domingo, febrero 27, 2011

El joven Escrivá y los dragones de Joffé.


Robert: «Mi padre quería que le perdonara no para sentirse él mejor, sino por mi bien», porque no se puede vivir con ese odio atenazado al corazón.
¿Qué hay de histórico en esta película? El argumento recoge directa o indirectamente la infancia y juventud del fundador del Opus Dei, un periodo no muy conocido por el gran público. Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro el 9 de enero de 1902. Sus padres se llamaban José Escrivá y Dolores Albás, un matrimonio de convicciones cristianas que tuvo otros cinco hijos: Carmen (1899-1957), Santiago (1919-1994) y tres niñas que murieron siendo muy pequeñas. En 1915 quebró el negocio del padre y la familia se trasladó a Logroño, donde encontró trabajo como dependiente.
Allí tuvo el niño Escrivá el anunciamiento de su vocación. Era noche de Navidad cuando, al ver las huellas que un carmelita descalzo iba dejando en la nieve, sintió que Dios le llamaba aunque no sabía para qué. Decide ingresar en el seminario de Logroño y más tarde se traslada al de Zaragoza, donde además se matriculará por libre en la Facultad de Derecho, aconsejado por su padre, quien muere en 1924. Josemaría queda como cabeza de familia, se ordena el 28 de marzo de 1925 y comienza a ejercer su ministerio en una parroquia rural y luego en Zaragoza. En 1927 se traslada a Madrid para hacer el doctorado en Derecho. El 2 de octubre de 1928 comprende cuál es la misión de su vida y funda el Opus Dei. Si antes de la predicación, Jesús, el carpintero, se había dedicado a ese oficio, Escrivá entendió que los hombres también podían santificarse en el trabajo y en los actos más sencillos de la vida cotidiana. Joffé traslada a la pantalla ese descubrimiento con una secuencia de gran aliento poético.
Tras proclamarse la II República el 14 de abril de 1931, ardieron un centenar de iglesias madrileñas a principios de mayo. La llamada «cuestión religiosa» enardeció los ánimos durante la redacción de la nueva Constitución y ese clima violento sólo remitirá durante los gobiernos de Lerroux, para recrudecerse con el triunfo del Frente Popular. De aquellos años, Escrivá recuerda en sus escritos algunas anécdotas peligrosas. «Había junto a una de las dos fuentes que hay en el camino que va desde la carretera de Aragón al Este un grupo de chiquillos y mujeres haciendo cola, para llenar de agua sus cántaros, botijos, latas...
Del grupo de chiquillos salió una voz: “¡Un cura! Vamos a apedrearlo”. Con un movimiento anterior a mi voluntad, cerré el breviario, que leía, y me encaré con ellos: “¡Sinvergüenzas! ¿eso os enseñan vuestras madres?” Otro día, al final de la calle Lista, se dirigen a él en tono insultante: "'Una cucaracha ¡hay que pisarla!” Muchas veces voy haciendo los oídos sordos al insulto. Esta vez no pude. “¡Qué valiente —le dije—, meterse con un señor que pasa a su lado sin ofenderle!, ¿ésa es la libertad?” Le hicieron callar los demás dándome, sin palabras, la razón. Unos pasos adelante, otro albañil quiso de alguna manera explicarme el porqué de la conducta de su compañero: “No está bien, pero, ¿sabe usted?, es el odio”. Y se quedó tan tranquilo». Cuando estalla la Guerra Civil, Escrivá tuvo que refugiarse en casas particulares, un manicomio y legaciones diplomáticas. Escribía cartas, leía y además atendía sus obligaciones sacerdotales clandestinamente. Pudieron haberle matado hasta un total de veinte veces. Llegaban noticias de asesinatos de sacerdotes amigos suyos, como Lino Vea Munguía, Josemaría Vegas, Pedro Poveda, y hasta un primo de su madre, Mariano Albás, su padrino de bautismo.
La travesía a los Pirineos
