viernes, mayo 31, 2019

Gillen Mungia.

  Amigo de familia, una promesa del canto que ya es realidad.

https://www.mundoclasico.com/articulo/32280/Entrevista-a-Gillen-Mungu%C3%ADa?fbclid=IwAR2F7-xRrfl6-CuEwh4EHyG4bMU4sAeW4xSP6rX5G6_4YEcLwjnzk-ancLE

Entrevista a Gillen Munguía

Jorge Binaghi

jueves, 30 de mayo de 2019
Gillen Munguía © Rocco Casaluci, 2019
Conocí a Gillen Munguía, por casualidad, tras sus dos audiciones en el último concurso Viñas en el Conservatorio del Liceu. En la primera cantó una excelente versión del aria de Mcduff del Macbeth verdiano; en la segunda la escena completa de Alfredo en Traviata, muy bien hecha salvo alguna tensión más que comprensible hacia el final de la cabaletta, y una muy buena versión de un aria de zarzuela. Luego fue a sentarse para seguir el resto de la sesión, y tuvo la mala suerte de hacerlo justo detrás de mí. Empezamos a conversar y encontré a un cantante joven, con mucha ilusión y, lo que es más sorprendente, buen conocedor de otros cantantes -no sólo de su cuerda- y también de otros tiempos. Le pregunté, naturalmente, si tenía alguna relación con el renombrado Carlos Munguía (muchos nos educamos en zarzuela con sus grabaciones), y me respondió con sencillez que era su nieto. Le pedí una entrevista un tanto especial, visto que ya marchaba: que pusiera por escrito lo que consideraba de interés para los lectores. El resultado es éste: 
Me llamo Gillen Munguía Arbaizagoitia, y soy tenor lírico. Nací en San Sebastián un 17 de enero de 1990 en una familia con una gran tradición lírica. Mi abuelo era el conocido tenor Carlos Munguía, que había sido uno de los tenores españoles más importantes de su generación, y que dedicó toda su vida al género de la zarzuela, del cual grabó más de cincuenta títulos junto al maestro Ataúlfo Argenta y cantantes como Teresa Berganza, Pilar Lorengar, Manuel Ausensi,…
Sin embargo, pese a que siempre he estado muy ligado a mi abuelo, con el que mantuve una estrechísima relación hasta su muerte en 2012, mi pasión por la música clásica empezó tarde. En casa del aitonasolíamos escuchar música clásica, y de vez en cuando nos llevaba a las humildes representaciones de zarzuela que se representaban en nuestra ciudad. 
Sin embargo no fue hasta el 2001, cuando contaba con 11 años y mis abuelos me llevaron a una función de Rigoletto bajo la dirección de López Cobos en la Quincena Musical donostiarra, que me enamoré del teatro lírico. Lo incluía todo: teatro, música, poesía, intriga, coros, iluminación,… Aquella función junto a una posterior función de la zarzuela Los Gavilanes (el mismo año, creo recordar) fueron el desencadenante de que yo comenzara a profundizar en todos los títulos que estuvieron a mi alcance.
Fue tal mi pasión por el teatro lírico que en un período de pocos años conocía de memoria muchas de las grabaciones clásicas de zarzuela y otras tantas de ópera. Recuerdo que una vez por semana nos solíamos reunir mi abuelo y yo para escuchar largas sesiones de grabaciones de zarzuela, de ópera, y a cantantes que nos gustaban, todo ello enriquecido con cientos de anécdotas que mi abuelo compartía conmigo. Él me enseñó a admirar a cantantes como Carlo Bergonzi, Alfredo Kraus o Aureliano Pertile, entre otros; y a respetar a aquellos que pudieran no gustarme. Y me dió a conocer una infinidad de grandes artistas que hoy en día solo viven en el recuerdo de los que nos consideramos melómanos. 
Esta pasión por la música, y el hecho importantísimo para mí de tener a mi alcance una infinidad de partituras y manuscritos que no sabía leer, fueron fundamentales para que yo empezara mis estudios de música, piano, trompa y contrapunto. Nada hacía indicar que yo terminaría siendo cantante. Mi abuelo jamás quiso influirme para que estudiara canto, y creo que si al final he terminado siendo tenor ha sido porque ha habido muchísimas pequeñas acciones que me han llevado por este camino.
La primera relacionada con el canto estuvo cuando tendría unos 17 años, cuando mi profesora de piano me animó a inscribirme en las audiciones para el nuevo coro juvenil del Orfeón Donostiarra, porque me había escuchado cantar las partes que tocaba al piano. La proposición me hizo gracia en su momento y pensaba que quedaría como una anécdota, porque mi abuelo también había comenzado la carrera como cantante en la misma entidad donostiarra. Y recuerdo cómo la próxima vez que estuve con mi abuelo yo bromeaba sobre la posibilidad de que cantara en un coro, y él no solo no me llevó la contraria sino que ninguneó mi oído musical y sentenció que jamás pasaría ni las pruebas de un coro juvenil.  Ahora con el tiempo sé que su intención no era mala. Todo lo contrario, lo que quería era ponerme a prueba y ver si realmente me presentaba porque veía cualidades en mí; y yo, en plena adolescencia, me lo tomé como una afrenta personal y para demostrar mi valía, me presenté a las audiciones del Orfeón juvenil con tanto aplomo que no solo me cogieron en el coro juvenil sino que empecé a cantar también en el coro principal, y pronto empecé a interpretar pequeñas partes solistas, siendo mi primer gran debut la Misa de la Coronación de Mozart con 21 años. 
Gracias a estos solos, y mi deseo de afrontarlos decentemente, empecé mis estudios de canto en mi ciudad natal. Mi abuelo nunca quiso inmiscuirse en mi formación como cantante; él mismo reconocía que si no se había dedicado a la enseñanza era por honestidad con los alumnos, ya que el suyo había sido sobre todo un canto natural. Pero siempre se mostró entusiasmado con que estudiara canto y viendo mis pequeños avances hasta su fallecimiento. Él siempre me aconsejaba, y lo tengo grabado, que no dejara nunca de estudiar porque esta es una carrera de fondo. 
