Cuando Dios hizo sus pactos con Adán, Noé, Abraham, Moisés y David, gradualmente estaba invitando a un círculo más amplio de personas a su familia: primero una pareja, luego una familia, luego una nación, y finalmente el mundo. Sin embargo, todos esos pactos fracasaron por la infidelidad y el pecado del hombre. Dios permaneció constantemente fiel; Adán no lo hizo, y Moisés tampoco, David tampoco.
De hecho, la historia sagrada nos lleva a concluir que sólo Dios cumple sus promesas de pacto. ¿Cómo, entonces, podría la humanidad cumplir el fin humano de un pacto de una manera que duraría para siempre? Eso requeriría que un hombre fuera sin pecado y tan constante como Dios. Así, para el nuevo y eterno pacto, Dios se hizo hombre en Jesucristo, y estableció el pacto por el cual hacemos parte de su familia: la familia de Dios.
Esto significa más que mera comunión con Dios. Porque, como dijo el Papa San Juan Pablo, "Dios en su más profundo misterio es... una familia. Dios mismo es Padre, Hijo, y Espíritu de Amor, y los cristianos están arrastrados a la vida de esa familia. En el bautismo nos identificamos con Cristo, bautizados en el nombre trinitario de Dios; tomamos el nombre de su familia, y así nos convertimos en hijos en el Hijo. Somos llevados a la vida misma de la Trinidad, donde podemos vivir en amor para siempre. Si Dios es familia, el cielo es el hogar; y con Jesús, el cielo ha venido a la tierra..
Scott Hahn
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