En septiembre de 1937, su círculo más próximo le anima a salir de la capital y dirigirse a Barcelona, desde donde podrá cruzar la frontera de Andorra a través de los Pirineos. Le acompañaron siete jóvenes: José María Albareda, Tomás Alvira, Manuel Sainz de los Terreros, Juan Jiménez Vargas, Miguel Fisac (quien habría de ser uno de los grandes arquitectos españoles de la segunda mitad del siglo XX), Pedro Casciaro y Francisco Botella Raduán. Todos pertenecían ya al Opus Dei, a excepción de Alvira, que ingresaría más tarde y que hoy tiene abierta causa de canonización. El grupo por fin llegó a Peramola (Lérida) donde les ayudó Josep Cirera, un pastor que dominaba las rutas de montaña y que contaba con apoyos para albergar y alimentar a los expedicionarios. La etapa final de la aventura costaba un mínimo de mil doscientas pesetas de la época por persona, sin contar los gastos del viaje hasta allí y las seis semanas de estancia en Barcelona.
Los gastos finales podían rondar las dos mil pesetas. Albareda, Alvira, Jiménez Vargas y Sainz de los Terreros sufragaron la mayor parte. Las familias de los tres estudiantes, Casciaro, Fisac y Botella, corrieron con los suyos. También aportaron sumas algunos seguidores del Opus en Madrid, como Isidoro Zorzano y José María González Barredo, y se utilizó un dinero que estaba destinado a la nueva residencia de Ferraz, que no pudo abrirse después de estallar la guerra en julio de 1936. Aun así, dejaron a deber 5.400 pesetas al último guía cuando llegaron a Andorra. Durante la travesía se produjo uno de los momentos más extraordinarios de la vida de Escrivá. A él le había sido difícil tomar la decisión de hacer este viaje porque en Madrid quedaban su madre y sus hermanos y fieles de la Obra que seguirían corriendo peligros, como Zorzano, aunque por su origen argentino podía moverse bien, o como Vicente Rodríguez Casado, Álvaro del Portillo y José María González Barredo, que se habían refugiado en sedes diplomáticas. El grupo pasaba la noche del 21 de noviembre de 1937 en la rectoría de la parroquia de Pallerols, que había sido asaltada. Escrivá discutía con Jiménez Vargas porque quería volver sobre sus pasos y exponer su vida en Madrid; éste le llegó a decir: «A usted le llevamos al otro lado, vivo o muerto». Cuando se retiró a dormir, Escrivá le pidió a la Virgen, por la que sentía la mayor devoción y a la que consideraba como la Rosa Mística, que le mostrara una señal si es que debía cruzar la frontera. A la mañana siguiente, nadie dijo palabra, Escrivá abandonó la rectoría y se dirigió a rezar a la iglesia. Cuando regresó estaba radiante, llevaba en su mano una rosa de madera que quizá había formado parte del retablo destruido por los milicianos en el saqueo, y que él interpretó como la señal sobrenatural que había pedido. Después de celebrar Misa, prosiguen su travesía hacia los Pirineos. Cruzaron la frontera de Andorra no sin antes haber afrontado algunas situaciones difíciles, y tiempo después Escrivá llegaba a Burgos. En http://www.abc.es/ ,hoy.

3 comentarios:

Fran dijo...

Me ha gustado mucho. También lo que se dice en ABC. Estoy deseando ver la película.

David (el que dice lo que piensa) dijo...

lo que es curioso es que hace poco hayan puesto en zaragoza la calle jose maria escriva de balaguer, siendo alcalde un sociata de tomo y lomo,como es el señor belloch eso si, muy cristiano, o eso parece. sera interesante la peli.

un saludo

Sinretorno dijo...

Fran y el que dice lo que piensa. Gracias. La verdad es que Belloch reconoció que josemaría Escrivá es una figura aragonesa universal, lo triste es que haya que defender eso. Viva el Pilar!!!!!