Yo seguí estudiando, y después de haber debutado en producciones muy humildes La Cenerentolade Rossini y Rinaldo en Armida de Haydn, en el 2016 se me brindó mi primera gran oportunidad profesional de interpretar Elvino de La Sonnambula de Vincenzo Bellini bajo la supervisión técnica del gran tenor Chris Merritt en el International Opera Studio de Gijon. El trabajo que realicé a nivel técnico-vocal con Chris Merritt supuso un punto de inflexión en mi carrera artística y por el que siempre estaré agradecido. Y es que cuando llegué a trabajar con él La Sonnambula, me encontraba sin saberlo en un momento de crisis vocal: y es que sin que yo me diera cuenta, mi voz estaba evolucionado en poco tiempo de un tenor ligero a la de un tenor lírico puro, y ya no se adecuaba al repertorio que venía estudiando. Su labor fue decisiva en aquel momento, y seguí su consejo y decidí cancelar los compromisos que tenía adquiridos como tenor ligero y dedicarme exclusivamente al estudio de la nueva vocalidad desde las bases y al nuevo repertorio. En aquel periodo de latencia, pude sin embargo continuar con recitales de canción y con pequeños roles como el Remendado de Carmen de G. Bizet que realicé en San Sebastián junto a la gran mezzosoprano Maria José Montiel. 
Fueron meses de mucho estudio e indecisión, y tuve la fortuna de contar con la ayuda de Chris Merritt y el gran pianista Josu Okiñena que desde entonces ha sido una figura esencial en mi formación; aunque también pedí consejo a profesionales de la talla de Maciej Pikulski, Rubén Fernández-Aguirre y Ana Luisa Chova.
Pero sin duda el proyecto formativo que cambió mi vida fue participar en el Opera(e)Studio de Ópera de Tenerife con la ópera I Capuleti e I Montecchi de Bellini bajo la supervisión de Giulio Zappa justamente un año después de aquella Sonnambula. Aquel periodo formativo en la Ópera de Tenerife me cambió la vida: la labor técnica y de profundización que desarrollé junto a figuras destacadas como Giulio Zappa y Mariella Devia ha sido indispensable en mi perfeccionamiento. Yo estoy convencido de que si no hubiera pasado por esta plataforma de perfeccionamiento no estaría donde estoy ahora.
Mi participación en este curso de perfeccionamiento facilitó mi debut en mayo del 2018 en el Teatro Comunale di Bologna con la misma producción, I Capuleti e I Montecchi, dentro del programa de formación de jóvenes intérpretes Opera Next de la Scuola dell´Opera del mismo teatro. Y también me facilitó la posibilidad de participar como cover en el rol homónimo de Roberto Devereux donizettiano en el Teatro Regio di Parma en marzo del 2018, siendo éste mi primer contrato internacional y una experiencia inolvidable, porque de repente me veía en un teatro histórico como el Regio di Parma, compartiendo los ensayos junto a Mariella Devia o Sonia Ganassi, artistas que siempre he admirado.
Creo que aquella producción de Roberto Devereux en el Regio di Parma ha sido la experiencia más enriquecedora de mi vida, y en la que más he madurado y crecido como artista. Empezando porque ha sido el rol más endiablado que he estudiado, y creo que me hizo mejorar tantísimo a nivel vocal (Roberto Devereux o lo cantas muy bien, o no llegas al final) hasta por el hecho de que el tenor se enfermó durante cierto período de ensayos, y tuve que estar a la altura de compañeros como Mariella Devia y Sonia Ganassi sobre los escenarios.
Pero no quiero olvidarme de nombrar que la oportunidad más importante que me brindó el Regio di Parma fue conocer al pianista y repertorista Simone Savina, que me descubrió el mundo infinito que hay detrás de cada nota musical, y que sigue siendo una figura fundamental en mi desarrollo profesional y en mi profundización del estilo operístico, sobre todo de la “parola scenica” verdiana.
Con esta labor que venía desempeñando fue mucho más fácil ser aceptado en otoño del 2018 en el Laboratorio Donizettiano que tuvo lugar en la Accademia del Teatro alla Scala de Milán y en el Festival Donizetti de Bergamo. Para mí, formarme en la Accademia Teatro alla Scala junto a la maestra y soprano Luciana Serra y al barítono Renato Bruson ha sido otro sueño realizado. Y debí de hacer una buena impresión porque me ofrecieron el cover del personaje de Warney en la recuperación de la ópera Il Castello di Kenilworth del maestro bergamasco junto a Jessica Pratt y Carmela Remigio el pasado mes de noviembre, siendo de nuevo por tercera vez el cover del gran tenor y amigo Stefan Pop, que es uno de los grandes tenores de mi generación.
Actualmente compagino mis compromisos profesionales junto a mis estudios de perfeccionamiento (siguiendo el consejo de mi abuelo) y continúo estudiando técnica vocal junto a la soprano Elisabetta Tandura (que ha sabido sacar todo lo que soy) y repertorio junto a los citados pianistas Simone Savina y Josu Okiñena. 
Esta maravillosa trayectoria que ha comenzado en otoño del 2017 con mi paso por el Opera(e)Studio de Tenerife se ha coronado con la grabación de mi primer disco con la prestigiosa discográfica Sony Classical, Lexía, que me ha dado el voto de confianza para grabar en su sello una cuidada selección de canciones, chansons y lieder, y me ha dado toda la libertad del mundo para profundizar en la expresión de cada palabra en la totalidad armónica y expresiva de cada canción. Junto a mí he tenido a mi maestro Josu Okiñena, que es un pianista consagrado, y con quien creo que he hecho un gran trabajo que no dejará a nadie indiferente, porque hemos querido profundizar en el acento incisivo y dramático de cada palabra. 
Por delante quedan este año la publicación de este disco, mi debut como Alfredo en La Traviata de la Ópera de Tenerife y el debut de Rafael de El Gato Montés de Manuel Penella en el mismo teatro; un recital de zarzuela junto a la Bangkok Symphony Orchestra en Tailandia; además de diversos recitales por España e Italia, y algunos compromisos de los que aún no puedo hablar.
Esta es una profesión de fondo, como las carreras; y no puedo pedir más a la vida a mis 29, más que seguir estudiando y creciendo como artista con humildad y sacrificio para poder hacer una larga carrera honesta.

