Dicen que el bien no hace ruido, y el ruido no hace bien. Lo creo, porque, mientras escribo, suelo tener tras la ventana a los empleados municipales con sus sopladoras a toda máquina, y un día pediré al Ayuntamiento que me pague el paracetamol. Sólo hay algo peor que las sopladoras: los audios de WhatsApp. Quienes los envían deberían ir a prisión.
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Vuelvo a lo del ruido. Porque Jesús elige, para describir el papel de los cristianos en el mundo, dos imágenes muy discretas: Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.
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¡Qué poco ruido hacen, generalmente, la sal y la luz! Permiten apreciar el sabor y la belleza, pero ellas pasan desapercibidas. Nunca dices: «¡Qué bien está de sal este solomillo», o «¡Qué bien se ve este árbol!». Sin embargo, son la sal y la luz quienes te permiten disfrutarlos. Sólo te fijas en ellas cuando faltan… o cuando sobran.
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Así es el cristiano: Apenas habla de sí mismo, no se da importancia. Pero, en torno a él, el ambiente se aclara y se hace agradable. Si pasas con él un tiempo, acabas sabiendo mucho de Cristo y poco de él. Sal y luz.
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