viernes, enero 10, 2020

Historia viva del Opus Dei en Donosti.




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De amiticia: sobre la amistad y de algunos amigos que ya partieron

por jjdemiguelblog
Cuando aterricé en San Sebastián, a finales de 1973,  iniciaba mi trayectoria de sacerdote.  No me imaginaba entonces, ni  por asomo, la cantidad de personas y coyunturas que la Providencia iba a poner  delante  de mis ojos, que me han llevado a comprender la grandeza de la vida cristiana,  encarnada  con naturalidad en personas corrientes y de las que he sido muy amigo. A muchos de ellos les debo ratos agradables y el ejemplo y la entereza que tuvieron como seguidores de Jesús  que me han ayudado en mi fidelidad sacerdotal.
La lista de amigos sería interminable, sobre todo, si repaso los nombres de tantos profesores y alumnos de la Escuela de Ingenieros en los años en que estuve allí, y de los que guardo un recuerdo entrañable.
Con cierta independencia de la Escuela, aunque no del todo, recuerdo especialmente  a dos amigos  queridos: a Miguel José que era médico especialista de digestivo en el ambulatorio de Gros y vivía en la Zurriola;  y a César, que trabajó como interventor municipal en diversos ayuntamientos, incluido el de San Sebastián. Ambos tenían una gran cercanía con la Rioja en donde yo he nacido. De hecho los padres de César eran de un pueblo pequeño de la Rioja alavesa, límite con Logroño. Miguel José traía sus raíces de un pueblo cercano a la capital guipuzcoana, pero el Ebro y La Rioja ejercían sobre él un gran magnetismo. Durante años gocé de la amistad de ambos y fue un regalo del Cielo haberles conocido.

En este pequeño homenaje a algunos de mis amigos aquí en Donosti  quiero fijarme especialmente  en otras dos personas con las que tuve un trato más bien  breve pero intenso y, a mis ojos, tienen una trayectoria con indudable atractivo.
A ambos los considero personas muy corrientes, como tantas otras que tenemos alrededor, pero  ocultaban un maravilloso secreto: fueron seguidores de Jesús con todas las consecuencias.

Una introducción para los sacerdotes: La convivencia  de la calle Prim : una revelación.

En  San Sebastián fui a vivir al tercero derecha  del nº 34 de la calle Prim. Era toda la casa de la familia Martija. En  la Planta segunda vivían los dueños: la familia de José Luis Martija vivía en el segundo izquierda;  en la mano derecha residía  Carmen, hermana de José Luis. También estaba  en el centro de la planta la consulta  de José Luis Martija ,que era médico ginecólogo y obstetra.
En el  3º derecha, cuando yo llegué,  estaban viviendo en alquiler  D. Pedro Arribas , su hermana Brigi,  y D. Aurelio Fernández. D. Pedro era sacerdote diocesano de Segovia, y atendió unos años, antes de volver a su tierra,   el Colegio de Erain, entonces en sus inicios.  D. Aurelio Fernández era un sacerdote de la diócesis de Asturias, ejercía como capellán y profesor de la Escuela de Ingenieros, y algunas tardes acudía a Tolosa, y otras iba  a Zumárraga a atender las actividades del Opus Dei en esas ciudades y sus alrededores.
Estuvimos juntos unos tres años. Ya en 1977 aquel grupo se había disuelto y cada uno seguimos caminos diversos. Pero en esos años, difíciles, incluso terribles en muchos aspectos, pasamos en aquella casa ratos gratísimos.

En nuestra casa no había mucho sitio pero nos arreglábamos bien. No había habitación para todos y yo me instalé en el salón de la casa y dormía en un mueble que contenía una cama plegable y la estancia  se comunicaba con la habitación de D. Aurelio por medio de una puerta corredera. Brigi, la hermana de D. Pedro, atendía la casa y la recuerdo con gran afecto porque nos trataba admirablemente.
En este piso  nos reuníamos con otros sacerdotes una vez a la semana y  teníamos actividades de formación sacerdotal y dirección espiritual. Terminábamos siempre con una tertulia con  merienda-cena plagada de ocurrencias y  alegres bromas.  Casi todo aquel tiempo presidía el grupo un sacerdote del Opus Dei, llamado Salvador Suanzes, conocido por nosotros y por todo el mundo, bajo el apelativo de Pilé.