domingo, mayo 26, 2019

Hay juicio, infierno y cielo.

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie e interior




Nos olvidamos u obviamos lo importante. No es para asustar, sino para tomarnos la vida en serio, con la ayuda de Dios y de María.


viernes, mayo 24, 2019

Matrimonios de ensueño; sólo para feministas ???


https://www.aceprensa.com/articles/la-felicidad-conyugal-que-une-creyentes-y-feministas/?fbclid=IwAR1RS4FNF0dYmxABKf4fs5PCpdqadGyMQ3BdZ9XuA6N-KFvlAh2zE3WBvLM


La felicidad conyugal que une a creyentes y feministas

¿Solo las feministas pueden tener matrimonios de ensueño? A juzgar por el consenso académico y mediático, la respuesta sería: sí. Dado que el reparto igualitario de las tareas en el hogar se ve como una condición para la felicidad conyugal, la presunción es que las parejas más comprometidas con los valores del feminismo son más felices que el resto. Sin embargo, la experiencia de matrimonios como el de Anna y Greg llevó al sociólogo Bradford Wilcox y a sus colaboradores a reexaminar esta hipótesis. Lo cuentan en un artículo publicado en The New York Times.
En la línea de lo que desean en Estados Unidos cerca de dos tercios de madres casadas, Anna renunció a un trabajo a tiempo completo fuera de casa cuando empezaron a tener hijos. La decisión fue posible gracias a que Greg ganaba lo suficiente con su trabajo. Anna también aprecia el modo en que su marido se implica en casa, aunque no siga la regla igualitaria del 50-50. Greg ayuda a los niños con los deberes, saca adelante divertidos planes de ocio familiar y tiene “un papel activo en la vida religiosa de la familia”... Por todo ello, Anna –que es creyente– se siente afortunada y feliz.
Lo mismo que tantas otras mujeres casadas con creyentes que se toman en serio su fe y sus responsabilidades familiares. Así lo muestra el estudio que ha dirigido Wilcox, titulado The Ties That Bind (Los vínculos que unen). La investigación, que emplea datos de 11 países, analiza los efectos de la religión en la vida familiar.
Tras cruzar los datos de varios sondeos y realizar entrevistas en profundidad, los autores del estudio llegan a la conclusión de que, en EE.UU., hay dos grupos de casadas más felices que la media. Uno es el de las mujeres que más se identifican con el feminismo progresista y que han incorporado a su vida familiar el reparto igualitario de tareas domésticas, lo que en principio avala el consenso existente.
Pero el estudio añade otro dato que pasan por alto muchas investigaciones: son incluso más felices las creyentes practicantes que se sienten apoyadas por sus maridos, no como el feminismo les dicta que deben hacerlo sino como ellas desean. Y una forma de apoyo clara es, junto a la implicación en el cuidado de los hijos –no necesariamente igualitaria–, que compartan con ellas el compromiso con la vida de fe.
Esta conclusión les permite aventurar otra hipótesis: en los hogares que siguen un reparto tradicional de tareas en el hogar y en los que la práctica religiosa es escasa, la mayor insatisfacción entre las mujeres casadas –por término medio y en comparación con las practicantes– puede deberse a “que no disfrutan del apoyo social, emocional y práctico para la vida familiar” que brinda una comunidad religiosa. Y también es probable que, en este tipo de hogares, los maridos estén menos implicados de lo que sería deseable según los nuevos ideales de crianza y cuidado de los hijos.
Respecto a los dos grupos de mujeres satisfechas, supuestamente antitéticos, el estudio señala una nota común: en ambos tipos de hogares, encontramos “dedicados hombres de familia”; esto es, maridos y padres que tienden a implicarse en la vida familiar más que los de generaciones precedentes. Como concluyen los investigadores en su artículo del New York Times, “tanto los padres culturalmente progresistas como los conservadores religiosos presentan un compromiso paterno notable”.

