: una única comunión se transmite en la Santa Eucaristía. Lo hemos escuchado hace poco, en la Segunda Lectura, de las palabras del apóstol Pablo dirigidas a los cristianos de Corinto: “ La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.(1 Cor 10,16-17).
San Agustín nos ayuda a comprender la dinámica de la comunión eucarística cuando hace referencia a una especie de visión que tuvo, en la que Jesús le dice: “Yo soy el alimento de los fuertes. Crece y me tendrás. Tú no me transformarás en ti, como el alimento del cuerpo, sino que será tú el transformado en mí” (Conf. VII, 10, 18). Mientras que el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros los que lo asimilamos, sino que nos asimila a sí, así nos convertimos conforme a Jesucristo, miembros de su cuerpo, una sola cosa con Él. Esta fase es decisiva. De hecho, exactamente porque es Cristo el que, en la comunión eucarística, nos transforma a sí, nuestra individualidad , en este encuentro, se abre, liberada de su egocentrismo y inscrita en la Persona de Jesús, que a su vez está inmerso en la comunión trinitaria. Así la eucaristía, mientras que nos une a Cristo, nos abre a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: ya no estamos divididos, sino que somo una sola cosa en Él. La comunión eucarística me une a la persona que tengo al lado, y con la que, quizás, ni siquiera tengo una buena relación, y también nos une a los hermanos que están lejos, en todas las partes del mundo. De aquí, de la Eucaristía, deriva, por tanto, el sentido profundo de la presencia social de la Iglesia, como testifican los grandes Santos sociales, que fueron siempre grandes almas eucarísticas. Quien reconoce a Jesús en la Hostia Santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es forastero, desnudo, enfermo, encarcelado; y está atento a todas las personas, se compromete, de modo concreto, por todos los que tienen necesidad. Del don del amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra especial responsabilidad de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna. Especialmente en nuestra época, en la que la globalización nos hace, cada vez más, dependientes los unos de los otros, el Cristianismo puede y debe hacer que esta unidad no se construya sin Dios, es decir, si en el Verdadero Amor, lo que daría lugar a la confusión, al individualismo, y la opresión de todos contra todos. El Evangelio mira desde siempre a la unidad de la familia humana, una unidad no impuesta por las alturas, ni por intereses ideológico o económicos, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros, porque nos reconocemos miembros de un mismo cuerpo, del cuerpo de Cristo, porque hemos aprendido y aprendemos constantemente por el Sacramento del Altar que la comunión, el amor es la vía de la verdadera justicia.
Volvemos ahora al acto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando Él dijo: Este es mi cuerpo que he dado por vosotros, esta es mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres, ¿Qué sucede? Jesús en este gesto anticipa el suceso del Calvario. Él acepta por amor toda la pasión, con su sufrimiento y su violencia, hasta la muerte de cruz; aceptándola de este modo, la transforma en una acto de donación. Esta es la transformación que el mundo necesita, porque lo redime desde el interior, lo abre a las dimensiones del Reino de los cielos.. Pero esta renovación del mundo, Dios quiere realizarla siempre a través de la misma vía seguida por Cristo, este camino, que es Él mismo. No hay nada de mágico en el Cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente de la semilla de grano que se parte para dar la vida, la lógica de la fe que mueve las montañas con el suave poder de Dios. Por esto quiere continuar renovando la humanidad, la historia y el cosmos, a través de esta cadena de transformaciones, de la que la Eucaristía es el sacramento. Mediante el pan y el vino consagrados, en los que están realmente presentes su Cuerpo y su Sangre, Cristo nos transforma, asimilándonos a Él: nos implica en su obra de redención, haciéndonos capaces, por la gracia del Espíritu Santo, de vivir según su misma lógica de donación, como semillas de grano unidos a Él y en Él. Así se siembran y van madurando en los surcos de la historia, la unidad y la paz, que son el fin al que tendemos, según el diseño de Dios.
Sin ilusiones, sin utopías ideológicas, nosotros caminamos por los caminos del mundo, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples semillas de grano, custodiamos la firme certeza de que el amor de Dios, encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y que la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres, cielos nuevos y tierra nueva, en la que reinan la paz y la justicia, y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra verdadera patria. También esta tarde, mientras se pone el sol sobre nuestra amada ciudad de Roma, nosotros nos ponemos en camino: con nosotros está Jesús Eucaristía, el Resucitado, que dijo “yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). ¡Gracias, Señor Jesús! Gracias por tu fidelidad, que sostiene nuestra esperanza. Quédate con nosotros, porque se hace de noche. “Buen Pastor, verdadero Pan, ¡Oh Jesús! ¡Piedad de nosotros; aliméntanos, defiéndenos, llévanos a los bienes eternos, en la tierra de los vivos! Amén.



