Todo el misterio del pecado se resume en una palabra: desobediencia. El hombre quiso ser dios para sí mismo, quiso decidir sobre el bien y el mal. En lugar de obedecer a su Creador, que le mostraba el camino de una vida plena, prefirió seguir los dictados de su ignorancia: «Esto no puede ser pecado; esto es muy difícil y no lo haré…» Y se despeñó en la muerte, arrastrando consigo a todos los hijos de Eva. Cada día se alejaba más el hombre de su Dios y se hundía con más fuerza en el abismo.
¿Cómo desandar el camino andado, cómo redimir al hombre? Obedeciendo. Por eso el Verbo se hizo carne, para unirse a nosotros en nuestra humana naturaleza, y, desde dentro, emprender el camino de la obediencia: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».
Lo dice el Hijo desde el seno de la Virgen. Aún no habla, y ya obedece. Obedecerá hasta la Cruz, y hará en todo la voluntad de su Padre.
Aquí está la esclava del Señor… María, desde el principio, camina con Él. Y tú, y yo, cogidos de su mano. Desandemos el camino que nunca debimos recorrer. Obedezcamos. ¿Tienes ya un director espiritual?
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