jueves, mayo 23, 2019

Universitarios que no leen.



http://www.unav.es/nuestrotiempo/es/firmas/universitarios-que-leen

Álvaro González Alorda

DE TEJAS ARRIBA

Universitarios que no leen

Antes de que te des cuenta, han pasado más de veinte años desde que te graduaste en la universidad, un periodo determinante en la propia biografía, pero al que entras con un manual de instrucciones incompleto, en el mejor de los casos. De hecho, yo solo recuerdo una: «Busca un mentor».
Nada más llegar a la Universidad fui a hablar con un directivo conocido por mi familia, Quino Molina, quien me atendió en su despacho como si hubiese estado esperándome desde hacía dos o tres glaciaciones. Me entregó una hoja, se recostó en la silla, me dijo «Apunta» y —con un gesto de entre general y médico de cabecera— empezó a enumerar esta lista: 
1. «Leer un libro a la semana. Empezar con un clásico: Hamlet». Traté de hacerle caso, excepto durante los meses de exámenes.
2. «Leer todos los días un periódico internacional, otro nacional y otro local». Hice lo que pude, ya que, en el pleistoceno digital, aún no existían los diarios online
3. «Estudiar dos idiomas». Empecé con uno y I’m still working on it.
Aquel plan tenía media docena más de recomendaciones —algunas relacionadas con el deporte y el descanso— que marcaron el rumbo y el ritmo de mis años en el campus. Aunque la de asistir siempre a todas las clases la ignoré en ciertas materias, ganando tiempo para el primer punto. Esto me causó algunas cicatrices en el expediente académico que ahora veo como homenajes a las dos actividades fundamentales en la universidad: leer y conversar. Ambas imprescindibles para garantizar que el estudio no se quede en una superficial memorización.
Hace unos meses, presenté a cincuenta líderes de una universidad americana la formidable lista de libros leídos por uno de ellos durante el último año, pero sin mencionar su nombre.
—¿Qué os parece? —les pregunté, con el deseo de abrir un debate.
—Pues que debe de ser un divorciado que aún no se ha suscrito a Netflix —bromeó uno.
Y disimuladamente observé un gesto de sonrisa perpleja en aquel lector infatigable, que tiene una familia encantadora y una responsabilidad imponente en una institución con diez mil profesores y noventa mil alumnos; y a quien ninguna de estas dos empresas le impide encontrar tiempo para seguir leyendo y estudiando, tal como hacía veinte años atrás.
Cada vez que una universidad gradúa a un universitario que no lee se hace cómplice de un fraude: el de producir meros técnicos sin la hondura humana para comprender —ni contribuir a resolver— la enorme diversidad de retos que plantea el mundo de hoy. Retos que requieren soluciones integrales, con fundamento antropológico, no simplemente poner parches sociales, económicos, políticos o tecnológicos, como el que actualiza una appañadiendo varias líneas de código.
En la segunda fila del banquillo de los acusados por este fraude, habría que sentar a esos profesores que no supieron contagiar a sus alumnos la pasión por la lectura, quizá porque la excesiva dedicación a tareas administrativas ha agostado su vitalidad intelectual. Y en la primera fila, a esos alumnos que no han desarrollado la autodisciplina que se requiere para encontrar tiempos y espacios de lectura en la era de la constante distracción digital. 
En mi experiencia de consultoría de transformación, el reto de la lectura también afecta a las organizaciones y empieza en los equipos directivos, con frecuencia tan ocupados en la operación que apenas dedican tiempo a la estrategia y al desarrollo de personas, dos dimensiones esenciales de su rol que requieren permanente alimento intelectual. Eso explica la proliferación de programas paliativos de liderazgo, cuyo impacto es cuestionable cuando no logran transformar los hábitos de los directivos. Algunos tan básicos como el de la lectura.
La pregunta «¿Qué carrera estudiaste?» se está haciendo progresivamente irrelevante. Hoy la cuestión clave es «¿Qué estás estudiando ahora y cómo?». Aunque te graduases hace veinte años. 

Álvaro González Alorda [Com 96 PDD-IESE 06], socio director de Emergap.

lunes, mayo 20, 2019

Laico o laica.









