Esa palabra poderosa de Jesús se nos ha entregado. Recíbela, como una semilla, desde primera hora de la mañana, y guárdala en el alma todo el día. Recuérdala una y otra vez. Y ella, sirviéndose también de tus propósitos y tus esfuerzos, irá cumpliendo en tu alma, poco a poco, lo que dice.
"Este es mi Cuerpo...", y Jesús se inmoló, ocultándose bajo las especies de pan. Ahora está allí, con su Carne y con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad: lo mismo que el día en el que Tomás metió los dedos en sus Llagas gloriosas. Sin embargo, en tantas ocasiones, tú cruzas de largo, sin esbozar ni un breve saludo de simple cortesía, como haces con cualquier persona conocida que encuentras al paso. –¡Tienes bastante menos fe que Tomás! (Surco, 684) |
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