La verdad es que con Pilé se pasaba muy bien y era imposible aburrirse. Deportista siempre acostumbrado a ganar, había destacado en futbol, incluso había merodeado por los  filiales del Madrid ; y   en tenis, desde luego,  era muy difícil que alguien le ganara. Al llegar de capellán al Colegio Mayor  Ayete se había enganchado al frontón.  Tenía  una capacidad de competir insuperable, en medio de sus limitaciones, con las piernas operadas y llenas de rodilleras que ocultaban las cicatrices, se daba unos tutes tremendos. La jornada no terminaba mientras él no ganara. Si yo iba ganando y le decía: no puedo más, hasta aquí he llegado, entonces comenzaba a provocar  hasta que uno cedía y  comenzaba un nuevo partido, y él terminaba ganando .
Cuando yo llegué  jugaba en el frontón  pero tuve que acomodarme a la modalidad que Pilé practicaba que era   pala corta con unas pelotas de cuero que tenían una velocidad desconocida hasta entonces para mi   y un toque espectacular. El me dijo el primer día: prueba con el cuero y te olvidas para siempre de la pelota de goma. Así fue.   Eran pelotas caras  y nosotros las  comprábamos usadas, al pormayor,  en el Trinquete de Anoeta. Por mil pelas 8 pelotas. Si iba a comprarlas Pilé era capaz de conseguir hasta 10 o 12, peleándose con gracia irresistible con un veterano pelotari que llevaba el frontón llamado Txikuri.
Pilé era un conversador nato, divertido,  tenía el don de convencer,  un mago en el tú  a tú. Perteneciente a una familia de  la alta sociedad madrileña, aunque con raíces gallegas, era un tipo  simpático, con mucha clase  y con cierto tono provocador. La exuberancia arrolladora que tenía para llegar a la conciencia en la intimidad, o en una conversación entre  amigos, le faltaba en la predicación donde era limitado porque sus recursos y  formación eran, digamos que, aprendidos en el trato de la calle. Había hecho la carrera de ingeniero antes de ordenarse. Y era un hombre forjado en el mundo aunque desde luego nada mundano. Detrás de aquella apariencia “rompedora” había un alma con una fe transparente.
Éramos un grupo de lo más heterogéneo pero nos llevábamos de miedo: en primer lugar debo recordar a Pedro Arribas que era el jefe de la casa y que Pilé le llamaba “el Moreno”.  Era en verdad, un castellano viejo de tez morena, pero lo más llamativo era su sonrisa y su disponibilidad.  Pilé era el animador del grupo, deportista y “niño bien” de la calle Serrano de Madrid. Aurelio era asturiano, antítesis de Pilé: austero y seguidor del Cura de Ars, reñido con todo deporte que  consideraba una pérdida de tiempo,  y  permanentemente estudiando y escribiendo sin perder un minuto ni siquiera en los días de fiesta grande. Patxi Tapia, era párroco de Astigarraga, cura vasco clásico, lleno de entusiasmo que gozaba de la admiración de Pilé por su entereza y generosidad en aquellos años difíciles. Josemari Osa,  coadjutor de santa María y trabajador en la curia diocesana, simpático y lleno de bondad.  Victor Arizmendi, en otro tiempo profesor de moral en el seminario. Después en un colegio, y más tarde, arrollado por las excentricidades  a las que se opuso, aparcado y recuperado por Pilé para nuevas tareas. Y yo, que era un cura joven riojano, a quien Pilé provocaba permanentemente y juntos hacíamos de todo: saltar a la cancha , ir a la Rioja, alternar en actividades apostólicas, visitas a sacerdotes... Recuerdo infinidad de divertidas situaciones que nos pasaron.
Una pequeña anécdota entre un millar de posibles. Una semana santa, en Jueves Santo, Pilé acudió a Astigarraga a  visitar el monumento de la Iglesia de Patxi. Le pidió que le enseñara a cantar las pequeñas intervenciones cantadas de la liturgia de esos días. Fue Patxi a Ayete a la hora convenida para el ensayo. Por lo visto a Pilé le gustó especialmente la despedida de la Vigilia Pascual: Podéis ir en paz Aleluia, Aleluia.
Lo cantó varias veces Patxi. Luego juntos lo repitieron varias veces. A pilé le pareció muy sencillo. Claro que era sencillo cantado con la ayuda del que se lo sabe resueltamente.
Llegó la hora de la verdad. Pilé sólo. El primer aleluia fue aceptable. El segundo se quedó enganchado en el yu yuuuuuuuu y no terminaba nunca de concluir. Bastante gracioso y muy propio de la alegría de esa noche