Laico Daniel Tirapu 
La noción de laico ha sido y es objeto de debate en la doctrina canónica. Si todos los miembros de la Iglesia son fieles (jerarquía religiosos y laicos) los laicos han sido caracterizados como aquellos fieles de la Iglesia que no han recibido el sacramento del orden ni se han vinculado en la Iglesia mediante votos o consejos evangélicos. pero esta sería una definición negativa y simplista. Son laicos en la Iglesia aquellos fieles bautizados la mayor parte de los fieles de la Iglesia que están llamados a la santificación de las realidades temporales “política economía acción social mundo laboral' mediante su testimonio de vida coherente y que junto con todos los demás cuidan del mundo creado y participan de sus alegrías y sufrimientos. 
Están especialmente llamados a la vida familiar donde transmiten la fe y las destrezas propias siendo elementos fundamentales de esperanza y de cohesión entre las generaciones para hacer un mundo más justo y amable. 
A los laicos corresponde la función de santificar en las celebraciones litúrgicas pues participan del sacerdocio común de Cristo por el Bautismo. En este ámbito sin ser su principal función pueden llevar algunas funciones como acólitos, lectores, comentadores y administrar algunos sacramentales. Los laicos como testigos del anuncio evangélico en algunas ocasiones pueden ser llamados a colaborar con el Obispo y los presbíteros en el ejercicio del ministerio de la palabra. El laico actúa a título personal sin responsabilizar a la Iglesia. Tienen el derecho a recibir una formación cristiana adecuada incluso a obtener títulos oficiales de ciencias sagradas. 
En cuanto a las funciones de gobierno los laicos a tenor del derecho pueden cooperar en el ejercicio de la potestad de gobierno a tenor del c. 0129,2 del CIC. Un laico puede ser consejero de juez, único, procurador y abogado notario, perito e incluso la Conferencia episcopal de cada país puede permitir que el laico sea juez en Tribunal colegiado.
Por laico en derecho estatal se suele entender que el estado no es creyente y que por tanto no puede sustituir ni concurrir al acto de fe de los ciudadanos. Algunos entienden por laico laicista o agresivo con la religión. En España el Tribunal Constitucional sentenció que la actitud del Estado respecto a las confesiones religiosas debe ser de una laicidad positiva el Estado no es confesional, pero coopera con las confesiones religiosas en el bien común

domingo, mayo 19, 2019

De Guadalupe.




Homilía de Mons. Fernando Ocáriz en la Misa de acción de gracias por la beatificación de Guadalupe

Homilía de Mons. Fernando Ocáriz en la Misa de acción de gracias por la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, (Madrid, 19 de mayo de 2019. Domingo V de Pascua)
DOCUMENTACIÓN
Opus Dei - Homilía de Mons. Fernando Ocáriz en la Misa de acción de gracias por la beatificación de Guadalupe
Escuche la homilía del prelado en la Misa de acción de gracias por la beatificación de Guadalupe.