13 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, por este compartir enrriquecedor que el cuerpo y la sangre de CRISTO lo guarde siempre en su presencia y le conceda siempre su gracias en todo momento muy unidos en oración y un abrazo muy especial en este dia

Sinretorno dijo...

Gracias, siempre Lourdes. Muchas gracias.

Igaljo dijo...

Me ha recordado esta entrada a aquel que menguaba para señalar a Otro.Mil gracias Sinretoro por señalar el Camino y bienvendo a España de nuevo.

Mento dijo...

Sinret acabas de hacer palabras lo que yo siento cuando amaso el pan azimo. No se si lo he comentado alguna vez, soy la ostiaria de mi comunidad(del camino neocatecumenal para quien lee y no me conoce).Hacer ese servicio, me esta ayudando mucho en mi propia conversión. Porque el ostiario es el último, el que sirve. Se encarga de los signos de preparar la asamblea para los demas, de recoger, de manifestar un Dios que sirve a sus amigos. A mi me cuesta la vida hacerlo porque desde pequeño te educan para ser el primero, no el ultimo. Pero cuando me toca hacer el pan, cuando mis manos amasan, golpean, modelan... cuando un trozo de masa en mis torpes manos se prepara, veo la pasión, siento como Jesús, sufro y disfruto a la vez de ese momento y rezo para que todo el que coma de ese pan horas mas tarde puedan sentir eso. Y cuando el sacerdote consagra y Jesucristo es elevado en toda su grandeza, en forma de torta de pan azimo, le miro y digo:Tu eres el Dios verdadero, tu eres el Hijo de Dios. Que otro Dios tendria la humildad de rebajarse a ser elementos de la naturaleza que el hombre trabaja con sus manos. para poder esta aqui, dentro de cad uno de nosotros, elevandonos a la categoria de Hijos. Cuando veo a Jesucristo Sacramentado en la Hostia veo la Creación, la Grandeza, el Poder, Veo a Jesucristo y veo el Rostro Del Padre tambien.
Y lo más importante es que viene a mi, a todo el que quiera hacer comunion con Él. Y comprendo mi pequeñez y mi pecado y solo puedo decir: no soy digna, pero se que su Palabra, Jesucristo, me hace digna ante al Padre y ya no tengo miedo del pecado, del mundo, de mi, solo me urge el Amor y el hacer comunión con Ellos.

Anónimo dijo...

Hoy sólo digo amen.
Gloria a Jesús, El Señor, Albado
sea su santo Nombre. Que a su nombre toda rodilla se doble, que al nombre de Jesús doblemos nos solamente nuestra rodilla sino nuestro corazón
y Proclamemos que Jesús es el Señor.
Elpidio.

Anónimo dijo...

Miro la fotografía del Santo Padre adoranto el Santísimo Sacramento y un erizado mar de sensaciones abate mi "alma". Me digo interiormente: "no te dejes llevar por frágiles y subjetivas percepciones", "no caigas en críticas fáciles", "no hagas rápidos juicios de valor"... Pero no puedo: soy frágil; la carne puede llegar a ser fuerte, pero el "espíritu" ¡es siempre tan débil! Y una ola agitada salta el dique de contención: ¿por qué Jesús Sacramentado no sale corriendo de la custodia para gritar por las calles: ¡no! ¡no! ¡no me encerréis en cárceles de incalculable valor! ¡No gastéis ni un céntimo más en parafernalias y paraliturgias! ¡No veis que hay niños muriendo de hambre por culpa de los hombres! ...
Cuando inmediatamente saltaran los fariseos de turno para decir: ¡Por el sagrado nombre del Altísimo, no seas demagogo!, Él sabría bien defenderse...

"Anathema".

Anónimo dijo...

Yo no te digo nada,Anathema...bueno,si,una cosa.Y es que me he dado cuenta de que escribes altísimo y él,con mayúsculas.Y sé que no lo haces ironicamente.Un saludo o abrazo,a elegir Janusa

Anónimo dijo...

Por supuesto "Dios" siempre con mayúscula... Escribirlo con minúscula, como hacen los ateos y agnósticos al uso, me parece una soberana memez...

Elijo el abrazo...

"Anathema".

Anónimo dijo...

¡Córcholis, con lo bonita que era mi historia! ¿Por qué la has censurado? ¡Pero si está basada en hechos reales!

"Anathema"

Sinretorno dijo...

Anathema, lo siento, me pareció un poco truculento. Me ds miedo, a veces. Un abrazo

Anónimo dijo...

Pués ahi tienes el abrazo.J

Anónimo dijo...

Reconozco que la segunda parte de la historia es algo sórdida, pero real como la vida misma...

Creía que los ciberabrazos serían fríos, pero no, tienen una extraña calidez... ¡Gracias, J.!

"Anathema".

Miriam dijo...

Gracias. Me la imprimo para leerla con calma