Primero se sienta, y sentado imagina la casa de sus sueños. Tan bien la imagina, que antes de que exista ya ha quedado prendado de ella. Y por eso, porque la desea con verdaderas ansias, quiere que permanezca, que se convierta en hogar. Y decide edificarla sobre roca. Entonces se levanta, se viste la ropa de trabajo y empieza a cavar. No es fácil horadar la roca para poner los cimientos. Son muchas horas de esfuerzo, sudor, cansancio y, a veces, desaliento… Hasta que lo logra, y entonces todo ha merecido la pena.
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El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca.
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Todo empieza por la escucha. No habrá santidad sin oración. Al escuchar la Palabra, el hombre se enamora, y sueña ese sueño que, según el salmo, es el único deseo del santo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida (Sal 24, 4).
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Pero no basta con haber escuchado. Ahora es preciso poner en práctica, entregar la vida, aunque para ello haya que hacerse violencia. Y de esa violencia enamorada surge el Hogar. |
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