El actual tiempo litúrgico está caracterizado por la alegría ante la resurrección de Jesucristo. Todavía permanece en nuestra memoria la experiencia de aquel discípulo joven que, frente al sepulcro vacío de Jesús, “vio y creyó” (Jn 20,8). Se trató del suceso más decisivo de la historia: Dios que se hace hombre y vence al pecado y a la muerte. Acontecimiento decisivo para la vida de cada uno de nosotros. Y hoy, con esta alegría pascual, agradecemos a Dios la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, proclamada por el Papa Francisco como modelo de santidad.
En el salmo de la Misa, hemos elevado un canto de júbilo: “Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, (…) que hablen de tus hazañas” (Sal 144, 10-11). Innumerables son las hazañas que ha realizado Dios a lo largo de la historia; sobre todo, la Encarnación redentora del Hijo de Dios en Jesucristo, en quien se nos ha revelado plenamente que "Dios es amor"(1 Jn 4, 8).
Las hazañas de Dios no han terminado; su poder se sigue manifestando en la historia. A san Josemaría le gustaba recordar, con las palabras del profeta Isaías: Non est abbreviata manus Domini (Is 59,1): “No se ha hecho más corta la mano de Dios: no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas” (Es Cristo que pasa, n. 130). El mismo Señor quiere seguir manifestándose de muchos modos; también a través de los santos.Cada santo es una hazaña de Dios; una manera de hacerse presente en nuestro mundo; es “el rostro más bello de la Iglesia” (Francisco, Gaudete et exultate, n. 9).
Guadalupe Ortiz de Landázuri es el primer fiel laico del Opus Dei propuesto por la Iglesia como modelo de santidad. Antes ya lo habían sido su fundador, san Josemaría, y su primer sucesor, el beato Álvaro. Esto nos recuerda especialmente la llamada que Dios nos hace a todos para que seamos santos, como predicó san Josemaría desde 1928 y constituye una de las principales enseñanzas del Concilio Vaticano II (cfr. Lumen Gentium, cap. V). Esto es lo que la nueva beata procuró llevar a las personas que le rodeaban: la convicción de que la unión con Dios está, con la gracia divina,al alcance de todos, en las circunstancias de la vida ordinaria.
A sus treinta y siete años, desde México, Guadalupe explicaba en una carta al fundador del Opus Dei: “Quiero ser fiel, quiero ser útil y quiero ser santa. La realidad es que todavía me falta mucho. (…). Pero no me desanimo, y con la ayuda de Dios y el apoyo de usted y de todos, espero que llegue a vencer” (Carta del 1-II-1954). Ese breve apunte, “Quiero ser santa”, es el desafío que aceptó Guadalupe para su vida y que la llenó de felicidad. Y para conseguirlo no tuvo que hacer cosas extraordinarias. A los ojos de las personas que le rodeaban era una persona común: preocupada por su familia, yendo de aquí para allá, terminando una tarea para empezar otra, tratando de corregir poco a poco sus defectos. Allí, en esas batallas que parecen pequeñas, Dios realiza grandes hazañas. También las quiere realizar en la vida de cada una y cada uno de nosotros.
Las lecturas de esta Misa también nos llevan a considerar algunas actitudes propias del cristiano. En la primera, vemos a Pablo y a Bernabé visitando comunidades cristianas que se habían formado durante aquellos primeros años. Los dos se habían lanzado, desde hacía poco tiempo, a dar a conocer a Cristo entre toda clase de personas. La gente recibía con sorpresa su testimonio: unas veces con efusividad, incluso creyéndolos dioses (cfr. Hch 14, 11), y otras veces con rechazo violento. Esta vez, por ejemplo, Pablo acababa de ser apedreado en Listra por una muchedumbre agitada por personas llegadas de Iconio y Antioquía. Después de golpearlo, lo habían arrastrado fuera de la ciudad y abandonado allí, pensando que estaba muerto (cfr. Hch 14,19). Sin embargo, la lectura de hoy es sorprendente: nos dice que “Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe” (Hch 14, 21-22). No se contentaban con reservar solo para ellos la alegría de haber recibido a Cristo en sus vidas. Necesitaban contar al mundo que existía una paz más profunda que habían encontrado, finalmente, junto a Jesús. Consideraban que esta misión era lo más importante, por encima de su bienestar material, de sus comodidades o de su situación social. Y esto hace que vuelvan a la ciudad, a pesar de que allí estaban quienes se oponían a su mensaje. Regresan a confortar, a rezar y a ofrecer sacrificios (cfr. Hch 14, 22-23).No regresan a devolver mal por mal, sino –como le gustaba repetir a san Josemaría– a ahogar el mal en abundancia de bien (cfr. Surco, n. 864).
La beata Guadalupe también descubrió la importancia y la alegría de llevar a las personas el consuelo de la amistad con Cristo. Lo hizo impulsada por su encuentro con san Josemaría y con el Opus Dei. Y desde entonces, su historia, en muchas cosas tan parecida a la nuestra, se empezó a transformar, más vivamente, en una hazaña de Dios. Ella también tuvo que hacer numerosos viajes: Madrid, Bilbao, México, Culiacán, Monterrey, Tacámbaro, Roma... También tuvo que hacer frente a tareas que exigían mucho trabajo, a una enfermedad del corazón que le quitaba fuerzas, a una multitud de dificultades cotidianas. Pero comprendió que lo mejor que podía dar era lo mismo que san Pablo: llegar a la identificación con Cristo, y con Él y en Él confortar con la alegría del Evangelio a las personas que encontraba en su camino. Estar disponible para los demás. Un día, pensando en toda esta tarea que tenía por delante, escribió a san Josemaría: “Y todo esto, conociéndome a mí como me conoce, ¿verdad que me viene grandísimo? Pero no me desanimo ni me asusto, solo le pido una oración para que nunca, en nada, por pequeño o grande que sea, deje de hacer lo que Dios quiere” (Carta del 15-III-1951).
Nosotros también tendremos dificultades en nuestro camino: momentos de cansancio, dolores físicos, incomprensiones... Entonces es el momento de recordar la actitud de los santos: encontrar, en nuestra relación con Jesús, la manera de dar ánimo, confortar y llenar de bien el lugar en el que nos encontremos. En este sentido, en la segunda lectura hemos escuchado estas palabras del Señor: “Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Es apoyándonos en Él como podremos, a pesar de nuestra poquedad y debilidad, ser para los demás "consuelo de Dios".
En el Evangelio de esta Santa Misa, nos encontramos con el mandamiento nuevo: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Jesús señala que esa será la manera de identificar a un cristiano a lo largo de los siglos: si somos portadores de Su amor, con un amor desinteresado hacia todas las personas como hijas de un mismo Padre. Esta ha sido la principal característica de los santos. A la nueva beata Guadalupe Ortiz de Landázuri le permitió tender puentes y ofrecer su amistad a personas de todo tipo: gente alejada de la fe, gente de países muy distintos y de edades muy variadas.
Dentro de pocos minutos se repetirán las palabras que Jesús pronunció en la Última Cena. Entonces, se hará presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Preparémonos para recibirle y así poder abrirnos más plenamente a las hazañas que Dios quiere realizar a través de cada uno de nosotros. Dejemos que el Señor nos vaya transformando por medio de la Eucaristía y que siga escribiendo la verdadera historia de nuestro mundo. Pidamos también ayuda a nuestra Madre, Regina Coeli, que nunca nos falte ese deseo de santidad que movió a Guadalupe a querer llevar por todo el mundo el amor y el consuelo de Jesucristo. Así sea.

