África es el continente en el que crece más el catolicismo, en competencia con el islam y los pentecostales. En su viaje a Benín del 18 al 20 de noviembre, Benedicto XVI entregará a los obispos africanos el programa para la acción de la Iglesia en el continente.
En un pequeño país africano como Benín, de solo 9,3 millones de habitantes, no son frecuentes las visitas de importantes figuras mundiales. Pero ha sido el sitio elegido por Benedicto XVI para entregar a los obispos africanos la exhortación apostólica que sintetiza las propuestas que ellos mismos hicieron durante el Sínodo de Obispos sobre África en octubre de 2009, documento que constituirá el programa para la acción de la Iglesia en el continente.
Es este el segundo viaje que realiza Benedicto XVI a África, tras el efectuado en 2009 a Camerún y Angola. También es un signo de la atención que la Iglesia católica viene prestando a África. Nada menos que 14 viajes realizó Juan Pablo II al continente africano durante su pontificado, y en dos de ellos estuvo en Benín (1982 y 1993).
Si en el Norte el catolicismo afronta los problemas de la secularización, en África el problema es más bien la competencia religiosa
Donde más crece el catolicismoNo es extraña esta atención, ya que África es el continente en el que el catolicismo crece de modo más sostenido, a un ritmo superior al del aumento de la población. Los católicos africanos son ya 173 millones, lo que equivale al 14,8% de la población católica mundial.
La creciente importancia de África para la Iglesia católica se deriva en parte de las tendencias demográficas, que están haciendo que la mayoría de los fieles católicos estén en el hemisferio sur. La población africana es joven y pujante. Con un crecimiento vegetativo del 2,4% anual (frente a solo un 0,2% en los países más desarrollados), se espera que la población africana pase de 1.030 millones en 2010 a 1.400 millones en 2025. Su tasa de fertilidad (4,7 hijos por mujer), aunque mitigada por la todavía alta mortalidad infantil, asegura una población joven: un 41% de la población tiene menos de 15 años (frente a un 17% en los países desarrollados).
En cuestiones de familia, es más probable que a los católicos africanos les preocupe la poligamia que el matrimonio gay
Ante el catolicismo del Norte, debilitado por la secularización y la escasa natalidad, la importancia del catolicismo africano solo puede ir a más en la Iglesia. Para mediados de siglo, tres países africanos –R.D. del Congo, Uganda y Nigeria– serán de los diez de más población católica, entre los que no figurará España.
Un catolicismo joven y vitalista Este vuelco del Norte al Sur en los números supondrá también un cambio en las sensibilidades, las preocupaciones dominantes y los estilos de evangelización en la Iglesia.
Por su misma juventud, el catolicismo africano es más esperanzado y vitalista. Mientras que la “nueva evangelización” en Europa o Norteamérica trata de recuperar el terreno perdido, luchando con una sensación de declive, en África el anuncio del evangelio está llegando a gente que nunca lo había oído, y que descubre su novedad. Este anuncio no se enfrenta a las reservas que suscita en Europa el recuerdo de las tensiones entre Iglesia y Estado, ni crea polémicas sobre la laicidad y la presencia de la religión en la vida pública. En África, la religión forma parte de la vida cotidiana.
El creyente africano es también más proclive que el del Norte a hablar de la influencia de lo sobrenatural en la vida de las personas, a valorar los factores espirituales, a recurrir a la ayuda divina para obtener curaciones y otros favores. Quizá corre más riesgo de que algunos exploten su credulidad, como ocurre con algunos movimientos que prometen prosperidad garantizada, pero en cualquier caso no pecará de escepticismo.
El catolicismo africano contribuye a reforzar la ortodoxia católica en temas discutidos. Asuntos como el aborto o la homosexualidad suscitan en los africanos un rechazo que es tanto cultural como religioso. Tampoco están inclinados a interpretaciones que pongan en tela de juicio verdades de fe sobre la Resurrección, la Biblia o la Eucaristía. Y esto no ocurre solo con los católicos. Como se ha visto en las divisiones dentro de la Comunión anglicana, a propósito de la ordenación de mujeres o de la homosexualidad, los anglicanos africanos se han inclinado por la doctrina de siempre, y han acabado rompiendo con los que han preferido cambiarla. Lo cual puede indicar también que el diálogo entre católicos y anglicanos puede ser más fácil en África que en Europa.
Con preocupaciones propias Las preocupaciones propias del catolicismo africano son también diferentes de las que muchas veces parecen predominar en el Norte. En la Iglesia en África no existe la polarización entre conservadores y progresistas que todavía se arrastra en el Norte, y por tanto el debate no se centra en cuestiones que tanto ocupan a los teólogos occidentales (reformas institucionales de la Iglesia, ordenación de mujeres, celibato sacerdotal, poderes del Papa...).
En cuestiones de familia, es más probable que les inquiete la poligamia que el matrimonio gay; en materia económica, les preocupará especialmente el desarrollo, el alivio de la pobreza, y la lucha contra la corrupción, más que el peligro de consumismo. Si en el Norte el riesgo es que los católicos se conformen con una fe “a la carta”, en África el problema es más bien hacerla compatible con algunas prácticas de las religiones ancestrales, todavía muy vivas, contrarias al mensaje evangélico. Y, además, la comunión entre los católicos puede verse debilitada por las divisiones tribales.