En el piso de abajo vivía Jose Luis Martija con su esposa Pilar y sus hijos: Elena, Pablo, Alfonso y Rafa. Al lado estaba la casa de la hermana de José Luis, Carmen.
Con la familia Martija tuvimos un trato muy cordial y algunas noches, después de cenar, subía el matrimonio y teníamos una reunión informal y hablábamos de la vida de la ciudad o de la marcha de las cosas.
Con las mujeres de la casa de  Martija quien de veras tenía un trato intenso era Brigi, la hermana de Pedro.
Brigi trataba con Pilar y con su hija Elena que en aquellos momentos vivía afanosamente su recién estrenada juventud, sus noviazgos semanales y su entrada en la universidad.   Con Pablo teníamos una relación especial porque no iba al colegio y subía continuamente a nuestra casa donde era muy bien acogido.  Pablo tenía desde su nacimiento una deficiencia mental que le limitaba sustancialmente y Brigi tenía con él una atención muy considerada. Naturalmente  en su casa lo cuidaban muy bien y recuerdo que cuando hacía alguna pequeña trastada enseguida sus padres le invitaban a que subiera   a confesarse con alguno de nosotros. Su entrada en casa con la cara triste y la cabeza gacha era una invitación irresistible para ponerle de penitencia que te diera un abrazo.

José Luis Martija un médico que se miró en el espejo  de Tomás Moro
Algunas tardes cuando terminaba José Luis  la consulta en casa - en la Residencia o en el ambulatorio de Gros había estado toda la mañana y volvía muy tarde a comer-, me avisaba con Pablo para que bajase a su casa. Teníamos conversaciones muy instructivas acompañadas de una “demos” con  cerveza. Es decir, que antes de entrar en materias más consistentes, José Luis me ofrecía sus conocimientos sobre esa bebida en la que era un experto desde sus tiempos de joven médico en Estraburgo.

