lunes, julio 16, 2012

De la carta de julio del Prelado del Opus Dei.






 Ya me he referido a algunas de esas "preocupaciones" de ahora y de siempre: la vida de la Iglesia y del mundo, la salvación de las almas, el apostolado cotidiano, que deberían estar presentes en todos los hijos de Dios. Otras, quizá más inmediatas, están relacionadas con la crisis que afecta a muchos países en todas partes, aunque con diferente intensidad. No ignoro sus consecuencias y tampoco paso por alto que, por esas dificultades, algunos puedan sentirse particularmente agobiados: el paro, la necesidad de renunciar al mínimo necesario de comodidad, con la urgencia de hacer mil equilibrios para que el presupuesto familiar llegue a fin de mes, si es que llega. Os aseguro que me siento muy cerca de todos y de cada uno, y rezo especialmente por los que se hallen en mayores dificultades. Sin dejar de realizar —los gobernantes y todos— las gestiones precisas para salir cuanto antes de esa situación, mi consejo es que confiemos en el Señor y le ofrezcamos con alegría las estrecheces que debamos soportar.

Al mismo tiempo, no tengáis inconveniente en aceptar un trabajo que esté por debajo de vuestra capacitación profesional, en espera de que se presenten momentos más favorables. Tratad de sacar partido a los tiempos malos: afrontados con visión sobrenatural, nos servirán para madurar humanamente y hacernos crecer en unión con Dios y en solidaridad con otras personas.

Esta situación constituye otra oportunidad más para que nos ayudemos a sobrellevar con garbo las dificultades. En los días pasados me venían mucho a la memoria unas palabras del Señor en la Última Cena, que nuestro Fundador repitió incansablemente a lo largo de su existencia: que os améis unos a otros. Como Yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos[13]. Y recuerdo la emoción con que san Josemaría evocaba los últimos momentos en la tierra del Apóstol quem diligébat Iesus[14]. En efecto, narra una antigua tradición que san Juan, quizá con la voz caduca por la edad —así se lo imaginaba nuestro Padre—, repetía: filíoli, dilígite altérutrum!, ¡hijitos míos, que os queráis![15].

Que nadie se sienta solo. Que cada uno se sepa apoyado, protegido, por la oración y el cariño fraterno de los otros. Esmerémonos en servir, de modo que la convivencia con los demás discurra de un modo amable, agradable, con detalles concretos. Muchas veces basta una sonrisa, una mirada de cariño, un saber escuchar con verdadero interés las penas de los otros, para aliviar la situación de quien atraviesa un momento difícil. ¡Qué actualidad guardan aquellas palabras de Camino!: más que en "dar", la caridad está en "comprender"[16].    www.opusdei.org 

1 comentario:

mjbo dijo...

Mire si me ha gustado que voy a enviar el enlace a varios conocidos.
Gracias, un saludo