Benedicto XVI entregará a los obispos africanos la Exhortación Apostólica que sintetiza las propuestas que ellos mismos hicieron durante el Sínodo de Obispos. Mientras que en Europa y Norteamérica el número de candidatos al sacerdocio disminuye, en África aumenta (un 2,2% en 2010 respecto al año anterior). El problema no es llenar los seminarios, sino contar con suficientes formadores y ayudar a los candidatos a discernir su vocación. Parte de estos jóvenes completan sus estudios en Europa, y echan una mano en las parroquias tan necesitadas de clero. Con lo que también puede surgir el problema de que intenten quedarse en el extranjero, ya que así van a tener una vida más fácil. Pero los obispos africanos y también la Santa Sede quieren que vuelvan a sus países, donde son más necesarios. Todavía hoy los sacerdotes africanos son solo el 8,9% del clero mundial, y el número de fieles por sacerdote es tres veces superior en África que en Europa.
Competencia con el islam y los pentecostales En vez de centrarse en reformas internas en la Iglesia, el foco de la atención del catolicismo africano se dirige hacia afuera: evangelización, diálogo interreligioso, denuncia de gobiernos corruptos... Si en el Norte el catolicismo afronta los problemas de la secularización y del laicismo, en África el problema es más bien la competencia religiosa.
En primer lugar del islam, la otra gran religión que también crece cada vez más en el continente. Al hablar de las relaciones entre cristianos y musulmanes en África, es fácil fijarse solo en los casos donde se producen choques violentos, como en Sudán o en Nigeria. Pero no hay que perder de vista que esos choques revelan sobre todo luchas por el poder político, y que –en el caso de Nigeria– esos actos de violencia suelen ser cometidos por grupos extremistas.
En otros países, la convivencia entre los distintos grupos religiosos es mucho más fluida. En el propio Benín, que tiene un 27% de católicos, un 24% de musulmanes, un 17% de practicantes del vudú y un 10% de protestantes, el pluralismo religioso se respeta. Hasta el punto de que el presidente Thomas Boni Yayi es un antiguo musulmám converso al cristianismo evangélico.
El otro gran reto es el crecimiento de las iglesias pentecostales, que atraen también a los católicos. En un continente donde se palpa la pobreza, estas iglesias prometen que si uno acepta la fe su vida cambiará también en lo material, llegará la prosperidad, un buen trabajo, la salud a través de las curaciones milagrosas. Y cuando uno es pobre o está enfermo, y no tiene dinero para ir al hospital, es tentador creer que todo lo material puede resolverse también con la fe. Estas pequeñas comunidades, por lo general organizadas en torno a un predicador carismático, suelen ofrecer una cálida acogida. De ahí que la Iglesia católica tenga que esforzarse también en crear ese clima de fraternidad, sabiendo inculturar la fe en las costumbres africanas.
La prevención del sida Muchas veces la Iglesia católica constituye una de las pocas instituciones estables en países africanos atravesados por crisis recurrentes. Hasta el punto de que no es raro que, cuando ha habido que mediar en conflictos políticos y étnicos, se haya recurrido a personalidades eclesiásticas para que formen parte de comisiones de arbitraje.
Y es que el influjo de la Iglesia católica llega más allá de sus fieles, de modo particular a través de la gestión de escuelas, hospitales y otras iniciativas de servicio. Solo en Benín, por ejemplo, la Iglesia cuenta con 234 centros educativos donde estudian 57.000 alumnos, 12 hospitales y 64 clínicas, 41 orfanatos y varias instituciones de otro tipo de servicios.
En esas clínicas se trata también a los enfermos de sida, pues la Iglesia católica es en todo el continente un actor importante en la prevención de la enfermedad y en el cuidado de los infectados. Como no puede ser menos, en el viaje a Benín los periodistas volverán a proponer el Papa la pregunta por la prevención del sida y los condones, cuestión que en el anterior viaje a Camerún en 2009 generó una polémica que eclipsó ante la opinión pública cualquier otro mensaje.
El Papa coincide con los obispos africanos –y también con expertos sanitarios– que la mera distribución de preservativos sin dar una formación ética y procurar un cambio de conductas sexuales trasmite a menudo a la gente una falsa seguridad y lleva a incurrir en prácticas de mayor riesgo. De hecho, en la web de ONUSIDA, al hablar de la epidemia en el África occidental y central se dice que “el sexo remunerado sin protección es un factor importante de la epidemia de VIH en la región”. No es extraño, pues, que los obispos insistan en la necesidad del retraso de la iniciación sexual de los jóvenes y en la fidelidad matrimonial.
En cualquier caso, a los africanos les sorprende y les molesta que para Occidente todo el problema sanitario del África subsahariana se reduzca al sida y a los condones. Es cierto que el sida sigue siendo un problema grave; pero también es verdad que la estrategia de distribución masiva de condones no ha resuelto la epidemia en ningún país y tampoco es un problema solo en África. Por ejemplo, en Benín el porcentaje de infectados es el 1,2% de la población, mientras que en Washington D.C. es más del 3%.