En las conversaciones solíamos tratar de temas de moral matrimonial. Entonces eran asuntos muy debatidos y existía ya un ambiente contrario a la moral católica,- incluso en los seminarios y ámbitos eclesiásticos existían críticas a la moral católica -  expuesta de forma autorizada por el Papa Pablo VI  en su famosa encíclica Humanae Vitae y un poco antes por el Vaticano II.
Yo solía preguntarle cuestiones relacionadas con la fecundidad y con las famosas acciones de doble efecto. Me admiraba la rapidez  con la que José Luis me respondía. Era muy práctico y enseguida se armaba de papel y boli y explicaba con dibujos muy comprensibles el funcionamiento de los órganos transmisores de la vida o las opciones que existían para solucionar los problemas que la recta razón y la fe iluminaban. Resultaba evidente que José Luis era inteligente. Más adelante comprendí, cuando me enteré de su trayectoria universitaria, hasta qué punto.
José Luis no era un mojigato. Quizá por su profesión de ginecólogo era expeditivo y muy comprensivo con el hecho humano de la sexualidad matrimonial. Este verano, en una convivencia numerosa de sacerdotes de todo España, celebrada en los alrededores de Madrid, recibimos la visita de un famoso médico siquiatra  madrileño. Nos habló de los temas que nosotros deseábamos  plantearle. Resulto ser un experto en asuntos que hoy están en la actualidad y con indudables implicaciones morales, o sea  decisivos para el bienestar de las personas . Muchos temas de sexualidad, homosexualidad  abordados con originalidad y sin  complejos. Actitud abierta, muy acogedora con las formas y  manifestaciones eróticas dentro del matrimonio y que son la antítesis de los usos corrompidos de la sexualidad. Pronto recordé a José Luis Martija, hace 45 años, haciendo conmigo  de propedeuta y explicándome en parecidos términos.
Comenzaban en aquellos años a llegar a su consulta lo que después se ha conocido como cambio de sexo. Los resultados de cambio de órganos sexuales José Luis los denominaba procedimientos abocados a producir repugnantes barrizales sin salida. La naturaleza no se puede manipular sino respetar y cuidar.
José Luis Martija.jpg
De nuestro trato fui comprendiendo la seriedad con que había tomado el ser discípulo de Jesucristo.   Ya sabía desde que llegué a Prim 34 que, tanto José  Luis como su esposa  Pilar, eran del Opus Dei. El se había vinculado a la Obra cuando volvió del extranjero un poco antes de casarse  Me enteré por ejemplo de que con un grupo de miembros de la Obra casados habían colaborado activamente en la traducción al euskera de Camino, obra representativa de la espiritualidad de la Obra. El traductor oficial fue un sacerdote erudito llamado D. Manuel Lekuona,  pero tuvieron muchísimas sesiones en casa del Dr. Zaldúa en las que discutían sobre el verdadero sentido de los puntos de Camino personas que hablaban el euskera y a la vez conocían el espíritu del Opus Dei. Me contaba José Luis que en aquellas reuniones   colaboraban unos cuantos: además de él, Benedicto Zaldúa, Josu Azcárate, los hermanos Gastaminza e Ignacio Yarza y,   destacaba por encima de todos, las aportaciones de la esposa de Benedicto, Pilar Azurmendi, también supernumeraria,  que a veces acudía a las reuniones con un niño en brazos.
También supe por José Luis que un grupo de profesionales, casi todos miembros del Opus Dei de la ciudad - entre ellos el mismo José Luis, el  ingeniero de caminos Javier Urquía,los hermanos Gastaminza, ambos médicos,  y el notario Juan María Araluce-,  habían comprado una finca con una casa-castillo con vistas espectaculares a la bahía de la Concha. No tenían dinero para semejante iniciativa pero sí bastante ingenio. La compra no pretendía ser una inversión para ganar dinero sino  medio para establecer un centro formativo y servir a las personas.
Idearon un plan. Comprar la finca por el precio que el dueño  había estipulado y pedir un pequeño  margen de tiempo  para efectuar el pago. Mientras tanto hicieron unos cuantos lotes con los terrenos adyacentes  a la casa.  Buscaron personas interesadas en aquellos lotes. Los vendieron, e inmediatamente  con lo que sacaron de los lotes,  pagaron la finca entera, quedándose  con la casa y un poco de terreno en la fachada norte que da a la bahía. Habían puesto un poco de dinero para hacer los trámites pero se puede decir que con audacia y visión sobrenatural, sin sacar ningún beneficio personal , habían conseguido aquel sitio maravilloso completamente gratis, que se dedicaría después a un Instituto Superior de Secretariado.  Las siglas del instituto fueron  ISSA.  Precisamente allí  estaba  yo como profesor y capellán.