Homilía de la beatificación de Guadalupe.




Homilía en la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri

Ofrecemos el texto de la homilía preparada por el Cardenal Giovanni Angelo Becciu para la ceremonia de beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri.
DOCUMENTACIÓN
Opus Dei - Homilía en la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri
«Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 14).
Queridos hermanos y hermanas:
Al escuchar estas palabras de Cristo dirigidas a los discípulos, y que hoy nos han sido proclamadas, el temor casi se ha apoderado de nosotros. Querríamos enseguida responder al Maestro: ¡la luz del mundo eres tú! De hecho, nos viene a la mente lo que Él ha dicho de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo... el que me sigue... tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). Sin embargo, esta página del evangelio nos recuerda que Cristo dice que también nosotros somos luz en el mundo, porque la hemos recibido de Él, que ha venido al mundo no solamente para “ser la luz”, sino para “dar la luz”, para comunicarla a las mentes y los corazones de cuantos creen en Él. Jesús quiere de nosotros precisamente esto, cuando dice “vosotros sois la luz del mundo”. De hecho añade: «No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa» (Mt 5, 14-15).
Tenemos pues una tarea. Tenemos una responsabilidad por el don recibido: la responsabilidad sobre la luz que nos ha sido transmitida. No podemos solamente apropiarnos de ella y guardarla únicamente para nosotros, sino que estamos llamados a comunicarla a los demás, a donarla; debemos hacerla brillar «ante los hombres» (v. 16).
De esta verdad era consciente la beata Guadalupe. Ella es para nosotros un modelo de cómo mostrar esta luz que es Cristo y cómo transmitirla a los hermanos. Nos encontramos, en efecto, ante una mujer cuya vida ha sido iluminada solo por la fidelidad al Evangelio. Poliédrica y perspicaz, ha sido luz para aquellos que ha encontrado a lo largo de su existencia, mostrando un coraje y una alegría de vivir que procedían de su abandono en Dios, a cuya voluntad se conformaba día tras día, y cuyo descubrimiento la hizo testigo valiente y anunciadora de la Palabra de Dios. La fuente de su fecunda vida cristiana fue su íntima y constante unión con Cristo. Su diálogo con Dios, ya desde jovencita, era continuo y se realizaba singularmente mediante una intensa vida sacramental y prolongados tiempos de recogimiento: la Santa Misa y la confesión eran los pilares de su vida espiritual. El rezo del rosario, recitado con gran devoción, era el signo evidente de su profundo vínculo con la Madre de Dios, a cuya intercesión solía confiarse. Guadalupe ha recorrido un camino de oración completo y maduro, que la llevó a experimentar en modo profundo y místico la presencia del Señor y su amor misericordioso. En efecto, es de la contemplación del misterio pascual de donde brotó la luz de la verdad que guió sus pasos. La misma luz la convirtió en una “lámpara” puesta “en el candelero y que alumbra a todos los de la casa” (v. 15).
La cruz no tardó en aparecer en su vida. En el terrible período de la guerra civil aceptó con heroica fortaleza, fruto de una fe, esperanza y caridad también heroicas, el trágico fusilamiento de su padre, los peligros del conflicto armado, el alejamiento de Madrid, la pobreza y la interrupción de los estudios. En medio de tanto desierto espiritual y material tuvo lugar el encuentro que daría un giro total a su existencia. Tocada por la “gracia”, que experimentó durante una misa dominical, sintió el deseo de encontrar a alguien que le ayudase a hallar respuestas más profundas a sus exigencias espirituales y así, mediante un amigo, entró en contacto con el fundador del Opus Dei. El encuentro supuso un paso decisivo hacia una vida de total entrega a Dios. Incorporada a la Obra, se mostró disponible, con ánimo entusiasta y generoso, a comunicar a todos y en todas partes la alegría del descubrimiento de la “perla preciosa”, la de el evangelio,y comenzó a desarrollar un intenso apostolado en distintos lugares, estrechando con facilidad y por todas partes lazos de amistad con jóvenes, que eran edificadas con su fe, su piedad, su caridad y su alegría sana y contagiosa. Había ya comprendido que la unión con Dios no podía limitarse al momento de la oración en una capilla, sino que toda la jornada se presentaba como una ocasión para intensificar su trato con el Señor. Una característica espiritual suya era de hecho la de transformar en oración todo lo que hacía. Al respecto, le gustaba repetir que era necesario caminar con «los pies en la tierra pero mirando siempre al cielo, para ver luego más claro lo que pasa junto a nosotros» (Informatio, Sec. II, Biographia documentada, p. 46).
Cuando el fundador, Escrivá de Balaguer, le preguntó si estaba dispuesta a ir a México para implantar la Obra, aceptó enseguida y con alegría. Ya no tenía ningún otro interés que el de ser un instrumento dócil en las manos de Dios. Para superar las comprensibles dificultades familiares, y prepararse espiritualmente para cumplir cuanto Dios le pedía, se encomendó a Nuestra Señora de Guadalupe. En México, su trabajo apostólico se basaba en el amor de Dios, que se traducía en una vida de piedad y de abandono en su manos y en el celo misionero; se preocupaba antes que nada de formar bien a las recién llegadas; insistía en la necesidad de la perseverancia; edificaba con su espíritu de oración, de sobriedad y de penitencia; era evidente que trabajaba solo para la gloria de Dios y para la extensión de su Reino.
Destinada a Roma, con responsabilidades de gobierno, fue obediente, humilde y alegre como siempre, dedicándose al trabajo de oficina y a la oración. Tras regresar a España, retomó las tareas de enseñanza y de formación de las jóvenes de la Obra: fue el tiempo de un compromiso decidido, constante, generoso y gozoso por vivir siempre con más radicalidad el Evangelio; fue una respuesta consciente al amor de Dios, del cual ella se sentía revestida, sobre todo en los momentos más trágicos de su existencia, con el propósito de ser santa y, siguiendo la espiritualidad del Opus Dei, animada por un fuerte deseo de implicar al mayor número posible de hermanos y hermanas en la misma aventura.
La beata Guadalupe ha sabido ser, en cada circunstancia, un don para los demás, cuidando especialmente la formación de las estudiantes y dedicándose a la investigación científica para promover el progreso de la humanidad. Además, su corazón estuvo siempre abierto a las necesidades del prójimo, traduciéndose esto en una actitud de acogida y comprensión. En toda circunstancia demostró ser una mujer fuerte. Su fortaleza era particularmente evidente en las dificultades, en la realización de nuevas obras apostólicas, en la evangelización de frontera y, sobre todo, en saber aceptar pacientemente los sufrimientos físicos, que le condicionaban seriamente la vida diaria. Todo lo supo aceptar sin reservas y sin lamentarse, transformando la enfermedad en preciosa ofrenda al Altísimo y en una ocasión de profunda unión con el Crucificado.
La nueva beata nos comunica a nosotros, los cristianos de hoy, que es posible armonizar la oración y la acción, la contemplación y el trabajo, según un estilo de vida que nos lleva a fiarnos de Dios y a sentirnos expresión de su voluntad, la cual hay que vivir en todo momento. Además, nos enseña que bello y atrayente es el poseer la capacidad de escuchar y una actitud siempre alegre incluso en las situaciones más dolorosas. Guadalupe se presenta así ante nuestros ojos como un modelo de mujer cristiana siempre comprometida allí donde el designio de Dios ha querido que esté, especialmente en lo social y en la investigación científica. En definitiva, fue un don para toda la Iglesia y es un ejemplo valioso a seguir.
Su riqueza de fe, esperanza y caridad es una admirable demostración de cuanto el Concilio Vaticano Segundo ha afirmado sobre la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que cada uno persigue este objetivo «siguiendo su propio camino» (Lumen gentium, 41). Esta indicación del Concilio encuentra hoy una realización cumplida con la Beatificación de esta mujer, a cuya oración e intercesión recurrimos para que seamos siempre mejores testigos de la luz de Cristo y lámparas que iluminen las tinieblas de nuestro tiempo.
Sí, invoquémosla: ¡Beata Guadalupe, ruega por nosotros!

