(Portaluz) No son masas que hagan saltar el corazón de políticos que desearan sus votos, no ofrecen cuñas de corta vida a los sicarios de la comunicación, tampoco se plantean reaccionarios contra el sistema destruyéndolo todo a su paso.
Por el contrario… desde Londres a Chile, desde Australia a Estados Unidos, una misma opción para defender la vida e invitar a la conversión: Oración (en particular el rezo del rosario), ofrecer sacrificios y Eucaristía son sus armas para defender la vida, para amar en definitiva. Y tienen éxito, perdurable en el tiempo.
He aquí el testimonio del periodista K.V. Turley,publicado por Catholic World Report quien pudo comprobarlo…
Temprano una mañana de domingo, después de haber pasado por las calles silenciosas de Londres, llegué a una plaza desierta llena de sol. El edificio que estaba buscando quedó a la vista. Su estructura era imponente, estaba vacío, abandonado, con un gran signo advirtiendo Do Not Enter. No había nada para sugerir lo que fue alguna vez; tampoco evidencias de lo había ocurrido aquí. Y, sin embargo, hace tres años este rincón de Londres fue el escenario de una batalla, aunque invisible, entre las fuerzas de este mundo y las de otro, y con un resultado totalmente inesperado.
La historia que está a punto de leer mantiene, por razones legales, anónimos algunos personajes. Las fechas son las reales; también el lugar; los nombres de quienes lucharon, por ahora debo silenciarlos.
En las primeras horas del miércoles de Ceniza de 2011, un puñado de personas se dirigieron a una de las muchas plazas georgianas de Londres. Su única característica de identificación era una pancarta llevada por uno de ellos con la insignia del movimiento 40 Días por la Vida (que hoy tiene su réplica en decenas de países de todo el mundo… gracias a Dios) y un versículo bíblico: …antes que te formase en el vientre de tu madre. Ellos tomaron posiciones en la parte noroeste de la plaza, directamente frente a la fachada de una de las edificaciones. Y, al hacerlo, la batalla había comenzado.
Al principio, el grupo pequeño despertó poco interés. Los peatones pasaban cerca, ajenos. Quienes llegaban al edificio, enfrente, no se percataron de ellos, pues estaban ocupados, muy ocupados, ya que cada día un rastro de mujeres en su mayoría jóvenes, furtivamente llegaba hasta la puerta que se abría y detrás de la cual desaparecían. Sin embargo, este no era un edificio común, ni era cualquier negocio el que allí se desarrollaba. Realmente no eran muchas las señales que advirtieran lo que ocurría allí, pero ello no detenía la marea de mujeres jóvenes que a diario venían para intentar lavarse en este rincón. Pero este no era un refugio seguro sino el lugar del naufragio emocional, de un desastre inimaginable para estas mujeres que estaban ingresando… a una clínica de abortos.
La oración continuaba en el exterior, y lo haría durante toda la Cuaresma. Desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche. Poco a poco, la gente empezó a reconocer esta presencia. Comenzaron los comentarios, pocos fueron positivos, la mayoría eran hostiles, algunos incluso eran amenazantes. Desde el interior de la clínica de abortos comenzaron a mirar a través de sus ventanas a quienes estaban fuera, y cuando lo hicieron pudieron comprender lo que estaba ocurriendo. La policía fue llamada. Ellos vinieron y cuestionaron a estos cuyo único crimen parecía ser estar rezando al aire libre de una calle de Londres. Los orantes fueron advertidos de las posibles consecuencias que podría tomar la policía, con la esperanza de que se decidieran a salir o al menos permanecer tan inactivos como fuere posible.
La vigilia se mantuvo. Habían llegado para 40 días y se quedaría por 40 días. Más tarde, algunos dirían que esta experiencia en la plaza les recordaba el Camino de la Cruz, un Londres de Calvario, tal eran las vociferaciones y el desprecio que les mostraron. Pero por ahora, continuaron orando y la vista fija en la Clínica de abortos.
Luego grupos diametralmente opuestos a quien los defensores de la vida representan tomaron nota. A su debido tiempo, comenzaron a mostrarse: parecía sólo curiosidad al principio, pero pronto expresaron su enojo, con insultos y orquestando el descrédito. Circulaban comentarios de lo que estaba sucediendo en la plaza, azuzados por la aparición de artículos en los periódicos que criticaban estas vigilias que ocurrían en las calles británicas y que fuera de una clínica de abortos era percibido como particularmente provocativo.