No estuve muchos años en la calle Prim. Apenas tuve trato con José Luis después. Y sólo cuando su vida iba acabando volví a tener un trato intenso con los Martija. Entre su esposa Pilar y algunos amigos con los que coincidí en mis visitas al hospital donde estaba, fui recogiendo pequeñas pepitas de oro sobre la trayectoria personal y profesional de mi instructor en algunas cuestiones morales.
José Luis procedía de una familia bien situada. Su padre fue médico en Pasajes. Y también un hermano suyo ejerció la medicina heredando la consulta de su padre en la misma ciudad. Realizó el bachillerato en jesuitas y cursó la carrera de medicina en Valladolid. Muy digno de señalar  es que a la  facultad de Medicina acudieron el mismo año tres jóvenes donostiarras que estuvieron unidos por lazos de amistad inquebrantable. José Luis que realizó la especialidad de Ginecología en Estrasburgo, Martin Goena que, después  de hacer la especialidad como discípulo del Dr. Marañón,  ejerció la medina Interna y la  endocrinología en San Sebastián, y  Juan Pedro Rodriguez Picabea que fue pediatra. Muestra de esta amistad es por ejemplo que  los hijos de Martín Goena, médicos ellos, y ellas farmacéuticas y una bióloga, llamaban a José Luis, tío José Luis, y a Picabea tío Juan. También José Luis fue padrino de bautismo de alguno de los Goena y Martín de alguno de los Martija.
En Valladolid compartieron la pensión y Martín Goena que era un gran apasionado del euskera y lo hablaba primorosamente le enseñó a José Luis la lengua de los vascos que ya conocía un poco por su entorno familiar. Los tres compañeros fueron amigos inseparables y murieron los tres en torno a los 70 años.
Y aquí viene lo de Tomás Moro del comienzo del epígrafe. Tomás Moro es en la Iglesia católica Santo Tomás Moro, y goza de la máxima consideración por estar coronado con la palma del martirio. Tomás fue un adelantado a los tiempos modernos donde el Concilio Vaticano II abrió los cauces de la santidad a los cristianos y cristianas  corrientes, laicos, solteros y casados.
En efecto, Tomás Moro fue un jurista inglés de reconocido prestigio, casado y con varias hijas. Llegó a la cumbre más alta a la que se podía aspirar en aquellos días: Canciller de Inglaterra. Más la Providencia quiso que fuera Canciller con Enrique VIII, conocido monarca por sus irreprimibles pasiones. Casado el rey  con una princesa de Castilla e incendiado por las pasiones que sentía por otra joven llamada Ana Bolena obligó a todos sus súbditos a que reconocieran como legítimo su matrimonio con Ana y a la vez  proclamaran al rey, a él,   cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
La iniciativa real  que obligaba  a reconocer como matrimonio legítimo un adulterio y establecerse como un cismático tuvo pocas resistencias, hay que reconocerlo. Pero entre esas resistencias  estuvo Tomás Moro que prefirió el martirio a traicionar su conciencia de discípulo de Jesús. Echó por la ventana, su prestigio, su patrimonio, y en fin, todo aquello que constituye la herencia de los hombres libres. Solo un obispo acompañó a Tomás en su valiente testimonio: San Juan Fhiser. Ambos murieron decapitados.
Santo Tomás Moro no es un desconocido para las personas que pertenecen al Opus Dei. Al contrario, es un modelo admirado y un intercesor en los asuntos que especialmente se refieren al cumplimiento del deber.
Hay una fotografía muy orientadora de Josemaría Escrivá rezando delante de la sepultura de Tomás Moro en Londres. El mártir inglés, humanista excelso y  amigo de Erasmo , se diferencia del erudito de Rotterdan por su fidelidad a la fe hasta el final.
En Tomás Moro ve encarnado el Fundador del Opus Dei  el espíritu que desea ver realizado en sus hijos,  amantes del trabajo profesional y de la cultura –al que pueda ser sabio no le perdonamos que no lo sea ,había escrito en Camino-  pero a la vez piadosos como niños.
José Luis Martija ejerció una especialidad médica con enormes dificultades en algunos de los años en que fue médico. José Luis ejerció con gran solvencia la ginecología y la obstetricia. Pasados los años nos enteramos de que había sido premio nacional de Medicina el año que terminó la carrera. Pero a mediados de los años 60 y la década de los 70 se desplomó la natalidad de forma estrepitosa  y se extiendió como la pólvora el uso de anticonceptivos. Muchas  mujeres acuden a la consulta en busca de recetas y  se plantea al médico como una exigencia  sus deseos. También  se recurre  para evitar nuevos nacimientos, a intervenciones  como la ligadura de trompas en la mujer, o la ligadura de los conductos deferentes en el varón.
José Luis tiene un modo de ser sumamente discreto y nadie conoce los sufrimientos que son consecuencia de las presiones que sobre él se ejercen no sólo en las consultas sino también en los despachos.
El no admite injerencias en su quehacer profesional aunque eso le suponga la pérdida de la clientela en otras horas pujante o el prestigio de otros momentos. El trata enfermedades  y busca curarlas pero no está por concesiones que no tienen nada que ver con ayudar a la naturaleza.
