Con ese rito, pedimos a Dios que se abran los oídos y los labios del niño, para que escuche la palabra del Señor y la proclame. Pero os debo confesar que es un milagro que me sale fatal. A los siete años, me vuelven a traer al niño para recibir la catequesis de comunión, y descubro que el chavalín no ha escuchado hablar de Dios en su vida, y no sabe ni recitar el Padrenuestro. Claro que la culpa no es del todo mía. ¿Cómo escuchará la palabra si sus padres no se la anuncian? ¿Cómo rezará el Padrenuestro si sus padres no se lo enseñan?
Di: Madre mía -tuya, porque eres suyo por muchos títulos-, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús. (Camino, 497) |
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