Si algo he aprendido en casi veinte años de sacerdocio es que la predicación, por sí misma, no sirve absolutamente para nada. Me refiero al orden de la salvación, que es el que nos importa. La predicación puede servir para cosechar halagos o improperios. Pero no cambia vidas, por una sencilla razón: en este planeta, todo el mundo hace lo que da la gana. Apenas hay alguien que obedezca. En toda mi vida, sólo una persona me ha obedecido. Hoy es carmelita descalza.
¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que os digo? No lo sé… Pero así sucede. Hay gente que reza, que viene a la iglesia y dice “¡Señor, Señor!”. Escuchan el sermón y les parece bonito o desagradable. Si el confesor les dice algo con lo que están de acuerdo, dirán que el confesor es sabio y se obedecerán a sí mismos. Pero si el sacerdote les señala el camino de la Cruz, si les invita a dejar de lado su juicio, su voluntad y su capricho… “¡Ay, padre, siga diciendo cosas bonitas, pero, por favor, no se meta tanto en mi vida, que ya sé yo lo que tengo que hacer!” Así somos.
2 comentarios:
Tiene mucha razón.Asi somos.
pero Dios nos quiere a morir, lo demás sobra...ánimooooooooo
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