sábado, marzo 16, 2013

El hermano Papa.







http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/bajo-llave/2013/03/16/el-hermano-papa-espeluznante.html   de Rubén Amón.


Entiendo mejor ahora al cardenal Amigo cuando aludía en la plaza de San Pedro al esfuerzo que hubo de hacer para contener las lágrimas en la Capilla Sixtina.




Se refería al trance en que Jorge Mario Bergoglio decidió adoptar el nombre de Francesco. Hubiera llorado Amigo, que es franciscano. No lo hizo por el sentido del pudor o de la vergüenza.



Entiendo mejor ahora al cardenal Amigo. Reconozco haber hecho un esfuerzo para contener unas lágrimas delante de mis colegas en la audiencia de esta mañana. Y no soy franciscano, ni cardenal. Ni me sugestionaba el "Juicio final" de Miguel Ángel. Ni tengo fe en Dios.



Sí tengo fe en Francisco, incluso comprendo al cardenal canadiense Thomas Christopher Collins cuando atribuía la elección de Bergoglio a la santidad. Me parecía una abstracción, una obviedad, pero la "homilía" de esta mañana me ha sacudido las entrañas.



Me ha conmovido escuchar al Papa cuando se desentendía del discurso escrito. Y cuando evocaba el momento en que el cardenal brasileño Hummes le susurraba al oído que se acordara de los pobres. Resolvió entonces llamarse Francisco, de forma que el abrazo a un periodista invidente que subía al escenerio del aula Pablo VI con la tozudez del perro que lo guiaba simbolizaba la fraternidad franciscana hacia las critaturas de Dios.



El hermano perro, el hermano creyente, el hermano sol, la hermana gaviota que custodiaba la chimenea, la hermana lluvia, el hermano descreído, el católico y el no católico, el hermano hermano, como diría Walt Whitman.



Trascendía así el espeluznante respeto que comportaba la despedida de la ceremonia. Nos dijo Francisco que nos bendecía. Pero que nos bendecía en silencio, para respetar al agnóstico y al ateo. Y al protestante y al musulmán. Y al laico y al nihilista, aun "consciente de que todos somos hijos de Dios". Así es que el Papa rezó cabizbajo y hacia dentro.



Hacia fuera había demostrado un inteligente sentido del humor -no se puede tomar en serio a la gente que no sabe reírse- y había cuestionado los rigores del protocolo. Siempre que pudo se deshizo de los papeles.



Y cuando leía se equivocaba o abusaba del acento porteño, ejemplos ambos de su "falibilidad" y hasta demostrativos del titular que hace unos días publicaba un diario gratuito colombiano en el contexto de la proclamación papal: 'Argentino pero modesto'.



Modesto, espontáneo y cálido. Tan cálido y entrañable que las personalidades y subalternos premiados con el privilegio del besamanos se atrevían a abrazarlo. O era el Papa quien lo hacía, malogrando la distancia del rey y los súbditos, incluso a riesgo de indignar a los liturgistas y de inquietar a los funcionarios curiales que interpretan al hermano Papa como una amenaza.



Me decía un taxista romano que este Pontífice no iba a durar mucho. Dejaba en el aire los detalles o los sugería con una inquietante gestualidad al estilo de Alberto Sordi. "Una Iglesia pobre para los pobres". He aquí el mensaje y la revolución. Y el gran titular de la audiencia, ya que periodistas éramos -y familiares y amigos- los que esta mañana hemos identificado esta mañana en Roma el milagro de la comunicación.

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