viernes, mayo 17, 2019

Beatificación de Guadalupe en televisiones del mundo.





https://opusdei.org/es-es/article/streaming-beatificacion-guadalupe-ortiz-de-landazuri/




Transmisión en directo de la beatificación de Guadalupe

La página web del Opus Dei retransmitirá en directo la ceremonia de beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, el próximo 18 de mayo; se ofrecerá también la misa de acción de gracias, el 19 de mayo.
NOTICIAS
Opus Dei - Transmisión en directo de la beatificación de Guadalupe
El enlace para seguir ambas ceremonias será: www.opusdei.org/live. Las horas señaladas son las de Madrid (CEST), UTC +2.
18 mayo, 11 h.: El 18 de mayo la retransmisión comenzará poco antes del inicio de la Santa Misa, prevista a las 11.00 de la mañana. En el enlace que ofrecemos arriba, podrá ver dos pantallas, dispuestas una encima de la otra: en la primera se transmitirá la misa en español; en la segunda, dos locutores alternarán comentarios en inglés y francés.
19 mayo, 12 h.: El 19 de mayo el streaming comenzará minutos antes del mediodía. El audio será el original de la ceremonia.
Los dos días, y poco tiempo después de la conclusión, se ofrecerá en la web del Opus Dei un resumen de 20 minutos de las ceremonias, para quien desee ver o recordar los momentos más importantes.
Otros modos de conectarse
La ceremonia podrá seguirse también desde la App de Guadalupe y desde los siguientes canales de televisión:
13tv (España): con comentarios de José Carlos Martín de la Hoz (postulador diocesano de la causa de beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri) y Mónica Herrero (Comité Internacional de la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri).