domingo, enero 26, 2020

In pace Juan Manuel Vicens.







escritopor su hermano, Javier, sacerdote  http://javiervicens.blogspot.com/2020/01/descansa-en-paz-hermano.html

viernes, 24 de enero de 2020
A eso de las seis de esta tarde de San Francisco de Sales, mi hermano Juan Manuel ha comparecido ante el Justo Juez. Si no es por revelación particular, que yo no he tenido, nadie puede saber qué habrá resultado de ese inapelable juicio por lo que solamente nos cabe llorar un poco, rezar mucho y consolarnos con palabras de fe.
Mi hermana A me ha dado la noticia a las seis y veintidós minutos, cuando me disponía a entrar en la iglesia de Los Montesinos para celebrar la misa de las seis y media. La hemos ofrecido por él y, en el memento de difuntos, todos hemos llorado un poco. Al terminar, el monaguillo y la sacristana me han consolado mucho con palabras de fe. 
Juan nació en Madrid hace cosa de setenta años. Fue el segundo de los hijos de mis padres. Creció —pero nunca engordó— y adquirió un cuerpo recio y fuerte que le permitió, desde su adolescencia, destacar como tenista y vagar por la sierra de Guadarrama escalando cualquier pico que se le pusiera por delante. 
Antes de que terminase su adolescencia —y mucho antes de que yo adquiriera uso de razón— pidió la admisión en el Opus Dei. Debieron admitirlo porque se fue de casa como es razón que hagan los seres humanos cuando tienen alas y pueden volar. 
Ahora que lo pienso, voló deprisa. Porque yo tenía nueve años cuando él ya estaba en Roma. Estudió Magisterio y Teologías. Muchos años depués leí su tesina intitulada La razón como lugar teológico en Melchor Cano. Iba encabezada por dos citas: una de Lutero y otra de Santo Tomás de Aquino. La de Lutero: La razón es la prostituta del diablo. La de Santo Tomás de Aquino: Todo lo que la razón puede alcanzar de la verdad no es suficiente para la plena sabiduría. 
Yo tenía trece años cuando él fue ordenado como presbítero en Barcelona. Empezó su ministerio sacerdotal en Bilbao y su herencia Elorza hizo que se sintiera allí como pez en el agua. 
Cinco años más tarde, mis padres lo llamaron muy preocupados porque yo les había dicho que también quería ser sacerdote y ellos no tenían seguridad de que yo hubiera alcanzado aún el uso de razón. Vino a Madrid para interesarse por el fenómeno y charlamos largo rato. 
Cuatro años más tarde fui a Pamplona para el examen de ingreso en la flamante Facultad de Teologías. Juan Manuel me esperaba en la estación con su sotana. Iba yo a abrazarlo y a besarlo pero me tendió la mano, caí en la trampa, le tendí la mía y la estrujó como diciendo: «bienvenido al mundo de los adultos». Al salir de la estación un individuo le gritó: «¡Cuervo!». Era la primera vez en mi vida que oía a alguien insultando a un sacerdote y me inmuté no poco. Juan no. Sonrió y saludó al insultador levantando y agitando la mano como hace el Papa cuando saluda a las multitudes. 
Durante mis cinco años de Pamplona nos vimos con frecuencia allí y en San Sebastián. Al terminar mi Bachiller en Teologías fui a San Sebastián para enterarle de mi nuevo proyecto: irme a Venezuela. Puso cara de póker y, nada más despedirme de él, debió coger el teléfono para hacer algo que nunca le agradeceré bastante: llamó a un sabio sacerdote de Pamplona y le rogó que tratase de quitarme la idea de la cabeza. Al sabio sacerdote le faltó tiempo para invitarme a desayunar en el Hotel Los Tres Reyes y convencerme de que lo mejor que podía hacer era ordenarme en Españita y que ya luego Dios diría. 
Estaba yo haciendo las maletas para volverme a Madrid cuando me llamó por teléfono (todavía no había teléfonos celulares en el mundo) y me dijo: me voy contigo. Y se vino conmigo: primero hasta Madrid —donde comunicó a mis padres, para mi perplejidad, que se iba a Guatemala— y luego hasta Alicante donde yo había concertado una entrevista con el rector del Seminario. 
Ese verano del 87 volvió a Alicante para despedirse de mis padres y de los que estábamos aquí y voló a Guatemala. Y allí se estuvo hasta septiembre del año pasado escalando volcanes, derrotando al tenis a cuantos osaban enfrentarse a él y haciendo amigos que ahora estarán llorando un poco, como todos. De la hospitalidad de sus amigos guatemaltecos fui testigo las dos veces que estuve allí. 
En septiembre, después de una revisión médica le aconsejaron que viniera a Españita. Pasé una noche con él en la Clínica Universitaria y lo vi por última vez en Alcalá de Henares el 8 de diciembre. Charlamos largamente, nos hicimos una foto, me dio la bendición del viaje y me volví a Alicante. 
Mañana, si Dios quiere, iré a Madrid para su entierro en el cementerio de La Almudena. 
Se me ha olvidado decir que tocaba la guitarra y que tenía un lindo repertorio de canciones vascas. A una de ellas Itsasoa laino dago, él le daba esta entradilla en castellano: 
Hay niebla en el mar
hasta la barra de Bayona.
Te quiero más 
que los peces al agua. 

3 comentarios:

Mayra J. dijo...

El mundo ha perdido un gran ser humano, la Iglesia un siervo bueno y fiel. Leer esta publicación de su hermano me hizo sentir como si lo hubiese conocido. Que descanse en paz Don Juan Manuel. Por fin has recibido el abrazo del Señor.

Sinretorno dijo...

gracias Mayra, le traté varios añosmucho, está en el cielo

Javier V dijo...

Gracias, don Caraacara.