Tiene un carácter entre serio y despreocupado. No se arruga fácilmente aunque tampoco era una persona indiferente o prepotente. Andrés, uno de sus hijos, me contó una pequeña historia que lo caracteriza muy bien: acabada la carrera se incorporó a filas para hacer la mili. Ocurrió algo sorprendente y es que lo licenciaron a los tres meses, nada más jurar bandera. No perdió el tiempo e inmediatamente  se fue a hacer la especialidad a Estrasburgo. Pasado un año le llamaron de nuevo a filas  y él se encontraba en medio de la  especialidad. ¿Qué hizo?.  No presentarse,  y  así fue declarado prófugo. Pasados varios años aprovechó para regresar a España con  una amnistía del Jefe del estado dirigida fundamentalmente a huidos de la guerra civil.
José Luis enfermó con un cáncer de intestino. Fue intervenido un par de veces. Después de la primera intervención en la Residencia Nuestra Señora de Aránzazu lo tuvieron hospitalizado en una habitación con 6 camas. Uno de los enfermos tenía el triste hábito de blasfemar continuamente en voz alta lo que le hacía sufrir muchísimo a José Luis  que llevaba esa contrariedad en silencio.
Cuando su esposa Pilar, detectó el malestar  de su marido, sin pedirle opinión ni permiso, se dirigió al director del centro con esta consideración:
José Luis ha operado durante 30 años en esta casa; ha ayudado hasta la extenuación a cuantos han pasado por sus manos, te ruego que tengas consideración con él y le busques una habitación donde esté tranquilo porque ahora sufre por más cosas que por el cáncer.
No consiguió nada. El director le dijo que la comprendía y que si estuviera en sus manos le daría lo que le pedía pero que no era posible. Con toda claridad le confesó que estaba completamente condicionado por los sindicatos que campaban  sin medida por la Residencia y  que si hiciera con José Luis cualquier excepción los sindicatos se echarían encima inmediatamente haciendo inútil cualquier medida .
La solución vino por otro camino imprevisto. Una de las visitas al señor que causaba dolor fue su esposa. Uno de los días que vino  la buena señora, cuando estaba saludando a su esposo, advirtió que enfrente había una cara conocida, y en voz alta dijo: ¡ anda! ¡Pero si ese señor es mi médico, D. José Luis!. Y corriendo como una loca se abalanzó sobre la cama del enfermo y le plantó  dos sonoros besos. Pero, D. José Luis ¿Qué hace VD. aquí?
-Ya ves, como todos. Estoy  enfermo y me han operado .
Aquello fue mano de santo. El señor que había mostrado aquellas formas brutales de hacer comentarios ostentosos no volvió a decir una blasfemia mientras estuvo José Luis allí.
Yo  visité a José Luis  varias veces en la intervención siguiente, y para entonces el Dr. Alcides Farge,  un médico amigo que ejercía como director de un centro hospitalario pequeño, se lo había llevado a su hospital y lo cuidaba con todo esmero y atención. Bajo la mirada de este médico que sabe lo que es el desvelo por los que sufren murió José Luis. En mis visitas coincidí varias veces con los hijos médicos de su amigo Martín Goena: Ignacio y Miguel . Las conversaciones en las que participé eran como cuando lo conocí con la cerveza en la calle Prim: desenfadado y un poco caustico.
Como a  todos los que se acercan al final con sufrimiento le suministraban calmantes . Con frecuencia los rechazaba diciendo que no los necesitaba o los postergaba. Un día su hijo Alfonso le regañó cariñosamente por esa actitud y él le respondió:
No te preocupes que yo conozco muy bien todo esto y sé lo que debo hacer. No olvides que es una oportunidad que tengo para vivir el dolor junto a Señor en la Cruz.
Estaba en la senda de Tomás Moro. Era José Luis listo. Tenía una buena formación  pero lo  determinante  era que  trataba al Señor con la piedad de un niño.
Así formuló San Josemaría la vocación en el Opus Dei: trabajo esforzado de adultos que se comportan como niños delante de Dios.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Impresionante y de eficaz ejemplo todo lo relatado.Lo he empezado a leer aunque me parecía extenso me ha enganchado lo he leído hasta el final.gracias por publicarlo me ha hecho mucho bien.Le encomiendo en mis oraciones.

Alvaro Mac Vervelde dijo...

El 12 de noviembre de 2019, recibí una carta de divorcio de mi esposa debido a mi infidelidad en nuestro matrimonio durante los últimos 6 meses. Viví en la desesperación y la confusión durante 2 semanas hasta que Alejandro Martínez me presentó al Señor Zakuza después de explicarle mi situación. Lord Zakuza me hizo comprender que cuando hay vida hay esperanza y mi esperanza de recuperar a mi esposa volvió a la vida. Lord Zakuza me preparó un poderoso hechizo de amor después de que me puse en contacto con él. Y en 24 horas, mi esposa regresó a casa rogándome que la aceptara y recibí una llamada de mi abogado para informarme que mi esposa había retirado el caso de divorcio. Me sorprendió y no podía creerlo. ¿No es eso un milagro? Ayúdenme a agradecer a Lord Zakuza por su tremenda ayuda y para aquellos que necesitan ayuda no deben dudar en ponerse en contacto con Lord Zakuza a través de WhatsApp al +17405739483 porque él resolverá el problema por usted. Este es el año de romper los límites.