Etty Hillesum era hija de un profesor judío de lenguas clásicas, muy erudito, silencioso y estudioso, con un gran sentido del humor, a la vez que autoritario. La madre de Etty, Rebeca Bernstein, una mujer judía rusa quien luego de una persecución en su país se vio obligada a emigrar a Amsterdam en 1907. Su carácter fuerte, extrovertido y dominante hizo difícil la convivencia familiar y aún más la relación con Etty. Los dos hermanos menores de Etty, Jaap y Mischa, ambos muy brillantes en sus respectivas profesiones, el primero médico, el segundo pianista muy talentoso.
Etty Hillesum heredó la viveza intelectual de su padre y los rasgos apasionados de su madre. Vivió su juventud en Middelburg, Hilversum, Tiel y Winschoten, lugares donde su padre fue trasladado debido a su trabajo. A partir de 1924, vivió en Deventer. No fue una buena estudiante en sus años escolares. Luego de la escuela estudió hebreo y decidió estudiar Derecho en Amsterdam.
En 1937 se fue a vivir a una residencia cuyo dueño era Han Wegerif, un hombre mayor, viudo de quien se hizo su amante. Además de Derecho, Etty estudió lenguas eslavas y estaba estudiando Psicología cuando estalló la guerra. Mientras vivió en casa de Han, dio clases de ruso en la universidad y también clases privadas.
Trabajó como voluntaria del Consejo Judío desde 1942. Su diario da cuenta del gusto por la lectura y el cultivo intelectual. Los cuadernillos que fue elaborando fueron en su mayoría escritos desde su habitación en la casa Han.
Julius Spier, a quien refiere en su diario como “S”, era un judío alemán que en 1939 decidió emigrar a Amsterdan luego de haber cambiado su profesión (contabilidad y finanzas) y haberse preparado con Carl Gustav Jung en el psicoanálisis y la quiriología. Era muy exitoso en sus terapias a las cuales llega por casualidad un día Etty con una de sus amigas para que le leyera la mano. A partir de ese momento, ella decide iniciar un proceso terapéutico con él, por quien se sentirá muy atraída. En el transcurso de la narración del diario, Etty pone mucho énfasis en la relación con su psicoanalista. En los apartados finales reconoce el papel decisivo de este hombre en su evolución interior.
La predisposición genética de Etty al desorden psicológico y al egocentrismo fue pacientemente trabajada y superada gracias al aporte de Julius, quien aprovechando el gusto de Etty por la lectura, la puso en contacto con la Biblia y las obras de San Agustín, que junto con las lecturas que ella venía haciendo (Rilke, Dostoievski, Tolstói entre otros), contribuyeron a moldear su fisionomía espiritual.
Hacia el final de su diario, el centro de su atención se desplaza hacia una relación profunda y estrecha con Dios que se despliega como reflexión madura sobre la realidad de la guerra y su compromiso con el pueblo judío. Aunque le ofrecieron esconderse o huir, ella se mantuvo fiel a su deseo de acompañar a sus hermanos judíos. En julio de 1943, al ponerse fin al status especial de los colaboradores judíos, Etty y su familia quedan recluidos en el campo de Westerbork, hasta el 7 de septiembre de ese mismo año en que son transportados a Auschwitz. Su hermano Jaap es transferido posteriormente a otro campo de concentración y aunque sobrevive a la guerra, muere luego de ser liberado debido a sus padecimientos anteriores.
Etty Hillesum nos ayuda a resignificar y actualizar a través de su itinerario vital, su diario y sus cartas, el lugar central de la experiencia espiritual en la realización del ser humano. La vida de Etty Hillesum es manifestación contemporánea de que la experiencia de Dios no es privilegio de unos pocos, es en realidad la posibilidad y el referente de todos en medio de la vida y de las situaciones personales más complejas como lo atestigua el relato de su vida. Una mujer cuya experiencia resulta muy cercana a la sociedad que vivimos. Según el jesuita Paul Lebeau su modo de ser y su actitud ante la vida se pueden ubicar en la posmodernidad, en cuento tomó su distancia respecto de ciertos prejuicios de la modernidad.
En palabras de Benedicto XVI (en su primera audiencia general de los miércoles después de su renuncia):
Pienso también en la figura de Etty Hillesum, una joven neerlandesa de origen judío que morirá en Auschwitz. Inicialmente lejos de Dios, le descubre mirando profundamente dentro de ella misma y escribe: «Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces me sucede alcanzarle, más a menudo piedra y arena le cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar» (Diario, 97). En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la gran tragedia del siglo XX, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se convierte en una mujer llena de amor y de paz interior, capaz de afirmar: «Vivo constantemente en intimidad con Dios».Benedicto XVI, 13 de febrero de 20132
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