Las contra-manifestaciones se hicieron más grandes. La reunión de mafiosos atraía rápidamente a otros peatones que se acercaban a los orantes simplemente para hacerles muecas grotescas y burlarse.
Dios te Salve María… se escuchaba como única respuesta, en un susurro que se elevaba, poderoso, por sobre todo otro sonido.
Y entonces la ira se volvió furia. Ya no lanzaban sólo insultos, sino orina y excrementos, enervando su discurso hasta lo blasfemo. Tal como era de esperar, los símbolos satánicos comenzaron a aparecer en los muros de las calles cercanas. El asalto físico no se haría esperar, como bizarra expresión. Sin errar, cual pilotos kamikaze de los últimos días, una panda de ciclistas regularmente se precipitaban sobre la vigilia de oración, apisonando la bandera y a quienes rezaban a su alrededor.
Más policías llegaron. La vigilia, vista por los medios de comunicación como la fuente de los disturbios, alimentaba debates y era denostada en la radio nacional. Sin embargo, ante el rostro de esta acción de odio, las velas seguían ardiendo en la plaza y los que habían venido a dar testimonio se mantuvieron firmes.
Maravillas sucedieron. Una joven mujer pasó junto a la vigilia y subió los escalones para ingresar en el centro de abortos. Pero se detuvo, giró sobre sí, se sentó y, tomándose la cabeza entre las manos, se puso a llorar. Luego hablaría con quienes rezaban… para descender de aquellos escalones y nunca subirlos de nuevo. Otras mujeres jóvenes comenzaron también a pedir conversar con quienes estaban en la vigilia. Algunas regresaron de vuelta por donde habían venido; otras fueron enviadas a un centro cercano de asesoramiento en embarazo complejo ( Good Counsel Network ), donde recibieron ayuda social, psico-emocional y espiritual en su nueva vida de bienvenida al mundo. No es impensable que algún día algunos de estos niños salvados de la muerte pasen por esa misma plaza, tal vez inconsciente del drama que allí ocurrió, donde su propia existencia estuvo en juego.
Esta acción de amor supremo por la vida humana pasó a través del viento y la lluvia, la desaprobación oficial y el escarnio público. Entonces la Pascua llegó, y con ella la vigilia cesó.
Sin embargo, se fueron sólo para volver la siguiente Cuaresma, para encontrarse con más de lo mismo. Mofándose y burlándose, la oposición fue implacable, pero también lo era el goteo de las mujeres embarazadas que dio la vuelta. Y así, con cada día que pasó, la vigilia oró más intensamente que nunca; una súplica dirigida al edificio de enfrente, por los corazones y las mentes de quienes asesinaban vidas allí, y por aquellas que se acercaron a sus salas de consulta.
En la Cuaresma de 2013, cerca del final de la vigilia de ese año, una de las trabajadoras surgió del interior de la clínica de abortos y se acercó a quienes rezaban. Aquellos que estaban de rodillas esperaron por los insultos. No ocurrió así. En cambio, la mujer hizo una pausa, y luego, mirando a la cara a los de delante de ella, dijo: Tus oraciones están trabajando. Las chicas no están haciendo citas. Luego, se volvió y se alejó.
Más tarde, ese mismo año, los abortos cesaron en esa instalación. Poco después, todo el lugar fue cerrado. Entonces, el pequeño grupo que había estado presente enrolló su bandera y en forma anónima, tal como habían llegado, en silencio, se fueron.
Pero eso no iba a ser el final, no del todo. Algo aún más notable iba a suceder.
Al año siguiente, el 26 de abril, en la festividad de Nuestra Señora del Buen Consejo, otro grupo acompañado por un sacerdote fue visto en la plaza. Se aproximaron hasta la puerta de la antigua clínica de abortos, la abrieron, subieron los escalones y entraron. El lugar, aunque en gran parte en ruinas, todavía tenía algunos restos de su antiguo comercio de muerte. El sacerdote puso una alba tela sobre una de las mesas que estaban al fondo, luego encendió velas y situó un crucifijo… patena con hostias, cáliz, vinajeras con agua y vino.
Durante el apogeo de la manifestación en contra, uno de los gritos que resonaron alrededor de la plaza había sido: Mi cuerpo, mi elección.
Ahora, mientras la luz de las velas parpadeaba en las paredes desnudas y los presentes inclinaban sus cabezas en oración, la palabras que iban a terminar definitivamente todo lo que había ocurrido en ese lugar, fueron finalmente pronunciadas:
Este es mi Cuerpo...